MARTIN LUTHER KING JR / A 50 AÑOS DE SU ASESINATO

MLK: El hombre

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Este artículo es el primero de una serie titulada “Figuras cristianas del siglo XX”, dedicada a Martin Luther King Jr, extracto de una conferencia pronunicada por el escritor y teólogo bautista, Máximo García Ruiz, en 1999, en la Universidad de Deusto. Actualidad Evangélica publica esta serie con permiso del autor al cumplirse, este próximo 4 de abril de 2018, 50 años de su asesinato en Memphis.

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(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 20/03/2018) |   Martin Luther King (1929-1968) era un hombre libre en un país y en una época en la que, por el sólo hecho de ser negro se nacía condenado a vivir sometido y discriminado.

Fue uno de esos hombres que nacen con luz propia y que, por no se sabe qué extrañas razones, no superan nunca los cuarenta años. Una de esas estrellas fugaces que, a pesar de ser tan efímera su vida, son capaces de dejar una estela imborrable.

Personalmente abrigo serias dudas de si debería dar prioridad en mi intervención a su biografía, y narrar la épica de las MARCHAS: Washington, Atlanta, Montgomery, Albany, Birmighan, Selma, Chicago, New York, Memphis, Los Angeles, o dar prioridad a las motivaciones que le impulsaron, es decir, su condición de cristiano comprometido y de pacifista convencido.

Para entender a MLK hay que resaltar el impulso cristiano y bíblico que le motiva. No es un hombre obsesionado por el problema racial; le preocupan otros problemas importantes como la guerra y la paz, la bomba atómica, el subdesarrollo…

 

Porque, al acercarnos a la biografía de MLK nos damos cuenta de que este hombre no es tan solo un negro enganchado por el problema racial. MLK va mucho más allá del problema negro.

De la Biblia aprende que todos los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Y este convencimiento le hace comprometerse en la defensa de la dignidad de todos los seres humanos, sin detenerse en ningún tipo de distinciones. Por ello, para entender a MLK hay que resaltar el impulso cristiano y bíblico que le motiva. No es un hombre obsesionado por el problema racial; le preocupan otros problemas importantes como la guerra y la paz, la bomba atómica, el subdesarrollo, el papel de la ciencia y la técnica, el materialismo, la economía social...

Libros como “Por qué no podemos esperar” o “La fuerza de amar”, este último una recopilación de sermones predicados en las iglesias que pastoreó durante el boicot a los autobuses en Montgomery, algunos de ellos escritos en la cárcel, muestran la imagen de un hombre capaz de soñar y de poner su propia vida en la conquista de los sueños.

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Visita a la India (1959). MLK presenta una ofrenda floral sobre la tumba de Gandhi. “A otros países tal vez vaya yo como turista, pero a la India vengo como peregrino”, diría.

En 1959 viaja a la India. Se entrevistó con discípulos directos de Mahatma Gandhi (1869-1948) y con el Primer Ministro Nehru (1889-1964). “A otros países tal vez vaya yo como turista, pero a la India vengo como peregrino”. Se siente cautivado por Gandhi, de quien aprende el camino de la no violencia como única vía para encauzar su lucha en pro de la libertad. De Gandhi aprendió a resistir con amor en lugar de odio. Gandhi le ofreció una estrategia práctica que no abandonaría jamás. No se trata de una pasividad irresponsable, como bien dejó sentado MLK; lo suyo no fue un pacifismo sumiso, sino una valerosa confrontación con un sistema social injusto, movido por la fuerza del amor; se trataba de estar comprometido radicalmente contra el mal.

Supo unir, con una armonía sin fisuras, el mensaje bíblico con las situaciones políticas y económicas de la sociedad, manteniendo hasta la muerte un ritmo frenético de actividad.

 

El discurso de MLK, del que extraemos algunas frases, en el inicio de esta resistencia no violenta fue determinante para sentar las bases del movimiento:

"Nuestro sistema" –proclama convencido- "será el de la persuasión, no el de la coacción. Sólo diremos a las personas: Que tu conciencia sea tu guía. Acentuando el amor de la doctrina cristiana, nuestras acciones deben guiarse por los más profundos principios de nuestra fe cristiana. El amor debe ser nuestro ideal regulador... Si nos olvidamos de obrar de esta forma, nuestra protesta finalizará como un drama sin motivo en las páginas de la historia... A pesar de los malos tratos que hemos sufrido, no debemos ser rencorosos... acabando por odiar a nuestros hermanos blancos".

De los filósofos cristianos, especialmente de W. Rauschenbusch, con su “Christianity and the Social Crisis” (Evangelio Social), aprenderá la importancia de predicar y vivir un evangelio integral.

Pero, además, en el terreno de las influencias recibidas, no podemos olvidar que MLK era un cristiano con apellido: era pastor, y era bautista. Esto quiere decir que se movía dentro de la corriente de la Reforma Radical, que no solamente consiguió reconducir la Reforma Magisterial de Lutero, de Zwinglio y de Calvino hasta el compromiso social y el congregacionalismo eclesial, sino que elevó a su mayor nivel el concepto de la dignidad personal y la libertad de conciencia.

En el principio del amor cristiano encontró MLK la fuerza y el coraje para luchar. “Pronto me di cuenta de que la doctrina del amor cristiano, operando a través del método de Gandhi de la no violencia, era una de las más potentes armas de que disponían los negros en su lucha por la libertad...” (VL, 102).

Supo unir, con una armonía sin fisuras, el mensaje bíblico con las situaciones políticas y económicas de la sociedad, manteniendo hasta la muerte un ritmo frenético de actividad. Sus biógrafos señalan que durante algún tiempo dormía únicamente cuatro horas cada noche, y podía quedarse dos o tres días sin acostarse.



Autor: Máximo García Ruiz*, Marzo 2018.

 

© 2018 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

 

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Humanismo y Renacimiento

Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.