OPINAN OTROS / FÉLIX DE AZÚA

Casiodoro de Reina: relevancia religiosa, grandeza literaria

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El reformado español, traductor de la influyente ‘Biblia del Oso’, vivió una vida de novela perseguido por todos. Su gran obra volverá a las librerías en 2020

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El religioso español y traductor de la
'Biblia del Oso', Casiodoro de Reina

(FÉLIX DE AZÚA, 27/12/2019) )  (1520-1594), el gran reformador español, fue uno de nuestros más sobresalientes renacentistas.

No fue, sin embargo, una personalidad teológica, característica de aquellos años de enfrentamientos dogmáticos, sino, sobre todo, un caso único de tolerancia en un siglo fieramente intolerante. También se puede leer como a uno de los mejores prosistas de la lengua española.

Su vida es una verdadera novela de aventuras. Poco sabemos de él antes de su pertenencia a los jerónimos del monasterio de San Isidoro, pero su pensamiento parece haber cristalizado antes de entrar en el cenobio. Su obsesión fue traducir los textos testamentarios, como parte de una defensa de la libertad individual. Nadie, según Reina, se ha de interponer entre el texto sagrado y el lector. Las palabras de Dios no pueden quedar en manos de unos pocos.

Es preciso tener presente la actividad inaudita de los servicios secretos de Felipe II y las enormes cantidades de dinero que emplearon para destruir a los reformistas españoles.

No es que defendiera el libre acceso al texto porque se había reformado siguiendo los escritos de Erasmo primero y Lutero después, sino más bien al revés: llegó a las Iglesias reformadas movido por su deseo de sostener la libre iniciativa como algo esencial para un cristiano. Quizás ese deseo de independencia intelectual le venía ya de su familia, judíos conversos conocedores de la persecución.

Así se entiende que jamás llegara a un acuerdo duradero con ninguna de las confesiones reformadas y actuara con total independencia de criterio. El episodio crucial fue su huida de Sevilla antes de que, como a sus compañeros (seguramente unos 50), le quemaran vivo los esbirros de la Inquisición. Pero una vez a salvo en Ginebra, en 1557, poco dura su tranquilidad. Los calvinistas eran tan intolerantes como los católicos y al poco se vio perseguido por el propio Calvino, que había quemado vivo a Miguel Servet cuatro años antes por sus ideas sobre la Trinidad. Reina hace suya la frase de su amigo Sebastián Castellio: “Matar a un hombre para defender una doctrina no es defender una doctrina, es matar a un hombre”. En consecuencia, Casiodoro tiene que huir a Londres en 1558, año en el que sube al trono Isabel I y se abren las esperanzas de los evangelistas.

Es preciso tener presente la actividad inaudita de los servicios secretos de Felipe II y las enormes cantidades de dinero que emplearon para destruir a los reformistas españoles. A las calumnias y sobornos de los espías de la Inquisición se unen la desconfianza y el rechazo que producen los españoles entre las Iglesias calvinistas francesa y flamenca allí refugiadas.

Al constatar tanto rechazo cabe pensar en algo más: la sospecha de que casi todos los españoles reformados que escapan a la Inquisición son de origen judío. Sólo el antisemitismo de los reformados franceses, flamencos e ingleses explica la unanimidad contra la congregación española.

En 1563 las acusaciones contra Casiodoro suben de tono; los espías le acusan de sodomía (penada con la muerte en Inglaterra), adulterio y servetismo, y aunque el obispo de Londres, Thomas ¿Edmund? Grindal, las rechaza, los calvinistas franceses y flamencos las aceptan y utilizan. Ello provoca una nueva huida, esta vez a Amberes, pero la persecución calvinista le obliga a ir de un lado a otro siempre expulsado por los luteranos, los espías españoles, los calvinistas o los anglicanos.

La ingente tarea de traducir la Biblia a partir de las fuentes hebreas la lleva a cabo de un modo heroico en los 12 años que vive por media Europa. Fue durante su estancia, casi en paz, en Estrasburgo cuando pudo por fin dar el texto a una imprenta de Heidelberg, en 1567, pero aún faltarían dos años de dificultades para que en verdad se imprimiera. Es un milagro que en los dos años que pudo vivir sin persecución en Basilea, de 1567 a 1569, apareciera la que conocemos como Biblia del Oso. En Basilea, ciudad que sólo perseguía a los anabaptistas, encontró la protección del banquero Marcus Pérez, otro converso de origen portugués, cabeza de una red económica que cubría toda Europa. Este singular Rothschild de la época le tomó bajo su amparo y financió la impresión de la Biblia en la imprenta de Thomas Guérin.

Durante años se supuso que el impresor había sido Samuel Biener (Apiarius) porque su marca tipográfica (el oso que quiere alcanzar un panal) apareció en la portada sin que se haya averiguado la causa. Quizá tan sólo se trataba de despistar a los perseguidores. El caso es que la Biblia del Oso no se publicó en el negocio editorial del oso, sino en la de Guérin.

No aceptaba Reina las disputas teológicas si eran dogmáticas, no consentía la división de los cristianos por motivos sectarios, era un caso rarísimo de liberal en aquel siglo de fanáticos.

Conseguido su propósito, Reina se dedicó a otras actividades, además de la pastoral. De 1570 a 1578 se estableció en Fráncfort, donde vivía su suegro, un importante comerciante de sedas, y se unió a la Iglesia calvinista francesa a pesar del rechazo de los calvinistas ginebrinos. También allí ganó la ciudadanía. Se empeñó en volver a Londres para que se juzgaran públicamente las calumnias que le habían hecho huir precipitadamente 15 años antes y se limpiara su nombre. Fue declarado inocente de todos los cargos. Cuando los luteranos de Fráncfort le ofrecieron ser pastor de la congregación valona, aceptó tras firmar una Fórmula de Concordia en la que condenaba todos los errores heréticos de católicos, anabaptistas, zwinglianos, schwenkfeldianos y hasta 11 sectas calvinistas, al tiempo que se adhería a todas las confesiones luteranas. Y allí estuvo hasta su muerte en 1594, sin descuidar su negocio de sedas y criar a cinco hijos.

La facilidad vertiginosa con la que Reina pasaba del calvinismo al luteranismo, o del anglicanismo al servetismo, no es un efecto de la indiferencia, sino de la tolerancia. No aceptaba Reina las disputas teológicas si eran dogmáticas, no consentía la división de los cristianos por motivos sectarios, era un caso rarísimo de liberal en aquel siglo de fanáticos.

Sobre la Biblia del Oso como extraordinaria obra literaria, alguien tan poco amigo del heterodoxo como Menéndez y Pelayo dijo de la Biblia por él traducida que era, junto con la obra de Cervantes, la mayor aportación a la lengua literaria española. Esa era también la opinión de dos grandes prosistas del siglo XX, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet.

Sobre la Biblia del Oso como extraordinaria obra literaria, alguien tan poco amigo del heterodoxo como Menéndez y Pelayo dijo de la Biblia por él traducida que era, junto con la obra de Cervantes, la mayor aportación a la lengua literaria española. Esa era también la opinión de dos grandes prosistas del siglo XX, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet.

Sin embargo, aunque ambos se referían a la Biblia del Oso, es decir, a la traducción de Casiodoro de Reina, en realidad la que leían era la corrección que Cipriano de Valera puso en circulación en 1602 y que será a partir de aquel momento el libro de los protestantes españoles hasta el día de hoy. Esta biblia sí se encontraba fácilmente, porque era la que habían repartido por España los pastores protestantes durante la Guerra Civil y la misma que difundió, con riesgo de su vida, George Borrow entre 1836 y 1840, durante la guerra carlista.

Las diferencias entre el texto de Reina y el de Valera son muy notables. La principal fue el reordenamiento de los libros, ya que Reina había optado por la disposición católica, con los apócrifos incluidos, en tanto que Valera restituye el orden protestante.

En medio de los tormentos de su persecución, Reina trabajaba con ahínco y cada palabra que escribía era relevante. Como él mismo dice, trabajó de manera que “nos acercásemos de la fuente del texto hebreo cuanto nos fuere posible (pues que sin controversia ninguna de él es la primera autoridad)” (Amonestación p. 9). Se vio obligado a inventar neologismos porque no encontraba referente del hebreo en español. Él menciona “reptil” y “esculptura”, pero los hay más notables. Por ejemplo, Jehová, castellanización de Yahvé, que ya había usado Valdés en lugar de “Señor” que es lo habitual en las biblias protestantes.

Que a pesar de sus sufrimientos dedicara tanto esfuerzo a un texto literario nos permite decir que, si bien la relevancia religiosa de la Biblia del Oso es mucha, más aún, o no menor, lo es su grandeza literaria. Y que una de las desdichas de nuestra cultura ha sido que no se pudiera leer hasta 1987, cuando Alfaguara lo volvió a publicar en edición de Juan Guillén Torralba. Esta misma editorial tiene previsto rescatarla en 2020.

Este artículo es un resumen de la conferencia Heterodoxia renacentista. La Biblia del Oso que Félix de Azúa impartió en Sevilla el 7 de noviembre.

Fuente: ELPAIS.COM / FÉLIX DE AZÚA