OPINIÓN / AGUSTÍN HERRERO

Envidiado hereje

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Agustín Herrero

(AGUSTÍN HERRERO, 20/11/2017) EFECTIVAMENTE, cuestión de hacer cumplir la Ley de Memoria Histórica, que desaparezcan referencias a prohombres que ganaron esa guerra de nuestros abuelos. La que al parecer tanto duele a nietos que afanosamente discuten en cenas.

Las tumbas, lápidas y nombres de calles nunca son para siempre, aún esculpidas en granito.

Decidido está en el Ayuntamiento, renombrar un puñado de calles que limpiarán esa memoria.

Burgos de curas y militares se renueva y hasta hay quien dice después de tantos años al regresar, que está cambiada, no se la reconoce. Entonces no se pusieron esos nombres por amplio consenso y tampoco lo será ahora. Pero es la memoria otra cosa para mí, ha de llegar más atrás en el tiempo. Son la calles y callejas del corazón urbano, las que están pobladas de sant@s.

El cotarro tiene nombre de, Nicolás, Juan, Esteban o Águeda. Reyes y Condes bien enterrados, como la muy larga de Fernán González. Otras siempre recordarán gremios que las pisaron desde aprendices. Pero en la medida que la ciudad crecía, nuevas calles con nombres de ríos, pueblos y ciudades. Poetas y médicos. Olivares en el 99, borró casi veinte nombres con tufo franquista y se quedó corto.

Han tenido que pasar cinco siglos para que algún samaritano nombrase al mejor de los burgaleses, adjudicándole una calle en el extrarradio. Pero no es aquí donde merecía estar su placa, sino en lugar mucho más céntrico.

 

Los taxistas son buenos geógrafos y aprenden al dedillo, plazas y travesías en zonas nuevas. Calle José Vicente del Val, Antonio Acuña, Federico Vélez se enredan por Fuentecillas. Si preguntas, nadie conoce quienes fueron ni qué méritos hicieron para dar su nombre. Todo esto, en los últimos veinte años.

Otra calle de este barrio recuerda a Francisco de Enzinas, desapercibido. Han tenido que pasar cinco siglos para que algún samaritano nombrase al mejor de los burgaleses, adjudicándole una calle en el extrarradio. Pero no es aquí donde merecía estar su placa, sino en lugar mucho más céntrico.

Quien a mediados del XVI llevó nuestra ciudad por toda Europa, humanista y protestante que se atrevió a traducir por primera vez, el nuevo testamento, del griego al castellano. Por eso fue el primer loco sobrado de valentía y coraje, perseguido y marcado por los poderosos.

Se salió de los cánones de entonces y sufrió por ello. No tenemos su fuerza los que ahora medimos cada palabra por imaginar quien la lee y nos espera tras de cada esquina. No arremetemos contra el poder por miedo. Somos mansos corderos pascuales. Rendimos pleitesía.

Retó al mismísimo Concilio de Trento y murió apestado. Se atrevió a difundir las nuevas escrituras sin consentimiento de la Iglesia Católica. Recordémosle. Envidiado, hereje.

Autor: AGUSTÍN HERRERO, columnista de El Correo de Burgos.

© 2017. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.