OPINIÓN / por DIONISIO BYLER
Lo que cantamos en la iglesia
El autor de este artÃculo reflexiona sobre la evolución de la música en la liturgia evangélica desde la Reforma hasta nuestros dÃas, señalando las oportunidades y los desafÃos de esa evolución.Â
(DIONISIO BYLER, 09/04/2019) Según se cuenta, hubo quien criticó a Lutero su costumbre de adaptar las canciones picantes que se solÃa cantar en las tabernas alemanas, componiéndoles letra edificante para cantarlas en la iglesia. Lutero respondió:
—¿Y por qué se iba a tener que quedar el diablo con la mejor música?
En las siete décadas de mi vida hasta aquÃ, he visto por lo menos dos o tres revoluciones en el estilo de los cánticos que cantamos en las iglesias.
La antigua tradición de himnos evangélicos
Lutero también opinó sobre la importancia de la letra de los himnos protestantes. Pensaba que difÃcilmente se iba a acordar la gente de lo que le oÃan predicar en sus sermones, pero que jamás olvidarÃan la letra de los himnos que aprendÃan de memoria al cantarlos repetidamente en la iglesia. |
Recuerdo con cierta añoranza la profundidad teológica de muchos de los himnos que cantábamos en mi niñez y juventud. Himnos de rancia tradición evangélica que exponÃan, en una sucesión de estrofas en verso con estribillos, las verdades más importantes de la fe cristiana.
Lutero también opinó sobre la importancia de la letra de los himnos protestantes. Pensaba que difÃcilmente se iba a acordar la gente de lo que le oÃan predicar en sus sermones, pero que jamás olvidarÃan la letra de los himnos que aprendÃan de memoria al cantarlos repetidamente en la iglesia. Por eso la himnologÃa tradicional evangélica tiene un contenido teológico muy trabajado. HabÃa que matizar cuidadosamente los conceptos teológicos que cantaba el pueblo evangélico, porque lo que cantaban acabarÃa siendo lo que de verdad creÃan.
El castellano de esos himnos tradicionales evangélicos ya sonaba antiguo cuando mi niñez. Eran a veces poemas mÃsticos como los de Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz. Otras veces poemas originales por poetas evangélicos españoles de finales del siglo XIX. Y muchas traducciones del himnario evangélico alemán o inglés, siempre con un metro rÃgido y rima cuidadosa. Para conseguir el número de sÃlabas y las rimas que hacÃan falta, se recurrÃa a términos que ya no eran parte del habla popular castellano. «Do» por «donde», «doquier» por «en todo lugar», «diome» por «me dio», y un largo etcétera.
El metro de los poemas sacros que cantábamos como himnos era un aspecto esencial. Entre los Ãndices que aparecÃan al final del himnario, habÃa un Ãndice de la métrica de los versos, donde se podÃa ver cuáles himnos seguÃan el mismo patrón. Por ejemplo 8.6.8.6, es decir, dos lÃneas de ocho sÃlabas, seguidas cada una por una lÃnea de seis sÃlabas. Un poema hÃmnico compuesto en la métrica 8.6.8.6 podÃa ser cantado con cualquiera de las melodÃas que seguÃan esa misma métrica. Un pastor podÃa, si querÃa, componer un himno nuevo para reforzar el tema de su sermón, y el organista o director del coro podÃa escoger cualquiera de las melodÃas con el mismo metro —que la congregación ya conocÃa y podÃa cantar a la primera— para que se entonara antes o después del sermón.
Para conseguir el número de sÃlabas y las rimas que hacÃan falta, se recurrÃa a términos que ya no eran parte del habla popular castellano. «Do» por «donde», «doquier» por «en todo lugar», «diome» por «me dio», y un largo etcétera |
El organista o director también podÃa, si lo deseaba, intercambiar la melodÃa y letra de diferentes himnos, siempre que siguieran el mismo metro. Todo esto brindaba una enorme flexibilidad y variedad para la interpretación de los himnos.
Himnos de la tradición de avivamiento
El protestantismo derivó rápidamente en una religión teológicamente rica pero emocional y espiritualmente estéril. Se predicaban verdades bÃblicas eternas y se cantaban himnos de intachable contenido teológico, pero la gente ni experimentaba una conversión ni tenÃa una relación personal con Dios. Surgió asà primero, en el siglo XVII, el pietismo dentro del protestantismo, como recuperación del sentimiento y la experiencia personal de salvación. A la postre el pietismo derivó en el «avivamentismo» del siglo XIX, la tradición de campañas de avivamiento espiritual en las plazas de las ciudades, más tarde en carpas para ese fin con predicadores que las llevaban de un lugar a otro, y al fin campañas de predicación y avivamiento en las propias iglesias evangélicas.
La recuperación del sentimiento y la experiencia personal de salvación y relación con Dios, trajo consigo una revolución en la himnologÃa protestante. Ya no se cantaban solamente las grandes verdades de la Trinidad, del Creador, del sacrificio de Jesús en la cruz, la victoria de su resurrección, la esperanza en la vida eterna, etc. Ahora se cantaban también testimonios de «conversión», e himnos de invitación para que los pecadores se entreguen a Jesús.
No todo el mundo aprobaba de esta himnologÃa nueva. Hubo quien consideraba que se estaba descuidando las verdades eternas y esenciales de la fe, cuyo tema único debÃa ser las virtudes de Dios. No veÃan bien el auge de cánticos centrados en uno mismo, mi experiencia, mi sentirme amado, mi saberme perdonado, mi devoción personal a Dios. Yo-yo-yo, mi-mi-mi, pero relativamente poco sobre Dios, exceptuando su amor y perdón.
Pero esas crÃticas tuvieron poca eficacia y al final en la mayorÃa de las iglesias los himnos pietistas y de avivamiento pasaron a integrarse en el repertorio hÃmnico y a cantarse con la misma frecuencia que los antiguos himnos teológicos.
La recuperación de los salmos
En mis años de universitario, apareció una tendencia a recuperar los salmos, para cantarlos ahora con un estilo musical moderno, utilizando en particular la guitarra y ritmos propios de la música folclórica y popular. Los salmos nunca se dejaron de cantar en las iglesias evangélicas —notablemente en la tradición calvinista— pero ahora se recuperaban sin reconvertirlos en poemas con el metro y rima de la himnologÃa tradicional.
Recuerdo que en reuniones de grupos pequeños abrÃamos la Biblia al salmo y versÃculo que alguien indicaba, y aprendÃamos una melodÃa para cantar esas palabras tal cual aparecÃan en la Biblia, acompañados normalmente por el rasgueo de la guitarra. Yo vivÃa a caballo entre ambas tradiciones. Como estudiante de música aprendÃa a componer melodÃa y armonización a cuatro voces con el metro tradicional. Pero a la vez entonaba con gusto estos salmos con sabor folclórico y popular, acompañados con la guitarra.
Con el paso del tiempo, a comienzos de los años 70 del siglo pasado, dejé ya de crear composiciones hÃmnicas y compuse decenas de «coritos» cuya letra eran versÃculos de los salmos, indicando acordes para guitarra y ya no la armonización a cuatro voces.
El culto evangélico como concierto de rock
La raigambre folclórica y popular de ese estilo musical fue cediendo a otros estilos contemporáneos. Recuerdo que cuando primero toqué en una iglesia con guitarra eléctrica —que no solamente la guitarra española de toda la vida— lo que hacÃa era un punteo de arpegios y lÃneas melódicas más parecido a la guitarra clásica o al piano que al rasgueo rÃtmico roquero. Aun asÃ, el propio uso de la guitarra eléctrica ya supuso algo de escándalo para mi iglesia, acostumbrada a la solemnidad del órgano aunque la guitarra se habÃa afianzado en reuniones caseras.
Unas décadas más tarde se habÃa consumado la transición, me parece que en la inmensa mayorÃa de las iglesias evangélicas, a iniciar el culto con un «tiempo de alabanza» guiado por una orquesta de rock y un «coro» de voces con micrófonos. En la última década del siglo pasado yo tocaba un violÃn eléctrico, con pedales para distorsión cuando me apetecÃa, contribuyendo asà a mi manera a los chillidos de los nuevos estilos musicales que penetraban también en la iglesia. Me parece que se siente desafortunada la iglesia que hoy dÃa no cuenta con una orquesta de teclado, una o más guitarras eléctricas, bajo, y baterÃa.
Hay iglesias donde se apagan las luces, para dejar caer focos de luz sobre la orquesta y el coro en la plataforma. El pueblo de Dios sigue cantando, pero si dejase de cantar no se notarÃa |
Habrá, supongo, quienes no sabrÃan «sentir el EspÃritu» en la adoración, si no es por las sacudidas rÃtmicas que los altavoces comunican directamente al pecho del espectador evangélico. Y digo bien espectador, por cuanto hay iglesias donde se apagan las luces, para dejar caer focos de luz sobre la orquesta y el coro en la plataforma. El pueblo de Dios sigue cantando, pero si dejase de cantar no se notarÃa.
Esto último puede sonar a crÃtica. Es cierto que yo, personalmente, prefiero oÃr cantar a toda la congregación y no solamente al «grupo de alabanza». Pero reconozco que, si vamos a llegar a las generaciones más juveniles con el evangelio, habrá que conectar necesariamente con sus preferencias musicales. No es a mà que haya que «alcanzar» ya con el evangelio, sino a la juventud que no ha conocido al Señor.
Por un castellano correcto y una teologÃa bien matizada
Cantamos hoy dÃa una multitud de cánticos y «coritos» de muy diversa procedencia. A veces me sorprende la incoherencia gramatical, el sinsentido de frases mal traducidas del inglés. Otras veces se oyen auténticos disparates contrarios a la fe cristiana. El pueblo evangélico parece bien dispuesto a cantar estas cosas, con tal de que los directores de la alabanza lo consideren oportuno.
Supongo que es inevitable que las canciones de adoración cristiana que se popularizan en YouTube se acaben traduciendo a nuestra lengua. Hace siglos se traducÃan también himnos del alemán y el inglés. En aquellas traducciones hubo alguna cosa grotesca, como el empleo de arcaÃsmos rebuscados, y a veces excesiva licencia poética para inventar neologismos, ante la necesidad de acoplarlo todo al metro hÃmnico y rima tradicionales.
Pero confieso que a veces siento auténtico bochorno, y me da cosa cantar letras al estilo de «hastá que tu me béndigas» —ejemplo imaginario, para no ofender a nadie— que la gente canta como si eso quiere decir alguna cosa coherente en la lengua española. A veces me veo obligado a retraducir mentalmente al inglés para tratar de adivinar qué es lo que han querido decir. Pero observo que a mi lado todo el mundo lo canta con fervor sin inmutarse. A veces canto por lo bajinis una versión mÃa del sentido de la frase que veo proyectada en pantalla, resistiéndome a cantar lo que en lengua castellana es puro disparate.
Más me preocupa, por su efecto nocivo sobre el contenido de la auténtica fe evangélica, el disparate teológico. Pienso por ejemplo en un «corito» basado en el Padrenuestro, que salta del Padre en el cielo y su reino y voluntad en la tierra, al «tuyo es el reino, el poder y la gloria». La oración que nos enseñó Jesús es ya de por sà admirablemente breve. El reino y la voluntad del Padre tienen contenido concreto en un pan que es «nuestro» —que no «mÃo»—, el perdón de los que nos ofenden como ejemplo para reclamar el perdón divino, y la resistencia ante la tentación. A falta de esas frases centrales del Padrenuestro, todo queda en unos conceptos vacuos y fofos que parecen adorar a Dios, pero no quieren confesar a viva voz lo que él pretende de nosotros.
Hace años en nuestra iglesia en Burgos, cuando alguien proponÃa enseñar un corito nuevo, primero estudiábamos la letra por ver si se adaptaba a lo que de verdad creemos. Considerábamos también si el castellano era correcto y los acentos de letra y música coincidÃan. |
Es solo un ejemplo.
Hace años en nuestra iglesia en Burgos, cuando alguien proponÃa enseñar un corito nuevo, primero estudiábamos la letra por ver si se adaptaba a lo que de verdad creemos. Considerábamos también si el castellano era correcto y los acentos de letra y música coincidÃan. Creamos frecuentemente nuestra propia versión adaptada, que normalmente tampoco era tanto lo que habÃa que cambiar, y solo entonces la enseñábamos. Supongo que hay, hoy también, iglesias donde se hace algo asÃ. Me da la impresión, sin embargo, que en general lo que se hace es adoptar la versión más pegadiza de YouTube y darla por buena.
En conclusión
Pocas cosas llegan más al corazón que la música. Creo que Lutero tenÃa razón. Que acabaremos creyendo lo que cantamos y que nuestra fe se parecerá mucho a nuestros coritos favoritos. Razón de sobra para que consideremos con especial atención qué es lo que cantamos y procuremos siempre elevar el nivel teológico y también ajustarnos a las normas del castellano bien hablado. Como Lutero, no debemos privarnos, por tradiciones vetustas, de las últimas tendencias de la música popular. Lo cual no está reñido ni con una teologÃa bien razonada ni con un castellano correcto.
Autor: Dionisio Byler
Este artÃculo ha sido tomado del Blog del autor (Fidelidad) con su consentimiento expreso.
Dionisio Byler es profesor de música, escritor y teólogo. Editor de la web de los Menonitas en España: www.menonitas.org. / Más información sobre el autor: Dionisio Byler