OPINIÓN / ALFONSO PÉREZ RANCHAL

Jesús, llamado el Cristo

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(Alfonso Pérez R., 05/02/2019) Jesús es el único personaje histórico del cual se ha dicho que apenas podemos saber nada sobre él y, sin embargo, ha cambiado la historia de la humanidad de forma radical y definitiva.

Incluso alguno llega a negar su existencia. Resulta paradójico que alguien que marcó de esta forma toda la cultura occidental y sus valores, sea un personaje casi totalmente creado por sus seguidores más inmediatos y por una segunda generación de cristianos de entre la que debemos destacar al apóstol Pablo.

Curiosamente algunos especialistas han llamado la atención a que, si estos criterios se aplican a los relatos de la resurrección, se cumplen todos y así se tendría que llegar a la conclusión de que son verdaderos (esto es originales), auténticos, que recogen un dato real.

La crítica más radical cuando abordaba la lectura de los Evangelios no se limitó a identificar lo que era perteneciente al Jesús histórico y aquello otro que se debía ubicar bajo la figura ficticia del Cristo de la fe. El Cristo de la fe sería la idealización y divinización del hombre Jesús, todo ello a partir de una fe postpascual sostenida por aquellos que decían haber visto a Jesús resucitado.

El Jesús histórico, después de varias “búsquedas” y una infinidad de libros y artículos que reflejaban sobre todo la mentalidad de cada autor, habría sido un judío típico de su tiempo que atrajo a gentes a su alrededor por sus “poderes” taumatúrgicos y que se habría rodeado de un núcleo original de discípulos. También es muy posible, continúan, que se hubiera creído una especie de mesías con ideas apocalípticas pero que, como tantos otros, habría acabado sus días crucificado y enterrado en una fosa común y cuyo cuerpo quedó ilocalizable. Después alguien dijo haberlo visto vivo de nuevo y el resto, como se suele decir, es historia.

"Al basar la obra de Jesús en la historia de la salvación, ni Pablo ni los Evangelios han introducido un elemento extraño a la persona histórica del Señor. Ciertamente, algunos teólogos modernos consideran que Jesús no tenía conciencia de cumplir una misión divina precisa para con su pueblo, Israel, y de llevar a cabo de este modo el plan de la salvación que Dios había previsto especialmente para él. Pero la mutilación de la tradición evangélica, que esta opinión preconcebida implica necesariamente, es arbitraria y brutal. En realidad, la doctrina y la obra del Jesús histórico no pueden ser comprendidas más que admitiendo que tenía una conciencia de cumplir, en el sufrimiento, la misión del servidor de Yahvé, y la del Hijo del hombre volviendo a la tierra". Oscar Cullmann.

De esta forma el Cristo de la fe es una figura inventada a la luz precisamente de esa fe, enormemente ingenua, dicho sea de paso, que además habría tomado elementos de mitos hartos conocidos de su entorno y gracias al apóstol Pablo pudo extenderse por el Imperio Romano. Pablo es el responsable de este éxito difícilmente imaginable para un pobre judío fracasado llamado Jesús.

Pero al Jesús histórico tampoco le ha tocado mejor suerte. Amparados en una serie de principios denominados de “autenticidad” se somete a los relatos evangelísticos a los mismos para así catalogarlos como auténticos, posiblemente auténticos o directamente creación de la comunidad. Cuantos más criterios cumpla un texto, más hablaría a su favor.

"El kerigma depende de los hechos históricos, de los hechos sobrenaturales de Dios. Si hablamos de Dios, podemos hablar de milagro. Es extraño que aquellos que se sienten incapaces, debido a su naturalismo, de creer en los milagros, siguen refiriéndose a Dios, el cual es la entidad sobrenatural más grande del relato bíblico. Si Dios existe, los milagros no representan un problema. Y, podemos añadir, que, si Dios no existe, todo lo demás es un problema." Clark Pinnock.

Si aplicamos los siete principios de autenticidad más relevantes (Testimonio múltiple; Desemejanza; Vergüenza; Contexto y expectación; Efecto; Principios de adorno; y Coherencia), la conclusión es que se trata de textos que recogen dichos y creencias originales de y sobre Jesús.

Curiosamente algunos especialistas han llamado la atención a que, si estos criterios se aplican a los relatos de la resurrección, se cumplen todos y así se tendría que llegar a la conclusión de que son verdaderos (esto es originales), auténticos, que recogen un dato real. Pero lo cierto es que en estos casos los resultados no se admiten porque, se argumenta, nadie vuelve a la vida. Esto evidencia una falta clara de coherencia en la metodología. Pero apliquemos estos mismos principios a un elemento central en los evangelios que nada tiene de milagroso: la conciencia mesiánica de Jesús. De nuevo, no pocos creen que este concepto fue insertado posteriormente y que obedece a la fe postpascual de los primeros creyentes. Jesús nunca se habría presentado como el Mesías, y mucho menos con ese mesianismo desconocido (o casi) que unía al Hijo del Hombre con el Siervo Sufriente de Yavé.

Especialmente esto es sostenido por estudiosos de fe judía que intentan rescatar al “hombre histórico” Jesús, y así lo identifican con un judío típico de su tiempo que jamás se salió de la religiosidad de su pueblo. Si se argumenta que en los evangelios hay textos que indican esa identificación como Hijo del Hombre y Siervo Sufriente, la respuesta es que son añadidos posteriores. Si preguntas por qué, la respuesta es una vuelta a enunciar lo primero que se ha manifestado: era un judío propio de su tiempo. Esto es claramente un argumento circular, se retroalimenta, es una autorefencia, no es sostenible racionalmente.

“Según el carácter literario e histórico de los Evangelios, tenemos buenas razones para verlos como serias fuentes de información sobre la vida y enseñanzas de Jesús y, por ello, sobre los orígenes históricos del cristianismo (…) Luego, la decisión que el experto tome de aceptar o no aceptar dichos relatos estará más condicionada por su concepción del mundo 'sobrenatural' que por las consideraciones estrictamente históricas.” R. T. France.

De esta forma, si aplicamos los siete principios de autenticidad más relevantes (Testimonio múltiple; Desemejanza; Vergüenza; Contexto y expectación; Efecto; Principios de adorno; y Coherencia), la conclusión es que se trata de textos que recogen dichos y creencias originales de y sobre Jesús. Y si tanto los relatos de la resurrección como los que hablan de su mesianismo son fundacionales, los evangelios adquieren una dirección que marca hacia la fe tradicional y todo el conjunto se muestra coherente hasta con las razones por las que Jesús, el Mesías, fue crucificado.

No es que los evangelios no tengan sentido y sean el resultado de un refrito alargado en el tiempo, sencillamente no pueden aceptar lo que los mismos nos dicen. Nuestra mentalidad posmoderna o líquida ya no admite este tipo de declaraciones porque para ella lo real es el aquí y ahora, las pantallas de ordenador, las sensaciones al límite y las rayas de cocaína.

“Muchos piensan que es posible determinar si un milagro del pasado ocurrió realmente examinando testimonios ‘de acuerdo con las reglas ordinarias de la investigación histórica’. Pero las reglas ordinarias no entran en funcionamiento hasta que hayamos decidido si son posibles los milagros, y si lo son, con qué probabilidad lo son. Porque si son imposibles, entonces no habrá acumulación de testimonios históricos que nos convenzan. Y si son posibles pero inmensamente improbables, entonces sólo nos convencerá el argumento matemáticamente demostrable. Y puesto que la historia nunca nos ofrecerá este grado de testimonio sobre ningún acontecimiento, la historia no nos convencerá jamás de que ocurrió un determinado milagro.

Si, por otra parte, los milagros no son intrínsecamente improbables, se sigue que las pruebas existentes serán suficientes para convencernos de que se ha dado un buen número de milagros. El resultado de nuestras investigaciones históricas depende, por tanto, de la visión filosófica que mantengamos antes incluso de empezar a considerar las pruebas. Es, pues, claro que la cuestión filosófica debe considerarse primero.”

C. S. Lewis.

Karl Rahner decía algo impresionante que en más de una ocasión he citado, aunque en estos momentos no recuerdo en dónde: “Nosotros, los cristianos ortodoxos, no deberíamos eliminar con excesiva rapidez un Jesuanismo de ese tipo en sus manifestaciones más variadas. Se podría uno preguntar si un ser humano detentador de un amor absoluto y puro, libre de todo género de egoísmo, no ha de ser algo más que mero hombre”.

Personalmente me parece tan milagrosa la multiplicación de los panes y los peces como la demostración de su amor incluso a aquellos que lo odiaban. Esto último, en el ámbito humano, sí que es auténticamente milagroso.

O expresado con otras palabras: aunque Jesús fue un ser humano como nosotros, todo en él apunta a otra realidad más grande y que lo envuelve. Esto evidencia que aquellos que son capaces de diseccionar los evangelios e incluso pretenden conocer qué es lo que Jesús dijo o lo que probablemente hizo o no, parecen no percatarse de que existen toda una serie de actitudes y comportamientos, de pequeños gestos y acciones que son de un carácter verdaderamente milagroso pero que no se incluyen dentro de esta categoría o definición. Catalogar, por ejemplo, como no histórica la alimentación de los cinco mil y acto siguiente afirmar que no habría problema en aceptar como real la negativa de Jesús a vengarse de sus adversarios, es no haberse percatado de la cohesión que tienen los evangelios a este respecto. Personalmente me parece tan milagrosa la multiplicación de los panes y los peces como la demostración de su amor incluso a aquellos que lo odiaban. Esto último, en el ámbito humano, sí que es auténticamente milagroso.

"Nunca abrigó un mal pensamiento; no hubo engaño en su boca, no tuvo deseos egoístas ni fingió, no causó daño a persona alguna, actuó sin malicia ni odio, aún con quienes lo calumniaban y maltrataban. Entendía a las personas como nadie, y hablaba y enseñaba 'como quien tenía autoridad'...”. Alvin J. Schmidt

La tragedia de nuestra sociedad poscristiana es que vive en un absoluto atolladero moral. Horrorizada por la violencia que se da en su seno, no deja de clamar para que se erradiquen las muertes de mujeres a manos de sus parejas, para que se conciencie sobre el terrible acoso escolar que no pocos sufren o para que se potencie cada vez más una correcta sensibilidad por el planeta y sus recursos. Pero parece estar ciega al hecho de que no se puede ir en contra de sus propias raíces morales, que son judeocristianas, y a la par reclamarlas en el vacío y descontextualizadas. Fue Jesús el primero que hizo del desvalido el protagonista, del maltratado el personaje central de la bondad divina. El héroe para el Galileo no estaba en la mitología griega, sino que era un despreciado samaritano. Con ello volcó los valores de su sociedad y cambió la historia para siempre.

"Creamos a hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos horrorizamos al encontrar traidores entre nosotros. Castramos y mandamos al castrado a ser fructífero". C. S. Lewis

No está nada mal para una persona de la que, según algunos, no sabemos casi nada. Si todo esto ocurrió con base en un personaje mítico e inventado, lo mejor es pensar en una nueva variante de lo que consideramos milagroso y colocar allí a Jesús llamado el Cristo.

Autor: Alfonso Pérez Ranchal. Febrero 2019 / Edición: Actualidad Evangélica

 

© 2019 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

Alfonso Pérez RanchalAlfonso Pérez Ranchal es Diplomado en Teología por el CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Licenciado en Teología y Biblia por la Global University y Profesor del CEIBI. Vive en Cádiz.  

 

 

 

 

 

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