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GUILLEM CORREA, 26/03/2014 |  El fallecimiento de Adolfo Suárez nos abre la puerta a revisar nuestros comportamientos con aquellas personas que han sido esenciales en una etapa de la historia compartida y que en un determinado momento han caído en desgracia o, como es el caso de los protestantes, nunca han/hemos caído en gracia.

Estoy convencido de que una vez fallecido Adolfo Suárez ahora todo el mundo querrá poner avenidas, plazas o jardines con su nombre. Todos dirán maravillas del hombre que llevó la democracia a España.

Claro que, desde mi punto de vista, hubiera sido mucho mejor hacerlo cuando aún nos lo hubiera podido agradecer.

Los homenajes deben hacerse en vida de la persona a quien queremos dar las gracias por el trabajo realizado.

Hacerlo después de su muerte es más un acto de arrepentimiento de los vivos que un acto de homenaje. Arrepentimiento de los vivos porque en el homenaje encontramos una forma de excusarnos a nosotros mismos por no haberlo hecho en vida. De no haberlo hecho cuando éramos conscientes de que lo mejor que podíamos hacer por esa persona era demostrarle nuestro aprecio.

Bienvenidos sean ahora las avenidas, las calles, los jardines, las escuelas o las bibliotecas e incluso los aeropuertos que lleven el nombre de Adolfo Suárez.

Nunca es demasiado tarde.

Claro que, tal vez, lo mejor que podemos hacer ahora es echar un vistazo para ver si a nuestro alrededor hay alguien que se merece un homenaje que todavía no le hemos dado.

De hacerlo seguramente sería una de las últimas lecciones que nos ha regalado la vida de Adolfo Suárez.

Autor: Guillem Correa

© 2014. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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