EN PERSPECTIVA

Una Teología de la Comunicación (I)

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Juan Manuel Quero Moreno(JUAN MANUEL QUERO, 24/05/2013) | Nuestra sociedad, nuestros políticos, el lugar donde nos movemos deberían de tener un referente adecuado sobre la importancia de que exista una buena comunicación. Se resquebrajan las estructuras sociales por falta de una comunicación adecuada, creándose núcleos estancos, a modo de satélites que no llegan a tener una interconexión fructífera en el diálogo social. Desde los elementos más altos hasta los inferiores, se demanda un cambio, una ética de la comunicación en al que necesitamos hacer una profunda reflexión. La Torre de Babel, de los tiempos del Antiguo Testamento, se vuelve a levantar en nuestros días de forma muy sofisticada, con una gran tecnología comunicativa, pero con códigos deteriorados, que no permite la fluidez mínima, para entenderse de forma satisfactoria, surgiendo una gran desconfianza, que produce un aislamiento que mata.

 

La mayoría de los problemas existenciales tienen que ver con la «comunicación». La Biblia misma es un diálogo entre Dios y el hombre, que comprende una comunicación no solo vertical, sino transversal, es decir también del hombre con el hombre, pero de una forma determinada por Dios mismo. Moisés tuvo que hablar con Dios, y Dios con él. Además, Moisés tuvo que hablar con todo un pueblo, y con el mismo Faraón, pero los códigos de comunicación se los daba Dios también. La Biblia se ocupa bastante del tema de la comunicación, tanto es así, que para Cristo, se utiliza la metáfora de «logos» («palabra»). En el Nuevo Testamento también encontramos bastantes enseñanzas al respecto. El apóstol Pablo aconsejaría a Timoteo que evitara la vana palabrería (2ª Tim. 2:16), y abundaría tanto él como los diferentes escritores, a ser honestos en la forma de comunicar, enseñando aquello que realmente se aprendió y vino de Dios. El evangelista, Lucas, tal como explica en su evangelio, tendría la responsabilidad de ordenar por escrito, todos aquellos hechos inspirados (Lc. 1:3).

 

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La buena comunicación supone una armonía vital. Dios mismo, como eterno y preexistente, es un ser social. Cuando decimos que Dios es amor, estamos diciendo que Dios se ha de comunicar, sin este diálogo Dios no puede ser amor (atributo relativo que requiere trascendencia), pero en él se da intrínsecamente esta comunicación, en la Trinidad (aquí el atributo se hace absoluto). No hay salvación para el hombre sin comunicación, («evangelización»). El universo mantiene una comunicación armónica. Una sociedad requiere esta comunicación. Una familia se frustra y se desintegra en la carencia de comunicación. Y de esta forma podríamos hacer un recorrido por todo lo existente, sin olvidar que la misma iglesia, que ha de ser ejemplo de buena comunicación entre sus miembros, tiene sus mayores fisuras por un problema que incide también en esto.

La Teología que es una tarea interdisciplinar ha de ocuparse también de la comunicación, es más, hay una conexión entre ambas, entre teología y comunicación, de ahí que exista también una «Teología de la Comunicación». Al igual que la Historia es un esfuerzo interdisciplinar, que se ocupa de la Economía, o de la Filosofía, o del Arte, o de las Religiones… la Teología tiene un ámbito muy interdisciplinar, ocupándose también de la comunicación. En las Facultades de Teología no debería faltar este esfuerzo investigativo, en el que también podría incluirse la oración, como una faceta poderosa de comunicación con Dios, que muchos erróneamente lo interpretan como algo mágico, olvidando los códigos de comunicación que Dios mismo da para ello en su PALABRA. Se estudia la Teología de la Evangelización, pero no se miran y analizan sus métodos, desde un enfoque de la idoneidad, pudiéndose utilizar métodos que podrían estar en contra del mismo propósito evangelizador.

En realidad yo encuadraría la «Teología de la Comunicación», entre la «Hermenéutica» y la «Homilética». Creo que los centros de formación teológica deberían ser más abiertos para tratar estas teologías, escapando de las disciplinas, que parecen estar enclavadas aún en la época Medieval. En este sentido se necesitaría también una reflexión sobre lo acertado o no de tener un «diálogo interconfesional»;  en cuanto al diálogo per se. Pero el tema es tan amplio, como el espacio que se le debería de dar en una Facultad Teológica, de manera que se tratara este trascendente tema de forma adecuada.

Autor: Juan Manuel Quero

© 2013. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA

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