SIN ÁNIMO DE OFENDER

El crucifijo en la pared y el corazón como piedra

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Jorge Rafael Videla, ex dictador argentino, en una imagen de los años 70, cuando estableció su régimen de terror.

(JORGE FERNÁNDEZ, 17/05/2013) La primera vez que lo vi en persona fue en 1978, en el cuartel de Campo de Mayo, durante un desfile militar. Pasó saludando a las tropas muy cerca de mí, como a tres metros de distancia. Yo cumplía el servicio militar obligatorio y era “guía derecho” de la columna del Grupo de Artillería y Defensa Aérea, GADA 101, así que, al cuadrarnos firmes para saludar a la bandera, quedé en primera fila.

De estatura media baja y negro bigote, esgrimiendo un sable con el que saludaba a las tropas, recuerdo que me llamaron la atención sus brillantes botas de gala color marrón y su porte militar. También me quedó grabado el poder y autoridad que irradiaba, pese a su complexión menuda.

La segunda y última vez que lo ví en persona fue desde una mayor distancia y en otro “campo”. Yo estaba haciendo guardia militar en el Estadio de River Plate, junto al terreno de juego. Se jugaba la final del mundial de fútbol entre las selecciones de Argentina y Holanda, y él estaba en el palco VIP disfrutando del partido. Vestía de civil, estaba mucho más relajado y sonreía.

Yo era muy joven entonces, apenas tenía 18 años cumplidos, y era totalmente incapaz de comprender lo que estaba pasando en mi país natal. Mucho menos de imaginar al siniestro personaje a cuyas órdenes me encontraba –debajo de una alargada cadena de mandos, eso sí- “sirviendo a la Patria”.

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Imagen reciente de Videla en su celda en Buenos Aires. FOTO: Clarín.com

Jorge Rafael Videla ha fallecido hoy, a los 87 años de edad. Murió en la cárcel de Marcos Paz (Provincia de Buenos Aires), donde cumplía diferentes condenas a prisión perpetua por su participación en secuestros, torturas y robos de bebés durante la última dictadura militar, que dirigió con mano de hierro y crueldad durante el período 1976-1981, época en la que implantó el terrorismo de Estado y organizó la desaparición de unas 30.000 personas en una “guerra sucia” de la que él fue el primer responsable.

La imagen misma de la ternura... y de la “religiosidad”, simbolizada en un crucifijo austero y torcido, colgado en la pared. Una pared, probablemente más blanda que su corazón de piedra, ciego de orgullo, de odio y de crueldad.

En una de sus últimas declaraciones ante un tribunal porteño que le juzgó –y condenó- por secuestro de bebés a madres en cautiverio, acusó a estas madres torturadas, indefensas (y muchas de ellas violadas), de ser “combatientes que no dudaron en usar a sus hijos como escudos embrionarios” (sic). En la misma intervención, además, denunció el juicio como un acto de “revancha de aquellos que, habiendo sido vencidos militarmente, hoy ocupan los más altos cargos del Estado”, en clara alusión a la presidenta Cristina Fernández y demás miembros del Gobierno kirchnerista.

Nunca se arrepintió de nada. Más bien se mostró siempre desafiante, convencido (o al menos eso es lo que demostraba en público), de haber cumplido con una mesiánica “misión patriótica” y –con la complicidad de algunos sacerdotes católicos- también “divina”.

Su última provocación tuvo lugar el pasado mes de marzo, cuando desde su celda en el penal de Marcos Paz, difundió una arenga a sus ex camaradas de las Fuerzas Armadas “de 58 a 68 años que aún estén en aptitud física de combatir”: les propuso armarse para enfrentar a “la presidente Cristina y sus secuaces”.

Parece mentira que “ese Videla”, sea el mismo viejecito de apariencia venerable, de nívea cabellera y bigote, que aparece en la foto que hoy publica Clarín, y que acompaña a estas líneas. La imagen misma de la ternura... y de la “religiosidad”, simbolizada en un crucifijo austero y torcido, colgado en la pared. Una pared, probablemente más blanda que su corazón de piedra, ciego de orgullo, de odio y de crueldad.

Me preguntaba, al observar la imagen, cuántas personas como él han colgado un crucifijo en la pared de su conciencia endurecida, pensando con ello conseguir alguna suerte de inmunidad ante la Justicia divina, o de pasaporte mágico al Cielo, en una interpretación perversa del sacrificio vicario de Cristo. [1]

JORGE FERNÁNDEZ

Pero esta mañana, el viejo “milico” [2] ha perdido la última de sus batallas. La muerte dictó su última e inapelable sentencia. Como dijo el sabio Salomón: “No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee. [3]

Él, que despreció a todos los tribunales terrenales, tendrá ahora que enfrentarse al justo Tribunal de Dios. Desnudo, sin sus insignias militares y, lo más inquietante... sin su crucifijo, que sigue ahí -como mudo testigo de una religiosidad falsa e inútil-, colgado en la austera pared de su celda...

Autor: Jorge Fernández Basso

[1] Ninguna religión nos salva, ni puede cambiar nuestro corazón perverso, inclinado al pecado. Sólo por la fe en Jesús, el arrepentimiento sincero y la conversión, podemos beneficiarnos de la salvación en Cristo, quien murió por los pecados de todos los hombres para darnos  vida eterna. Sólo por el Espíritu Santo podemos llamar a Dios Padre y experimentar el amor de Dios en nuestros corazones, no solo por nuestros amigos, sino también por nuestros enemigos.

[2] Milico (americanismo, despectivo): Militar, soldado o policía

[3] Eclesiastés 8:8 (RVR)

Artículo relacionado:

. Videla condenado, pero su sombra sigue planeando sobre las confesiones no católicas (Jorge Fernández Basso, 06/07/2012)

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