EN PERSPECTIVA

Para que te vaya bien; una enseñanza evangélica

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quero125(JUAN MANUEL QUERO, 02/12/2011) Formar parte del grupo de los frustrados, amargados, e insatisfechos; o estar en el grupo de los que les va bien, depende de si guardamos o no los mandamientos de Dios, y lo que entendemos por ello. Los mandamientos son para vivir bien, no para condenarnos. Moisés tenía que «Enseñar para la vida». No enseñar para cumplir mandamientos, sino cumplir los mandamientos para vivir, y ver que eso funciona.

La educación, la forma correcta de guardar los mandamientos, es clave en la Palabra de Dios. Para muchos la formación, la enseñanza, es sinónimo de aburrimiento, y a veces contrario de vida abundante, de alegría. Se nos ha olvidado que la instrucción correcta es básica en la Biblia para que nos vaya bien. Jesús fue el Maestro con mayúscula, que vino a enseñar cómo nos iría bien. Los principios de esta enseñanza la necesitamos en las iglesias, y se necesita incluso en nuestra sociedad, hoy cuando está muy maltrecho el sistema educativo.

La Biblia es el manual que Dios ha dado al hombre, donde Dios mismo es el Maestro. Es importante entender este concepto, que quizás a algunos les choque, pero nosotros no podemos constituirnos en maestros de la Palabra de Dios, porque nosotros también somos alumnos, y tenemos como Maestro a Dios mismo. La Torá implicaba per se tener a Dios como Maestro, el problema es cuando nosotros nos constituimos en maestros, y cuando hacemos de la enseñanza un fin, y no el medio. Juan Calvino en su Institución de la Religión Cristiana dice cuando comenta 2 Cor. 3:6: «La ley del Señor es letra muerta y mata a todos los que la leen, cuando está sin la gracia de Dios, y suena tan solo en los oídos sin tocar el corazón. Cuando comunica a Cristo “hace sabio al pequeño” (Sal. 19:7). Esto es posible en el Espíritu Santo»[1].  El Evangelio es enseñanza para la vida, pero para ello, el Maestro ha de ser Dios mismo, y TODOS aprendemos (Matero 23:10).

Personalmente he de decir que no llego a entender muy bien, o muy claramente, cuando decimos que en la literatura veterotestamentaria el hombre vive bajo la ley, y no bajo la gracia. ¿Es que no se ve la gracia de Dios en el Antiguo Testamento? Todos los sacrificios ritos y enseñanzas eran para vivir por la misericordia de Dios. La ley aún en el Antiguo Testamento, sin la gracia de Dios es algo muerto, que mata, pero enseñados y guardados para vivir según la voluntad de Dios, eran transformadores. Hoy necesitamos guardar, aprender, enseñar para vivir, poniendo en práctica lo que recibimos (Dt. 4:6).

En el Antiguo Testamento se enseña para vivir, para salir de los laberintos en los que entraba el pueblo de Dios. Tenían que aprender a respetar el día de reposo, incluso cuando era necesario recoger el alimento, el maná que Dios les daba. No era la norma en sí, sino Dios el Maestro quien daba la vida. La ley era como una guía para encontrar el tesoro, no el que quisieran ellos, sino el que Dios tenía para ellos, y en cada enseñanza existían pruebas constatables, que era la vida para la cuál Dios les había creado.

El problema es cuando la ley se convierte en el fin, y se pone por encima del hombre, y la vida se somete a la norma, cuando tendría que ser al revés. La enseñanza para que nos vaya bien, era la ocupación de las familias con respecto a los hijos (Prov. 22:6; Dt. 6:4-8); era responsabilidad de los profetas, los cuales a su vez tenían también una escuela para su propia formación para servir en la instrucción que les daba seguridad y dirección.

Entiendo que esta reflexión es necesaria en el tiempo que vivimos. Necesitamos colocar las normas en su sitio, y movernos por un corazón, que conociendo lo grande que es Dios, tenga en cuenta las normas, para crecer y ser de apoyo y ayuda a su prójimo, para que a todos nos vaya bien, y para que la crisis individual o social pueda convertirse en una oportunidad de anda un camino renovado.


 

[1] Juan Calvino. Institución de la Religión Cristiana. Libro I, capítulo IX.  Ryswyk, Países Bajos: Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1967, p. 46.

Autor: Juan Manuel Quero

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