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SIN ÁNIMO DE OFENDER / por Jorge Fernández

La unidad está demasiado sobre-espiritualizada

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¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo? (Amós 3:3)

20170328-1

(JORGE FERNÁNDEZ, 28/03/2017) Estar unidos y estar juntos no es lo mismo. En sentido positivo, esta realidad la experimentamos los cristianos cuando viajamos o emigramos de un país, a otro de cultura y condición socioeconómica diferente.

Entonces descubrimos que, aquel propósito divino de llenar la tierra con un pueblo (su Iglesia) formado por gentes de toda lengua, nación, etnia, cultura, clase social o sexo, unidos por un vínculo espiritual y fraterno que nos permite reconocernos como hermanos y tener comunión, es una misteriosa y preciosa realidad. La preciosa realidad de comprobar cómo los cristianos de todo el mundo, podemos estar “unidos”, sin estar “juntos”. Sin ni tan siquiera conocernos.

...no hay nada de malo en sentirnos “más unidos” a unos hermanos que a otros por motivos de afinidad… siempre que detrás de ese sentimiento legítimo, no haya otro pecaminoso de supremacía, de exclusión y de rechazo hacia los demás...

En otro sentido, ni positivo ni negativo, observamos una realidad diferente. La realidad de sentirnos muchas veces “más unidos” --sea por afinidad teológica, afectiva, o cultural--, a hermanos que están alejados de nuestra proximidad geográfica, que a otros que tenemos a nuestro lado.  Es un hecho contrastado, por ejemplo, que en las grandes ciudades como, Madrid, Barcelona, Londres. México DF o Buenos Aires, los fieles de las iglesias evangélicas somos capaces de viajar una hora o más para asistir al culto en “nuestra” iglesia, dejando a nuestro paso decenas de otras congregaciones evangélicas, que no consideramos “la nuestra”.

En realidad, no hay nada de malo en sentirnos “más unidos” a unos hermanos que a otros por motivos de afinidad… siempre que detrás de ese sentimiento legítimo, no haya otro pecaminoso de supremacía, de exclusión y de rechazo hacia los demás, a quienes en realidad no reconocemos como “hermanos”. Este fue el problema que el apóstol Pablo intentó cortar de raíz en la floreciente iglesia de Corinto, cuando unos y otros empezaron a decir, “yo soy de Pablo”; “yo soy de Apolos”; “yo soy de Cefas”; o… “yo soy de Cristo”. ¿Es que acaso puede haber algo de malo en afirmar, “yo soy de Cristo”? Sí, si esa afirmación se hace desde una visión supremacista y sectaria de un determinado grupo hacia otros. Y tal parece que era el caso. [1]

NO SOLO “UNIDOS”, SINO “JUNTOS”

Cuando Dios, a través del profeta Amós, hace esa pregunta retórica que encabeza estas líneas, no solo está advirtiendo a Israel sobre las consecuencias de “no estar de acuerdo” con Él, sino que también está definiendo qué tipo de relación desea tener con su pueblo, que no es solo estar “unidos”, sino “andar juntos”. El deseo manifiesto del Señor fue desde el principio, “habitar en medio” de su pueblo (Éxodo 25:8; 29:46).  

Cuando el Señor Jesús, en Juan 17, ora por sus discípulos, incluidos nosotros --“los que han de creer”--, no está orando solamente para que tengamos “unidad espiritual”, ya que, como se sabe, esa unidad es obra del Espíritu Santo y no requiere de nosotros otro esfuerzo que el de mantenernos unidos a Cristo de forma personal e individual. Esa unidad “espiritual” no supone ningún desafío especial para nosotros, como no supone mayor desafío para un cristiano en Londres, sentirse espiritualmente unido a un “hermano” en Nairobi a quien ni siquiera conoce, y con el que no tienen el compromiso de convivir. “¡Oh Señor, tú sabes cuánto amo a mis hermanos (a los que no conozco), en la otra punta del globo! ¿Por qué, pues, tengo que soportar a éste que me has puesto a mi lado, en mi iglesia local?”.

Esa unidad "espiritual" no supone ningún desafío especial para nosotros, como no supone mayor desafío para un cristiano en Londres sentirse espiritualmente unido a un "hermano" en Nairobi a quien ni siquiera conoce, y con el que no tiene el compromiso de convivir...

Cuando “los 120” reciben el Espíritu Santo en Pentecostés, estaban “unánimes juntos[2] y así siguieron después, cuando partían el pan en las casas y meditaban en la doctrina de los apóstoles con alegría y sencillez de corazón: “Todos los que habían creído estaban juntos…”[3].

Con frecuencia citamos las palabras del salmista en el Salmo 133:1-3 para subrayar el valor, la belleza y la bendición de la unidad“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”[4]--, olvidando que el valor que se celebra en ese texto es la unidad expresada en la convivencia. Es decir, la “unidad encarnada” y expresada en el único modo que puede hacerse visible: en el “habitar juntos y en armonía”. ¡Ese es el desafío! Y esa es la gloria, la bendición y el poder de la “unidad del Espíritu”.

La unidad invisible no tiene ningún mérito… La unidad invisible no era el concepto judío ni apostólico de la unidad… La unidad espiritual, invisible, no solo no requiere esfuerzo, sino que ni siquiera requiere demasiada oración…

Por eso es que he titulado esta modesta reflexión personal, “La unidad está demasiado sobre-espiritualizada”. Porque vez tras vez observo cómo, ante la realidad de nuestros conflictos, divisiones y fracasos en cumplir con el deseo del Señor de que “seamos uno”, se recurre a este concepto de la “unidad espiritual de la Iglesia invisible” que a mí me suena a excusa manida para justificar lo injustificable, y sentirnos legitimados para apartar --o apartarnos de--, a los que no consideramos verdaderos hermanos, sino poco menos que “bastardos espirituales”.

¿DE QUÉ “UNIDAD DEL ESPÍRITU” NOS HABLA EFESIOS?

“Son organizaciones humanas”, dicen con menosprecio, ignorando que nada ha sido más “humano” que el plan divino de Salvación mediante el sacrificio propiciatorio del “Hijo del Hombre”

Se cita Efesios 4:1 para decir lo que Pablo no dijo, tergiversando el concepto de “unidad del espíritu” con una idea que, viene más o menos a sugerir, que la unidad de los cristianos es un vínculo esencialmente espiritual y que, por lo tanto, la iglesia visible y su estructura institucional (eso que tanto nos cuesta “construir juntos”) no tienen apenas importancia. Llevado a un extremo, ese concepto sería el de los llamados “cristianos sin iglesia”, que consideran a las iglesias locales, las organizaciones eclesiales, o las denominaciones, estructuras totalmente prescindibles, cuando no un estorbo contraproducente. “Son organizaciones humanas”, dicen con menosprecio, ignorando que nada ha sido más “humano” que el plan divino de Salvación mediante el sacrificio propiciatorio del “Hijo del Hombre”.

“ALUMINOSIS” ESPIRITUAL [5]

Claro que la mayoría de nosotros no nos encontramos en ese extremo, sino dentro de las instituciones y las estructuras eclesiales. Solo que, en demasiados casos, estamos en ellas con un compromiso “light”, basado en un puñado de intereses comunes y en ese concepto de “unidad espiritual”, desencarnado y disociado de la unidad visible o institucional. Y es ahí donde, como letal aluminosis en las vigas maestras de nuestro edificio eclesial, se oculta una visión sobre-espiritualizada de la unidad de la Iglesia, que a mi juicio nos diferencia sustancialmente de la Iglesia del primer siglo y debilita nuestra voluntad de “andar juntos” y, mucho más, de hacerlo “unánimes”.

jorge3Mi interpretación de Efesios 4: 1, por el contrario, es que “guardar la unidad del Espíritu” supone protegerla de nuestras tendencias “carnales”. Protegerla de esa amenaza que denunciaba en mi anterior reflexión. Por eso el apóstol nos ruega, “que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz…” (Ef. 4:1-3).

Si Pablo hubiera creído que “la unidad del Espíritu” era sólo la “unidad espiritual invisible”, ¿por qué rogarnos que nos soportemos con humildad, mansedumbre, paciencia, amor y solicitud…?

Concluyo. Estar unidos y estar juntos no es lo mismo, es cierto, pero "andar juntos" es nuestro principal reto como pueblo de Dios, y la única prueba fehaciente de que creemos verdaderamente en la unidad del Espíritu, y la guardamos.

Autor: Jorge Fernández


[1] 1 Corintios 3:1-9

[2] Hechos 2:1

[3] Hechos 2:44

[4] Salmos 133.1-3

[5] Aluminosis: Alteración de algunos hormigones en los que se ha empleado cemento aluminoso, que conlleva su degradación y pérdida de resistencia, produciendo con el tiempo la quiebra de estructuras y el derrumbe de edificios.


© 2017. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA.Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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