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LA REFORMA PROTESTANTE Y LA CREACIÓN DE LOS ESTADOS MODERNOS EUROPEOS (II)

La Europa pre-reformada

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Mapa de Europa a finales del siglo XVI
 
(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 28/10/2016) | En el siglo XVI, España se ha convertido en una superpotencia al frente de un gran imperio que extiende sus dominios por una buena parte de Europa y la mayoría de la América recientemente descubierta.
 

Comparte el dominio del Nuevo Mundo con Portugal, que terminaría siendo anexionado a España (entre 1580 y 1640) debido a los cruces dinásticos. Posee colonias en Asia y África.

En Europa, Inglaterra defiende su identidad nacional y su autonomía, especialmente frente a Francia, con la que mantiene conflictos territoriales. Los príncipes alemanes muestran su incomodidad al verse sometidos al poder del emperador. Por su parte, el papado reivindica su derecho a conservar el dominio sobre los estados pontificios y trata de reafirmar su autoridad religiosa sobre el resto de naciones; Francia defiende con firmeza su condición de estado independiente y Portugal disfruta de una cómoda autonomía hasta ser absorbida por España. Rusia vive de espaldas al resto de Europa.

En Oriente Próximo, se instala el imperio Otomano, un poder amenazador para Europa, en especial para la Europa del este, incluida Grecia, la cuna de la civilización europea. Una amenaza que se materializa con el avance de sus tropas que llegarán a extender sus conquistas hasta el sur de Francia. Las guerras contra los turcos, así como las propias contiendas intestinas, marcará la historia de Europa durante el siglo XVI.

En el terreno religioso, Europa es un continente cristiano bajo la autoridad omnímoda del Papa. Sin embargo, no se trata de una autoridad inquebrantable, ya que al papado se le acusa de estar más dedicado a las demandas terrenales, debido a su dimensión como señor feudal, que a las espirituales. Tres son los papas que protagonizan la etapa previa a la irrupción de la Reforma en Europa: Alejandro VI (1492-1503); Julio II (1503-1513); y León X (1513-1521). Un período en el que la Iglesia está más preocupada por las cuestiones políticas y económicas que por los temas religiosos. Alejandro VI (de la familia de los Borja españoles) vive una vida licenciosa plagada de intrigas palaciegas; la principal preocupación de León X, nombrado cardenal cuando contaba únicamente 13 años, después de haber ostentado importantes cargos eclesiásticos desde los siete años, es las bellas artes. Entre ambos, sería Julio II el que ocuparía el papado (1503-1513), a quien se le conoce como el "papa guerrero" debido a la intensa actividad política y militar de su pontificado; impulsor y mecenas de grandes artistas de la época, fue el promotor de la basílica de San Pedro, para lo que se movilizaron todos los medios para recaudar fondos destinados a tal fin, mediante una bula especial que justificaba todo tipo de desmanes. El desprestigio del papado llegó a su clímax cuando, en su afán por acumular riquezas, recurrió a la venta de los cargos eclesiásticos, la venta de reliquias y, especialmente, a la famosa venta de indulgencias de los pecados que sería el revulsivo final que puso en marcha la protesta de Lutero.

"... aunque los intentos anteriores de reformar la Iglesia habían fracasado, el nuevo espíritu de libertad que se respira en Europa reaviva las ascuas residuales y vuelven a producirse movimientos de renovación. Contribuye a ello la propia ignorancia del clero..."

Voces muy influyentes en Inglaterra reivindican para su Iglesia recuperar la condición de Iglesia nacional, invocando la herencia de su fundador y santo nacional, Agustín de Canterbury (534-604). Es cierto que a su rey, Enrique VIII, le concede el papa León X en 1521 la distinción de Defensor de la Fe, en reconocimiento a la defensa que hizo del carácter sacramental del matrimonio y la supremacía del Papa, un hecho que fue visto como una importante muestra de oposición a las primeras etapas de la Reforma protestante; pero el idilio duró poco tiempo, ya que el trasfondo de rebeldía está presente y sólo necesita de un pequeño estímulo para arder en llamas que, en este caso, se materializa en la pretensión del rey de que el Papa anule su matrimonio con Catalina, a lo que el Papa se niega, forzado en buena parte por las presiones del emperador Carlos, sobrino de Catalina.

Como ya hemos visto anteriormente, los humanistas habían propiciado un clima de libertad de opinión que dio paso a un espíritu crítico, que condujo a que se reformularan muchos aspectos relacionados con la religión y la espiritualidad que habían heredado de la época medieval. En su afán por redescubrir a los clásicos, se comenzó a leer la Biblia en determinados sectores intelectuales y, con su lectura, surge la necesidad de buscar y definir el ideal de hombre y mujer cristianos. El hecho de que muchos de estos lectores conozcan griego y hebreo, hace que puedan descubrir enseñanzas que habían quedado en oculta en la etapa anterior.

En la medida en la que el papado fue afianzándose como poder feudal, compitiendo a causa de ello con otros estados soberanos en aspectos tanto territoriales como económicos, los conflictos entre el Papa y los gobernantes fueron en aumento

Por otra parte, aunque los intentos anteriores de reformar la Iglesia habían fracasado, el nuevo espíritu de libertad que se respira en Europa reaviva las ascuas residuales y vuelven a producirse movimientos de renovación. Contribuye a ello la propia ignorancia del clero, falto de formación, responsable de transmitir la fe al pueblo, que contrasta con la erudición desplegada en el interior de los monasterios y algunas escuelas catedralicias; una erudición que, sin embargo, no llega al común de los mortales. Agrava la situación el hecho de que las instituciones religiosas se hayan corrompido hasta extremos insoportables al haber sido ocupados sus cargos más representativos (obispos y cardenales) como fuente de privilegios y obtención de prebendas, por hijos segundones de la nobleza o personas a ella allegadas, con el consiguiente desprestigio de la Iglesia.

Aportaremos un dato más, de tipo global, para situarnos con la debida perspectiva en el pórtico de la Reforma.  En la medida en la que el papado fue afianzándose como poder feudal, compitiendo a causa de ello con otros estados soberanos en aspectos tanto territoriales como económicos, los conflictos entre el Papa y los gobernantes fueron en aumento, creando un creciente resentimiento hacia los papas. La obediencia a Roma, en  territorios del centro y norte de Europa, así como en Inglaterra, llegó a estar fuertemente cuestionada. Si a esto unimos que los grandes pensadores del Renacimiento, como el holandés Erasmo de Roterdam, comenzaron a criticar los excesos de la Iglesia en la persona de sus dirigentes, resulta mucho más comprensible que la proclama de Martín Lutero tuviera el eco que tuvo en esos países. Un último indicador que no debemos dejar de lado, es la influencia que tuvo en esos países la implantación y desarrollo del capitalismo. La burguesía surgida de esa creciente prosperidad económica no se sentía cómoda con las críticas y presiones que recibía del clero, un clero que, a la vez que acumulaba riquezas para sí, cuestionaba el enriquecimiento de la nueva clase social.

Ahora si, estamos en condiciones de poner nuestra mirada en un personaje, Martín Lutero, que trasciende las anécdotas y caricaturas con las que han pretendido presentarle algunos críticos e historiadores y reparar en la dimensión social y religiosa que alcanzó la obra por él iniciada, que conocemos como Reforma protestante.

Autor: Máximo García Ruiz*, Octubre 2016.


© 2016- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología y Religiones Comparadas en la Facultad de Teología  de la  Unión Evangélica Bautista de España (UEBE), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 24 libros, algunos de ellos en colaboración.

 

 

 

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Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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