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SIN ÁNIMO DE OFENDER

Resistir los azotes de sus “latiguillos”

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jorge4(JORGE FERNÁNDEZ, 27/09/2013) |

“...no reposará la vara de la impiedad sobre la heredad
de los justos; No sea que extiendan los justos
sus manos a la iniquidad”. (Salmos 125:3)

“Al ritmo que vamos, echaremos de menos los tiempos cuando los opresores, sin ningún tapujo, laceraban las espaldas de sus esclavos para mejorar su productividad y acallar cualquier conato de reivindicación”.

Esta fue mi (exagerada, lo reconozco) reflexión en estos días, mientras nuestra indignación bulle ante el rosario de argumentos que, como látigos, golpean a diario la epidermis y las carnes de nuestra economía doméstica y de nuestros derechos ciudadanos.

Nuestros opresores son más “civilizados”, anónimos e indefinidos, y ya no usan látigos de cuero o cuerdas, como los que usaban los antiguos egipcios, o los romanos. No los necesitan. Hoy se valen de “latiguillos verbales” [1] que, cual verdugos psicológicos, ponen en boca de nuestros líderes políticos, sociales, económicos, empresariales y de opinión, para sofocar las legítimas quejas y doblegar la resistencia moral y cívica de los ciudadanos.

“La austeridad (de los asalariados, claro está) es el único camino para el crecimiento”; “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”; “Toca hacer sacrificios”; “Las reformas son imprescindibles para garantizar la sostenibilidad del sistema”; “Tenemos que trabajar más y ganar menos para que nuestras empresas sean competitivas”; “No todo el mundo tiene que estudiar en la Universidad”; “El copago de medicamentos es necesario para disuadir a los abusones”; “Tenemos que ser más ágiles en reformar nuestras Leyes sociales, para que los inversores extranjeros vengan a invertir”; “No hay otra política posible”...

20130927-1

Desde el comienzo de la crisis, un día si, y otro también, la lluvia de latiguillos cae machacona y despiadadamente sobre las espaldas de nuestras conciencias de manera tal que, casi sin darnos cuenta, vamos interiorizando esas consignas absolutas del mismo modo que los antiguos esclavos terminaban acostumbrándose a los azotes, aceptando su condición dentro de una realidad social que se les planteaba como inexorable.

No es extraño que, en este marco, nuestro proverbial fatalismo español empiece a emerger como magma de nuestra moral colectiva. Lenta e implacablemente, los latiguillos empiezan a hacernos mella, instalándose de forma imperceptible en nuestros propios discursos. Pasamos de la indignación a la resignación; del triunfalismo al fatalismo; de la resistencia a la entrega...

“¡Somos pobres por causa de nuestro pecado!”, se escucha en demasiados sermones. ¡Claro!..., a veces. Pero, ¿Acaso no hay pobres que lo son por causa de su santidad y de su obediencia a Dios y a sus conciencias?...

Ante ese panorama, tampoco ayudan mucho los discursos que se escuchan desde  algunos de nuestros púlpitos protestantes-evangélicos, contagiados en ocasiones del mismo fatalismo, cuando no deudores de ideologías humanas y prejuicios que heredamos de nuestra cultura y que no hemos sabido clavar en la Cruz de Cristo, con el consiguiente perjuicio de la no-regeneración espiritual de nuestro pensamiento (mente).

“¡Somos pobres por causa de nuestro pecado!”, se escucha en demasiados sermones. ¡Claro!..., a veces. Pero, ¿Acaso no hay pobres que lo son por causa de su santidad y de su obediencia a Dios y a sus conciencias? Y, ¿acaso no hay ricos que lo son debido a su ambición y a su pecado? ¿O, por aprovecharse hábilmente de las “oportunidades” que ofrecen algunos sistemas con estructuras políticas y económicas injustas?

¡Cuidado con los latiguillos teológicos! (Estos son los más dañinos de todos...). No nos apartemos “ni a derecha ni a izquierda” -nunca mejor dicho- de la Verdad, que casi siempre es más compleja e impopular.

Los trabajadores, los hipotecados, los dependientes, los enfermos, etc., son (somos) los viajeros que formaban parte del pasaje, de un “tren de vida” que conducían los ingenieros del sistema y que, ahora, cuando ese “tren” ha descarrilado, somos señalados como culpables.

¡Nos habríamos escandalizado hasta lo indecible, si el maquinista del tren de alta velocidad descarrilado recientemente en Androis, Galicia, hubiera culpado a los muertos o a los heridos por haberse subido al tren! Sin embargo, ese es el mensaje que nos llega a través de nuestros dirigentes -españoles y europeos-, cuando nos golpean con aquello de “vivisteis por encima de vuestras posibilidades...”; “no todo el mundo debe subirse al tren de la vivienda propia”..., etc., etc.

"¡Nos habríamos escandalizado hasta lo indecible, si el maquinista del tren de alta velocidad descarrilado recientemente en Androis, Galicia, hubiera culpado a los muertos o a los heridos por haberse subido al tren!"

¿Culpables? ¿Por haber suscrito la hipoteca que el sistema nos vendía como “la mejor –y más responsable- forma de ahorro”? ¿Culpables? ¿De haber animado a nuestros hijos a tener estudios superiores para labrarse un porvenir? ¿Culpables? ¿Por habernos dado de alta en la Seguridad Social? ¿Culpables, por enfermarnos y necesitar medicamentos caros? ¡¿Culpables???!

Aquí es cuando pienso (exageradamente, lo se...), que los látigos de los antiguos romanos nos dolerían menos...

Autor: Jorge Fernández

[1] (m) “Palabra o frase que se repite innecesariamente en la conversación”; (coloq.) “Recurso declamatorio del actor o del orador que exagera la expresión de los afectos para lograr un aplauso”, según la Real Academia Española de la Lengua (RAE).

© 2013. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.

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