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MI TESTIMONIO DEL 11-M

Crónica de una noche muy larga...

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yo2Quince años después de los hechos, este texto que escribí la madrugada del trágico 11 de marzo de 2004 aún permanece en las hemerotecas de algunos medios (ABC.es, por ejemplo). Al leerlo, no puedo dejar de revivir los sentimientos de aquel día, que también pudo haber sido mi último día en esta tierra. El Señor me permitió vivir para contarlo, y hoy aprovecho la oportunidad que me da de publicarlo en Actualidad Evangélica, como homenaje y recuerdo a las víctimas del atentado.

(San Fernando de Henares,  12 de marzo de 2004, 03:30 a.m.) Hoy ha sido un día duro y no veía la hora de acabar la jornada de trabajo en la oficina y llegar a casa para ponerme delante del televisor. Pareciera como que, en determinadas situaciones, uno necesita que le repitan las mismas noticias y le muestren las mismas imágenes una y otra vez para poder creérselas. O tal vez al contrario, con la ilusión de que todo se trate de un mal sueño... Pero no, allí están otra vez, igual que esta mañana. Las escenas de pánico de la gente corriendo de un lado para otro. Rostros ensangrentados, policías agitando los brazos y bomberos cargando cuerpos que no pueden andar por sí mismos... Lo único diferente es que las cifras de muertos y heridos han aumentado a medida que se han ido conociendo nuevos datos.

Enciendo el ordenador para enviar un breve e-mail con noticias tranquilizadoras a familiares y amigos, pero el teléfono, que no ha dejado de sonar en todo el día, me interrumpe otra vez. Son mis padres, que llaman desde Argentina..., es la tercera vez que me llaman hoy para asegurarse de que estamos bien. El haber hablado conmigo dos de las tres veces que han llamado, no les ha dejado lo suficientemente tranquilos, y yo los entiendo.

El presentador del telediario informa que el equipo de psicólogos y especialistas de apoyo se ha visto desbordado y solicitan la colaboración de voluntarios especializados (educadores, religiosos, etc.), que puedan ayudar. Apunto el número y llamo varias veces, pero la comunicación es imposible, así que ceno un bocata con prisa y me voy para el recinto ferial IFEMA - el centro de congresos y exposiciones -, que hoy opera como improvisada morgue en donde los familiares de las víctimas del atentado se concentran a la espera de que les llamen para identificar a sus muertos.

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Crónica de una noche muy larga en las páginas del Diario ABC, el 14 de marzo de 2004

En el camino, no puedo dejar de repasar los acontecimientos del día... Había salido de casa como todos los días, para ir al trabajo... Bueno, como todos los días no; hoy salía con un poco de retraso. Llegué a la estación de Coslada a las 7:45, así que, por cinco minutos, perdí el tren que tomo habitualmente. Ese tren ya había pasado y..., en ese mismo momento -sin que yo pudiera sospecharlo ni remotamente - ese tren estaba estallando, retorciéndose, tiñéndose de sangre... "Tal vez a estas horas, mi mujer y mis hijos estarían en este lugar, esperando mis restos" - el pensamiento es inevitable y me ha perseguido todo el día.

En la recepción del IFEMA me atienden con especial amabilidad cuando les digo que soy pastor evangélico y que estoy allí para ver si puedo ser de alguna ayuda. Me conducen a una oficina donde me registran y toman nota de mi documentación. En el camino atravieso pasillos y salas atestadas de gente que camina, que fuma nerviosamente, que habla por el móvil, que llora... El espectáculo es conmovedor. Nunca había presenciado una situación semejante, más que en las películas de cine catástrofe.

Recorro cada una de las salas donde los familiares esperan oír lo que ya saben que les van a decir y que, sin embargo, cuando se los dicen, se produce la catarsis... Gritos de dolor, maldiciones, llantos desesperados, vómitos y desmayos... La mayoría tienen los ojos enrojecidos y sin lágrimas porque, al parecer, ya se las han gastado todas. Sin embargo, las lágrimas vuelven a brotar...

Intento acercarme a alguien a quien poder abrazar en silencio, para llorar a su lado o para animarle, pero es difícil porque nadie está solo. Todos están en grupos, en círculos, abrazados, sentados o de pie, pero nadie está sólo. En uno de esos grupos creo reconocer el rostro de alguien a quien conozco bien pero no soy capaz de recordar de dónde. Me acerco con delicadeza y le pregunto discretamente si no nos conocemos de alguna parte. Me asegura que no, pero como su rostro me sigue resultando familiar, insisto. Segunda negativa. Es entonces cuando me doy cuenta de que entre el gentío que atesta la sala, hay varios personajes famosos. Veo a la cantante canaria Rosanna abrazando cariñosamente a un grupo de jóvenes, que lloran desconsolados la pérdida de un ser querido. Hago unos pasos y me tropiezo con la presentadora de la TV Belinda Washington, que está ofreciendo botellines de agua mineral y sandwiches a los presentes. Un poco más allá, el ex-presentador del popular programa "Cine de Barrio", Pepe Parada, hace lo propio... Es entonces cuando me doy cuenta de que la persona a la que interrogué es un conocido corresponsal de la TV (por eso me resultaba tan familiar su cara).

Pero además de unos cuantos famosos que han ido a expresar su apoyo y solidaridad a estas familias destrozadas, un ejército de anónimos - médicos, psicólogos, policías, religiosos, voluntarios de la Cruz Roja y miembros de Protección Civil -, trabajan sin descanso para que los deudos no tengan que sufrir más que lo inevitable (¡qué ya es mucho!). Me conmueve toda esa expresión de solidaridad, y me llama la atención la gran cantidad de gente joven que compone dicho "ejército".

Después de hacer una última recorrida al lugar, y pasadas las dos de la madrugada, decido que ya es hora de volver a casa. Mañana tengo que ir a la oficina como todos los días (¡gracias a Dios!) y en este lugar la gente ya está suficientemente acompañada y atendida. Pero el sueño se me ha ido, y al llegar a casa siento necesidad de volcar mis pensamientos y las vivencias de esta noche en estas líneas, para compartirlas con mis amigos. También siento necesidad de orar, pero no tanto para hablarle a Dios, sino más bien para sentir su compañía. En otras circunstancias tendría prisa por irme a la cama, pero después de lo vivido en este día, creo que ya nunca tendré prisa para nada. Después de todo, hoy he comprobado una vez más que, a veces, entre el presente y la eternidad pueden caber, tan sólo, "cinco minutos"...

Jorge Fernández, Madrid, 12 de Marzo de 2004

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