BUEN FIN DE SEMANA
Don Hilario
CRISTIAN FRANCO, 13/07/2012 |
"Tu tiempo es limitado, así que no lo malgastes viviendo la vida de otra persona".
(Steve Jobs)
Se cuenta por allí, aunque también podría decirse por aquí, que en uno de esos pueblos olvidados de provincia vivía don Hilario de las Chaquetas. Hombre de baja estatura y bigote amplio, amante del té con leche y las galletas almendradas, esas que solo se consiguen una vez a la semana en la panadería que está un poco más allá de la estación. Voz apagada que denotan años transcurridos, mirada serena que deja entrever mil anécdotas y sus fantasmas. Paso lento pero firme, experiencia acumulada de los días.
Su historia podría contarse en forma extensa o abreviada. Para relatos largos están las novelas y yo prefiero los cuentos. Esos que nos acercan verdades, despiertan ideas y, a fuerza de curiosidades escondidas, nos ayudan a encontrarnos en el otro: esa imagen de lo que fuimos, somos o podríamos ser.
Don Hilario de las Chaquetas vivió mucho tiempo apesadumbrado. Pensando y repensando ansiedades se lanzó a descubrir posibilidades. Decía que no se encontraba, que no sabía, que necesitaba hallar lo que de veras importaba. Bienaventurada iniciativa si no hubiera sido porque empezó y luego transitó con los pies equivocados…
Ya de niño le avisaban, sin consultas ni ademanes, qué chaquetas eran malas y cuáles apropiadas. Narices frías de otoño, abuelos empeñados en revivir nostalgias, chaquetas le regalaban, chaquetas para que en andas las llevara. Y él las aceptaba, inocente, abotonando ilusiones al futuro.
Más tarde en la vida, pasando meses y cursos, sentía que ya no iban, que debía renovar sus metas. Echando mano del entorno, aunque aproximando el brazo un poco más afuera, se deslumbró ante otras prendas, consideró nuevas chaquetas. –“Los amigos vienen y van”, le decía el boticario, “pero las pretensiones siempre quedan”. Don Hilario, que por entonces era “Hilario” a secas, asentía sin sentir, ambicionando chaquetas y más chaquetas.
Pero ni las de niño ni las de joven le duraron demasiado. Es que unas habían sido impuestas por otros. Otras eran propiedad exclusiva de aquellos. Y aquellas correspondían a algunos. –“¡Ay las chaquetas de mi pueblo!”, exclamaba don Hilario, “¡Ninguna me cabe, ninguna me abriga, ninguna me hace sentir lo que quiero!”
Al pasar meses y temporadas se lo veía taciturno mientras bordeaba la laguna con su bicicleta gris. Por más que pensaba y le daba vueltas al asunto, no lograba desprenderse de la idea de hallar la chaqueta que le correspondía, la que de veras lograra abrigar sus noches desveladas de sueños.
Y fue así como la vida se le pasó, probándose distintas chaquetas sin encontrar la que se ajustara a su ilusión. Tanto insistir en las prendas ajenas, tanto intentar los pasos de otros, tanto inquirir en lo externo… que se le fue extraviando el tiempo, se le fue perdiendo la fuerza, y se le fue abandonando el alma.
Sin chaquetas ni añadidos, ahora pasea por las tardes con su bastón de caña y el periódico de ayer bajo el brazo. No habla mucho ni tampoco exagera. Un poco de algún poco y ya. Pero dicen por allí, y también murmuran por aquí, que la vida le insinuó lecciones; que finalmente atendió, aprendió y entendió. Y cuando se le da por largar palabra, con voz anciana se le escucha musitar: -“No pasa por las chaquetas, ni por lo que podría llegar a ponerme. No pasa por las otras vidas, ni por lo que quisieran imponerme. Que para qué andar mirando afuera, que por qué perder el tiempo. No son las chaquetas las que hacen, sino el cuerpo que las calza. No soy la vida de los otros, es la mía y ya me alcanza”.
Autor: Cristian Franco
© 2012. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.
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