SIN ÁNIMO DE OFENDER
Una VHI(a) de agua en la popa de nuestra realidad
(JORGE FERNÁNDEZ, 01/12/2011) Acabo de estar en la mesa redonda sobre el SIDA, celebrada en un Centro Cultural del Ayuntamiento de mi barrio, con motivo del Día Mundial de Lucha contra el SIDA que, como se sabe, se celebra hoy 1 de diciembre.
Asistí con curiosidad, porque quería saber cómo se está afrontando el tema desde las administraciones públicas, teniendo en cuenta los datos de los últimos informes publicados por ONUSIDA, donde se constata la tendencia creciente de contagios entre los jóvenes, que ha pasado de 6 contagios al día, a 8, en el último año.
El dato es muy preocupante, ya que demuestra que las campañas de prevención no están surtiendo el efecto disuasorio, en cuanto a los comportamientos de riesgo, al menos entre una parte de la población cada vez más joven, de edades comprendidas entre los 13 y los 20 años.
En otras palabras, según la ONU, el año pasado, casi 3000 jóvenes de entre los 13 y los 20 años se han contagiado el VIH. Y, lo que es peor, muchos de ellos –se estima que un 30 % de los portadores- ¡no lo saben! Son portadores asintomáticos.
Los ponentes en esta rueda de prensa a la que asistí, insistieron en la importancia de la detección temprana de la infección para la aplicación del protocolo sanitario correspondiente que, felizmente, en nuestro país funciona muy bien y garantiza un tratamiento gratuito y eficaz que permite a los portadores del VIH reducir a la más mínima expresión el riesgo de desarrollo del SIDA e, incluso, de contagio a terceros, lo que posibilita a estas personas una calidad de vida aceptable.
En este sentido, los ponentes se felicitaban de que, el nuestro, fuera uno de los pocos ayuntamientos madrileños que ofrecen la prueba rápida del SIDA, a la vez que abogaban por que este servicio se extendiera a toda la Comunidad Autónoma y al conjunto del país. Pero ¡no nos engañemos! Estamos hablando de una enfermedad que, hasta el día de la fecha, no tiene cura ni, tampoco, vacunas eficaces.
Además, aún existiendo recursos para la prevención y el tratamiento terapéutico, los expertos reconocen las implicaciones sociales que dificultan el acercamiento de los eventuales infectados a los centros de información de la red sociosanitaria, “por el estigma que aún persiste en nuestra sociedad hacia los seropositivos”, denunciaba hoy uno de los responsables de la ONG “Apoyo positivo”.
Mientras escuchaba los datos y los números, un montón de recuerdos y sentimientos atravesaron mi mente, y también muchos rostros. Los rostros de amigos que ya no están, pero que permanecen muy cerca de mí en el recuerdo. Amigos a los que tuve el “doloroso privilegio” de acompañar fraternalmente en sus rápidos descensos hacia la muerte, especialmente a finales de los 80 y principios de los 90, mucho antes de que los tratamientos con retrovirales convirtieran al virus en un “prisionero asesino y peligroso, pero encadenado”, que acompaña a todas partes al portador seropositivo, pero "atado" por los retrovirales, que le impiden liberar su poder destructor.
En aquellos años, la enfermedad se desarrollaba en no más de cinco años de media, y acababa rápido con la vida del infectado. Me acordé de Rosi, de su hermano Miguel -“el hippy”-, de Manolo “el rubio”, de José Ávila, de José Luis, de Elisa... y de tantos otros, a los que amé como a hermanos -porque en realidad llegaron a serlo, por la Gracia de Dios, durante más de una década de trabajo en un centro de rehabilitación de drogodependientes-, y a los que hoy me une la esperanza de la Resurrección y de un anhelado reencuentro en la Eternidad.
Pero, además de la nostalgia, me asaltó un sentimiento de preocupación. Preocupación por los datos objetivos -que me parecen alarmantes-, y preocupación por la sala casi vacía en la que me encontraba, sin noticias de los alarmados, ni mucho menos de los jóvenes. (Casi había más ponentes que audiencia; apenas media docena de vecinos que asistimos al acto, con una edad promedio de 50 años).
Mal asunto. La sociedad con la guardia baja, mientras que el VIH se propaga silenciosamente, como una mecha encendida que, en el momento menos pensado, hará volar por los aires los sueños y las alegrías de toda una generación. Una de las tantas vías de agua que, en medio de la tormenta económica que azota al barco en el que estamos, anega de forma inadvertida, casi imperceptible, la popa de nuestra realidad, sin que a nadie parezca importarle demasiado. "¡Es que, hay tantos problemas más urgentes, como el paro y la economía...!", es la consigna generalizada.
Y uno se pregunta: “¿De veras?”.
Autor: Jorge Fernández
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