LA COLUMNA DE LOLA
Los Griegos, los Mercados y el Reino
(LOLA CALVO, 29/09/2011) El entorno en el que fui educada primaba sobre todo la idea de convertir a cada alumno en un ciudadano de primera, sólido en formación y más sólido aún en pensamiento, en criterio, en inconformismo ante el embrutecimiento colectivo. En ese magma de transmisión educativa los griegos tenían un lugar irrenunciable, eran ejemplo de refinamiento en el pensamiento, de pueblo del que había que aprender, incluso del que su decadencia nos enseñaba pautas para la reflexión. Hoy son también noticia, pero triste noticia que solo nos presenta al pueblo griego bajo la tarjeta de presentación de su famosa “deuda”.
¡Cuántos sentimientos encontrados! Si las grandes culturas e imperios se encumbraron hasta el punto de reducir su feudo al polvo de las piedras de sus monumentos —testigos mudos de lo que fue y no volverá a ser—, ¿qué será del imperio del poder de los famosos “Mercados”?
Al menos antes el enemigo tenía rostro, casco, lanza, música de guerra, elaboraba estrategias que orientaban al contrincante, dándole opciones de réplica, de defensa, de posicionamiento físico. Hoy los mercados son entelequias que nos inoculan con sus savias paralizantes y nos quedamos boquiabiertos, esperando un milagro que nos anuncie que la bonanza ha vuelto. Esperamos que la catapulta virtual no nos dé de lleno con el peso de la ruina total. Ruina que no acabamos de entender hasta donde nos afecta. No movemos ficha porque creemos que poco podemos hacer en esta batalla que calificamos de “ajena”, mientras el trader de turno se confiesa “feliz de hacerse rico con la crisis” a la que augura ser seguida de unos años de deflación.
Los hijos de Dios deberíamos ser los primeros en entender que el imperio en el que estamos inmersos, voluntaria o circunstancialmente, se yergue para ampliar aún más sus tentáculos opresivos. No tiene rostro, no tiene corazón por eso quiere arrebatarnos el nuestro. Este monstruo que no tiene en sí mismo voluntad propia, se nutre de la codicia y ambición de quienes mueven su carcasa. Sueñan con depresiones como la que vivimos, que significan el paraíso desde el que amasarán más dinero y más poder, sin importar a quien se lo arrebatan ni sus consecuencias.
Como hija de Dios me permito mirar sin pavor, ni presiones mediáticas lo que estamos viviendo. No deseo vivir como antes, no aspiro a que todo vuelva a su cauce, no me atrae el juego de la Bolsa, no me asusta despojarme de necesidades que no lo son, me niego a creer que las capacidades que Dios me da no tienen valor. De los grandes desastres surgen siempre cosas buenas y trascendentes, surgen porque se retorna al ser humano sin aditivos, ese que lucha por sobrevivir, que desarrolla sus instintos, observa y descubre el momento y el lugar adecuados. Es tiempo, más que nunca, de mirarnos al desnudo, de cambiar nuestra escala de valores, de no poner las miras en lo perecedero, sabiendo que lo básico, lo realmente necesario para nuestro sustento diario está garantizado por nuestro Padre, un padre que nos rescata del hoyo porque está atento a nuestro gemido. Pero un padre al que le gusta que creamos en sus planes, sus horizontes y sus propuestas de vida auténtica. También nos pide que nos amemos, que miremos la necesidad ajena como si fuera la nuestra. Quizás sea tiempo de desempolvar los valores del Reino.
Autora: Lola Calvo
© 2011. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.
Otros Articulos de Lola Calvo |
---|