SIN ÁNIMO DE OFENDER / por JORGE FERNÁNDEZ
El aborto ya no es lo que era…
“El aborto no es fundamentalmente una cuestión de ideología. Hay abortistas de derechas y de izquierdas; hay feministas a favor y feministas en contra.”

Foto de Volodymyr Hryshchenko en Unsplash
(JORGE FERNÁNDEZ, 15/10/2025) | El debate sobre el aborto ha cambiado. Ya no es lo que era. El uso político del tema ha desplazado la discusión ética hacia un terreno emocional, centrado en el sufrimiento de la mujer tras abortar y a un presunto síndrome postaborto, que es ridiculizado por los sectores que defienden el aborto como un derecho de la mujer.
Fortalecidos por la hegemonía de su narrativa, estos sectores —con importante representación en el Gobierno— ahora aspiran a más: elevar el aborto a la categoría de derecho fundamental, incluso con aspiraciones constitucionales.
Mientras tanto, otros debates paralelos —como el registro de objetores de conciencia en el ámbito médico— desvían aún más la atención de la cuestión central. La pregunta de fondo es inevitable: ¿dónde ha quedado el debate ético sobre el derecho a la vida de la persona en formación?
Pareciera haber desaparecido, al menos para amplios sectores que, aunque se oponen a considerar el aborto un derecho, han cedido terreno en el plano discursivo. La narrativa abortista ha logrado imponerse, entre otras cosas, mediante la cosificación del feto. Ya nadie habla de eso. Se ha normalizado la lógica arbitraria de la Ley de Plazos, según la cual la dignidad humana, en el mejor de los casos, comienza en la semana quince de gestación (aunque para algunos, ni siquiera entonces: sólo tras el parto).
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El aborto no es fundamentalmente una cuestión de ideología. Hay abortistas de derechas y de izquierdas; hay feministas a favor y feministas en contra. No todos quienes luchan por los derechos de la mujer creen que abortar sea un derecho equiparable a votar, estudiar, conciliar la vida familiar o acceder a puestos de liderazgo en condiciones de igualdad con el hombre. |
Forma parte de la narrativa dominante considerar el aborto una conquista social del feminismo, de la izquierda o de los sectores progresistas. Pero eso no es del todo cierto. El aborto no es fundamentalmente una cuestión de ideología. Hay abortistas de derechas y de izquierdas; hay feministas a favor y feministas en contra. No todos quienes luchan por los derechos de la mujer creen que abortar sea un derecho equiparable a votar, estudiar, conciliar la vida familiar o acceder a puestos de liderazgo en condiciones de igualdad con el hombre.
Y si, de hecho, la ley lo reconoce como un derecho —porque así lo decidió una mayoría política y social—, se trata de un derecho bastante retorcido, si se me permite el juego de palabras, ya que conculca el derecho fundamental a la vida.
El aborto es una solución simplista a un problema complejo —una tragedia humana— donde colisionan derechos e intereses ante la realidad de un embarazo no deseado. Nadie ignora la vulnerabilidad social que atraviesan muchas mujeres. Tampoco juzgamos de manera frívola ni condenamos a la mujer que decide abortar, como hacen otros. Pero la realidad es terca: el feto —una persona en formación— está para la Ley de Plazos ahí, indefenso y sin derechos hasta la semana catorce, a la espera de su sentencia absolutoria.
Paradójicamente, mientras crece nuestra conciencia contra la cosificación de la mujer y su instrumentalización como objeto sexual en la sociedad de consumo, la cosificación del feto, en cambio, parece haberse consumado. Ya no se le percibe como persona, sino como una suerte de apéndice de la madre.
Nuestra conciencia ética es, cuando menos, asimétrica y contradictoria. Huímos de todo sufrimiento como de la peste, pero como no queremos evitarlo a expensas de otros, necesitamos cosificar al "otro". De allí el discurso en torno al presunto síndrome, que advierte sobre consecuencias emocionales y mentales calamitosas para la mujer en el postaborto. Un discurso débil y superficial, contra el que un abortista podría argumentar fácilmente que "también la mujer que tienen que parir un hijo no deseado puede padecer serias consecuencias emocionales y psicológicas". Pero el discurso tiene su lógica en "el país del nunca jamás"... sufrir.
Todo ello nos lleva a pensar en la deshumanización creciente de nuestra sociedad. Una deshumanización que no vendrá del avance de la inteligencia artificial ni de la robótica, como muchos temen, sino de la pérdida progresiva de espiritualidad, ética y humanidad.
Como conclusión, solo recordar —sin ánimo inquisitorial— que desde una espiritualidad, una ética y un humanismo cristiano, más allá de lo que digan las leyes —incluida la Constitución—, cuando Dios se hizo hombre en la persona de Jesucristo, la dignidad humana fue elevada a su máxima expresión. Y esa dignidad no comienza en la semana quince de gestación. Comienza mucho antes.
“Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre... Mi embrión vieron tus ojos” (La Biblia, Salmo 139:13,16)
Autor: Jorge Fernández - Madrid, 15 de octubre de 2025.-
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