ALENAR / por EMMANUEL BUCH CAMÍ
Iglesia: el ministerio de la reconciliación
Un artículo de Emmanuel Buch, doctor en Filosofía y pastor evangélico de la Iglesia Cristo Vive, de Madrid (Publicado con permiso)
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(EMMANUEL BUCH, 18/03/2025) | ¿Qué vínculo podría haber entre el culto del domingo y la calle del lunes, la evangelización y la política, las preocupaciones espirituales y las inquietudes sociales? Aún nuestro vocabulario en la iglesia y en la ciudad parecen idiomas distintos. Pero una palabra lo relaciona todo de una manera apasionante: RECONCILIACIÓN.
La historia de la salvación es la historia del proceso de la reconciliación entre Dios y la humanidad. Juan 3,16 no es sólo una fórmula de salvación individual, es un principio fundacional de reconciliación: un proceso iniciado a iniciativa de Dios, pagando el desmedido precio de amar a sus enemigos y sacrificar a su Hijo Unigénito para hacer posible esa reconciliación, aún cuando nosotros, sus enemigos, le dábamos la espalda: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (….) Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.” (Rom.5,8-11). Bien podemos hablar del “amor reconciliador” de Dios como esencia de la historia de la salvación y de ese proceso de reconciliación como la esencia del Evangelio.[1]
1. PROCLAMAR RECONCILIACIÓN(Colosenses 1,15-23). He aquí un himno sublime que canta el proceso de reconciliación entre Dios y la humanidad, a través del sacrificio de su Hijo Jesucristo y así: “por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (v.20). Sí, nosotros “que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él (v.21-22).
El apóstol Pablo resumirá de manera vibrante la misión de la Iglesia y de los cristianos en medio del mundo: “Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2ªCor.5,18). Volveremos a este pasaje más tarde. Pero baste ya para advertir del terrible error que la Iglesia de Jesucristo y los cristianos cometemos cada vez que identificamos este mensaje de reconciliación con Dios en Jesucristo, y así también los valores del reino de Dios con ideologías humanas, partidos políticos rojos o azules; el terrible error que cometemos cuando hablamos de “los nuestros y los otros”, y nos convertimos en una parte de las partes en conflicto. Nuestra única política sólo puede ser el anuncio de la reconciliación con Dios y, volveremos a esto más tarde, la siembra de reconciliación entre los hombres en todos los planos de la vida, desde nuestra casa, la comunidad de vecinos, la nación y el planeta todo.
2. VIVIR LA RECONCILIACIÓN(Efesios 2,13-16). La historia del nacimiento de la Iglesia de Jesucristo es, en cierto sentido, la historia del proceso de una reconciliación entre pueblos enemigos, entre gentiles y judíos. Los v.11-12 cuentan nuestra separación de Dios y las barreras humanas que nos separan unos de otros. Pero en v.19-22 se declara la reconciliación entre judíos y gentiles a pesar de todas las diferencias religiosas, culturales y raciales. La clave está en los v.13-18: Jesucristo dio su sangre para reconciliar a judíos y gentiles en un solo cuerpo y, en Él, anular todas las barreras: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gál.3,28). “Dios quiere crear un nuevo pueblo en Cristo donde las personas estén reconciliadas unas con las otras por encima de las divisiones raciales. Que no sean extraños. Que no sean extranjeros. Que no haya enemistad. Que no estén distanciados. Que sean conciudadanos de una ‘ciudad de Dios’ cristiana, un templo donde habite Dios. (…) Dios ordenó la muerte de su Hijo para reconciliar entre sí a grupos de personas extranjeras en un cuerpo en Cristo.”[2]
Aquí está la raíz de nuestro entendimiento de este asunto: no en una ideología humana sino en el sacrificio de Jesucristo y su significado. No es una cuestión de filosofía política, ni filosofía moral, es la teología de la cruz. Y la Iglesia lo proclama encarnándolo en su seno y sabiéndose hacedora de paz (Mt.5,9), factor de reconciliación. “Me pregunto si hay otra cosa que sea más urgente hoy, por el honor de Cristo y por la extensión del Evangelio, que la Iglesia sea lo que debe ser; y que se la vea así, como lo que ya es por el propósito de Dios y la obra de Cristo: una única humanidad nueva, un modelo de comunidad humana, una familia de hermanos y hermanas reconciliados que aman a su Padre y se aman unos a otros, la morada evidente de Dios por su Espíritu. Sólo entonces el mundo creerá que Cristo es el pacificador. Sólo entonces Dios recibirá la gloria debida a su nombre.”[3]
La Iglesia y los cristianos cumplimos nuestra misión cuando somos Iglesia: comunidad de diferentes por mil factores humanos, que no viven las diferencias como un problema sino como una riqueza, construyendo y disfrutando de una fraternidad reconciliada. Y más necesario es este testimonio, cuanto más las sociedades se encierran en sí mismas, procurando un bienestar egoísta: yo, lo mío, los míos. Sólo siendo verdaderamente iglesia nuestro anuncio de reconciliación con Dios cobra autoridad y sólo así se manifiesta que el Evangelio de Jesucristo, el reino de Dios, ciertamente, “no consiste en palabras, sino en poder” (1ªCor.4,20).
3. SEMBRAR RECONCILIACIÓN(2ªCorintios 5,17-21). A la manera de Martin Luther King, empeñado en la reconciliación entre blancos y negros, reivindicando la dignidad de los unos negándose a considerar a los otros como enemigos, aún pagando el precio de su propia vida. A la manera del arzobispo anglicano sudafricano Desmond Tutu, que encabezó la Comisión para la verdad y la reconciliación en un país fracturado por el apartheid. A la manera de los comités de reconciliación en Ruanda, visitando las aldeas víctimas y victimarios juntos para alentar a la reconciliación (alentados por discursos de odio desde la radio, extremistas hutus asesinaron con machetes a 800.000 tutsis y hutus moderados en tres meses en 1994). A la manera de John Paul Lederach, cristiano menonita y uno de los más reconocidos mediadores internacionales. A la manera de Howard Zehr, cristiano menonita y padre de la “justicia restaurativa”. Y recordamos a hombres y mujeres que, reconciliados con Dios y con el Espíritu de Dios en su corazón, siembran paz y reconciliación en su propio hogar, su comunidad de vecinos, entre sus compañeros de trabajo o de universidad.
Mi respuesta. Un día, el proyecto de Dios de “reconciliar consigo todas las cosas” (Col.1,20) se hará realidad completa en la eternidad: “Una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. (Apoc.7,9-10).
Mientras tanto la Iglesia de Jesucristo anuncia que los brazos de Dios, como el padre del hijo pródigo, están abiertos para todos los que se vuelven a Él arrepentidos de su rebeldía y soberbia. Jesucristo hace posible esa reconciliación porque con su propia vida ha pagado nuestro rescate.
Ese anuncio sólo es creíble ante el mundo cuando la Iglesia y los cristianos nos negamos a contaminarnos de la crispación, del odio, de la violencia con que se conducen a menudo las relaciones sociales. Sólo es creíble cuando encarnamos y sembramos el espíritu reconciliador del Dios que habita en nuestro interior. Tenemos que confesar nuestra contradicción: “Demasiado a menudo nuestras vidas se caracterizan por el vigor del credo y la anemia de la acción. Discurseamos elocuentemente sobre nuestro compromiso con los principios del cristianismo, pero nuestras vidas están saturadas de las prácticas del paganismo.”[4]
Debemos acudir ante el Señor Jesucristo arrepentidos, para que su Espíritu llene nuestro sentir, pensar y vivir del carácter reconciliador de nuestro Señor. Salir a la calle trayendo palabras y acciones de reconciliación en el nombre de Jesús, nuestra RECONCILIACIÓN.
*** Notas:
[1]cfr. John Paul Lederach: Reconcile. Harrisonburg, VA.: Herald Press, 2014. Pg. 20.
[2] John Piper: Hermanos, no somos profesionales. Terrassa: Clie, 2010. Pg. 225.
[3] John Stott: La nueva humanidad. El mensaje de Efesios. Certeza, 1987. Pg. 108.
[4] Martin Luther King: “El amor en acción”. In La fuerza de amar. Barcelona: Aymá Editora, 1965. Pg. 35.
Autor: Emmanuel Buch Camí (Publicado originalmente en ALENAR)
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