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OPINIÓN / ALFONSO PÉREZ RANCHAL

¿A quién le importa el sufrimiento del inocente?

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"El sufrimiento del inocente está por doquier y es el más numeroso. Es inocente porque no hizo nada para merecerlo, no hay nada que aprender del mismo y, en no pocas ocasiones, el estado posterior es peor al primero". 

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(Alfonso Pérez, 28/11/2024) Una de las labores más importantes que los responsables de las iglesias deben realizar, es el acompañamiento pastoral a personas que están pasando por crisis emocionales. Aconsejar, estar al lado, animar al doliente pasan así a ser actividades de primer orden.

Salvo que hayan abrazado la fe de forma reciente, estos creyentes en crisis poseen todo un bagaje, un cuerpo de enseñanzas recibidas para afrontar tales situaciones. Las predicaciones en un momento u otro tocan el tema del doliente, libros al respecto tampoco faltan.

En el momento de más debilidad, en situaciones en donde hasta el respirar cuesta, el sufriente recibe dirección. Si se encuentra sumido en una fuerte depresión no puede pensar con claridad, es incapaz, en muchos momentos, de echar mano de su fe y aplicarla a lo que está viviendo.

Es enormemente significativo que esta falta de aplicación puede deberse no a su desconcierto interno, sino a que nada de lo aprendido, de lo escuchado, le es útil. Buscará dirección a tientas, en medio de su oscuridad parece que nada de lo que recibe tiene relación con él, está rodeado de consoladores ineficaces y molestos.

Los conceptos teológicos no sirven de mucho, a menos que le puedan hablar a alguien como Meg Woodson, quien busca a tientas el amor de Dios en un mundo cercado por la angustia. Me vino a la mente un ministro, un personaje de una novela de John Updike, que decía en medio de un debate interior: 'Hay algo que ha tomado un mal camino. No tengo fe. Mejor dicho, tengo fe, pero no parece tener aplicación'[1].

Es enormemente trágico que una determinada línea cristiana no tenga nada que decir al sufriente ya que su teología es tan deficiente que no es aplicable a esas situaciones vivenciales.

Existen demasiados “Job” que tienen que soportar, además de su inmenso dolor, los despropósitos de responsables de iglesias que pueden tener muy buena disposición, pero una profunda discapacidad como consejeros. Predicadores que parecen vivir en Matrix como resultado de una especie de programación que se traduce en irrealidad. Por extensión, están los miembros de esas iglesias que repiten, sin ningún sentido crítico, lo que escuchan continuamente.

Cada vez me encuentro con más casos de cristianos que no saben qué decir cuando ahora son ellos los que están sufriendo lo que no tiene lógica, lo que carece de cualquier justificación moral. Si anteriormente fueron ellos los que usaron para con otros, frases hechas, versículos tomados en su total literalidad y aplicados en todos los casos, ahora sufren esa misma situación. Como si se tratara de un puñetazo en pleno rostro, se percatan de lo inadecuada que puede llegar a ser esta forma de actuar. Al dolor se le suma la perplejidad, la fe naufraga[2].

El gran hueco, yo diría abismo, que tiene este tipo de pensamiento es que la figura del inocente no existe. Si todo lo que ocurre está dentro de los planes divinos, si todo lo que le sucede al creyente es parte del propósito del Creador para nuestras vidas, es que finalmente hay una razón para todo. Si cada cosa que pasa es una oportunidad para la madurez, para el aprendizaje, es que en definitiva la persona lo necesitaba. Si todo se puede en Cristo que nos fortalece la conclusión es que tenemos tan poca fe que no somos capaces de levantarnos de nuestras cenizas. Ante este panorama, el mensaje que se está transmitiendo una y otra vez es muy claro: el sufrimiento del inocente no existe. Si algo ocurre será por algún motivo.

Pero la realidad niega una y otra vez esta visión del dolor. Es más, el sufrimiento del inocente es omnipresente, y hasta que no se acepte y se siga una teología consecuente, los despropósitos, la insensibilidad y el dolor añadido a situaciones de por sí insostenibles se seguirán dando.  En esta forma de entender la realidad cuanto más compleja y dolorosa es la situación más inadecuada es la respuesta.

Quizá la tarea principal del ministro será alentar a las personas para que no sufran por motivos equivocados. Muchas sufren por las falsas suposiciones en las que han basado sus vidas[3].

Cuando una hambruna recorre algún país africano y millones de personas mueren, se trata de inocentes que sufren tal calamidad. Cuando un grupo armado entra en una población y tortura y mata a toda una serie de mujeres, estas también son inocentes. Pero esto mismo ocurre cuando un padre pierde a un hijo en un accidente de tráfico al reventarse una de las ruedas del vehículo de forma fortuita. Este padre y su hijo eran inocentes. También lo son los niños que tienen que ver cómo uno de sus progenitores mata al otro y, de igual modo, los inmigrantes que perecen ahogados en un intento desesperado por huir de sus lugares de origen en donde únicamente hay calamidad.

No hay nada que pueda justificar que un ser humano carezca de lo necesario para vivir con dignidad y que sus derechos más elementales no sean respetados. El dolor y la destrucción que esto produce en las personas va más allá de lo que parece en un primer contacto con el mundo de la pobreza [4].

El sufrimiento del inocente está por doquier y es el más numeroso. Es inocente porque no hizo nada para merecerlo, no hay nada que aprender del mismo y, en no pocas ocasiones, el estado posterior es peor al primero.

Todos los casos anteriores contradicen las frases hechas, los versículos que se suelen usar de forma automática, y colocan bajo el foco las predicaciones y las horas de consejería llenas de una teología falsa y destructora.

Pretender buscar una explicación a todo también responde a un mecanismo psicológico de compensación. Una madre puede soportar mucho mejor la muerte de una hija si, por ejemplo, era policía y salvó con un acto heroico a toda una familia que podía haber perecido en el incendio de su casa. Pero esa misma madre podrá torturarse mentalmente si su hija policía falleció al caérsele un árbol como consecuencia de un temporal. Aceptar el sinsentido es aún más duro.

Puede que se deba a que la mayor parte de las respuestas de la religión no están concebidas para aliviar el dolor de la persona que sufre, sino para defender y justificar a Dios, para convencernos de que lo malo es en realidad bueno, y que nuestro aparente infortunio sirve al propósito divino. Frases como ‘a largo plazo serás una persona mejor gracias a esto’, ‘da gracias por lo que has tenido’ o ‘Dios sólo elige las flores más bellas para su jardín celestial’, aunque bienintencionadas, golpean a la persona que sufre como si le dijeran: ‘Deja de compadecerte a ti mismo por lo sucedido. Había una buena razón para que sucediera de ese modo’. Pero lo que necesitan las personas que están afligidas no son explicaciones, sino compasión. Un cálido abrazo y unos minutos de escucha paciente reparan más corazones heridos que la charla teológica más elaboradora[5].

La mayoría del dolor que sufrimos no nos lo merecemos, vivimos en un mundo caído en donde las personas enferman, en donde mueren en accidentes de tráfico, o en donde millones de niños fallecen porque no tienen vacunas que atajen enfermedades que ya han desaparecido en los países desarrollados. Nuestro mensaje debe ser: no te lo mereces, no has hecho nada más que nadie para que esto te ocurra. Dios no te está tratando con dureza. Eres inocente.

Sistemas económicos que llevan a la muerte a poblaciones enteras, a muchos inocentes a pagar con sus vidas para que el llamado primer mundo pueda seguir sosteniendo su nivel de bienestar. Las razones, muchas veces, no están en nosotros, sino en otros, en otros casos sencillamente no hay razones, somos mortales y finitos.

Se debe enterrar de una vez por todas la idea del Dios intervencionista y remitirnos al Dios sufriente, el que está a nuestro lado a pesar de todo. Borrar de nuestras mentes al Dios que debe querer enseñarnos algo, usando hasta lo más trágico y terrible de nuestras vidas, por el que jamás usaría la muerte o la violación de una niña para dar una importante lección.

La figura del sufrimiento del inocente debe ocupar el lugar central de nuestro pensar a este respecto. Junto a ello la visión de un Dios que acompaña al doliente y que se aíra contra las injusticias debe ser reafirmada. También la de la paternidad divina, la del Padre que jamás maltrataría a ningún nivel a uno de sus hijos.

Esto traerá, en su momento, descanso, posiblemente evitará resentimiento en los creyentes, preguntas sin respuestas, y así podrán encontrar, más temprano o más tarde, consuelo en su fe. Además, finalmente no es el sufrimiento del inocente lo que tendrá la última palabra, sino el Dios bueno que los acogerá en su seno. Allí, se nos dice, serán consolados.

“Dichosos los que lloran, porque serán consolados.” Jesús en Mateo 5:4.

 

***Notas:

[1] P. YANCEY, Desilusión con Dios (Miami, Editorial Vida, 1990) 136.

[2] El uso literalista de determinadas citas bíblicas, en estos casos, suele ser escandaloso. Da igual que la realidad sea contraria ya que, finalmente, la misma será altera para que todo encaje. No es que determinado versículo esté equivocado, sino que lo está el intérprete.

[3] H. NOUWEN, El sanador herido (Madrid, PPC, 2012) 112.

[4] G. GUTIERREZ, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente (Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006) 56.

[5] H. S. KUSHNER, Cuando a la gente buena le pasan cosas malas (Madrid, Los Libros del Comienzo, 2008) 11.

Autor: Alfonso Pérez Ranchal

 

© 2024- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

Alfonso Pérez RanchalAlfonso Pérez Ranchal es Diplomado en Teología por el CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Licenciado en Teología y Biblia por la Global University y Profesor del CEIBI. Vive en Cádiz.  

 

 

 

 

 

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