ANÉCDOTAS DE UN PASTOR JUBILADO (12) / por MÁXIMO GARCÍA RUIZ

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"Una mañana cualquiera llaman a la puerta de nuestra vivienda, salgo a abrir y ¡oh sorpresa!, me encuentro ante mí con un sacerdote revestido totalmente de negro, de una estatura mediana, más bien baja..."

Mons. Julián García Hermando ("Don Julián") / Foto: Vida Nueva digital

(Redacción, 06/11/2024) Año 1968. Las fechas en estos relatos son importantes debido a que los hechos narrados se producen en épocas de mayor o menor intolerancia religiosa, según sea el caso.

Por mi parte, estaba recién instalado en Villaverde Bajo como pastor-misionero, después de una estancia pastoral de un año en Jaén. Aún no había cumplido los 30 años. La intolerancia religiosa en España, encarnada especialmente desde la Iglesia católica (nacionalcatolicismo) estaba todavía vigente, aunque en algunos sectores oficiales se hubiera aminorado a causa de la implantación de la Ley de Libertad Religiosa 44/1967. Por otra parte, la desconfianza y el resentimiento de los protestantes contra la situación socio religiosa, sustentada por el catolicismo radical ultramontano, era algo normal. La mayor parte de las familias protestantes había sufrido alguna experiencia dolorosa por parte de algún cura o monja.

Un dato importante para la época es que el Concilio Vaticano II (1962-1965), que había producido no pocas convulsiones en la propia Iglesia católica y un cierto desconcierto en el mundo protestante, estaba en pleno proceso de implantación.

Una mañana cualquiera llaman a la puerta de nuestra vivienda, salgo a abrir y ¡oh sorpresa!, me encuentro ante mí con un sacerdote revestido totalmente de negro, de una estatura mediana, más bien baja, de una edad aparente en torno a los 50 años, sonriente y preguntando si yo era el pastor bautista Máximo García.

Una vez repuesto medianamente del asombro, le invité a pasar. El hombre era grato, pero no melifluo. Su tarjeta de presentación fue que él estaba recién llegado a Madrid procedente de Segovia, con el propósito de impulsar, siguiendo el mandato del Concilio, el ecumenismo con otras confesiones cristianas, y le habían dicho (el pastor Ruiz Poveda de la IEE) que yo era una persona abierta al diálogo y esa era la causa de su presencia en nuestra casa.

Superada mi sorpresa inicial, le invité a pasar y tuvimos el primero de los encuentros de lo que llegaría a ser una fraterna y dilatada amistad, que perduró hasta su fallecimiento en el año 2008.

Me contó que procedía de Segovia, donde había sido el rector del Seminario Diocesano durante muchos años y en la actualidad estaba en proceso de fundación el Instituto Misionero de la Unidad, con la incorporación de un pequeño grupo de “monjas-obreras” (expresión de quien escribe este relato) dispuesto a fomentar la relación fraterna con las iglesias y colectivos cristianos no católicos. Más adelante supe que tenía 18 años más que yo, lo cual no fue obstáculo para que nuestra relación fluyera en un ámbito de confianza, respeto mutuos y amplia colaboración, una vez superados los prejuicios y barreras históricos.

Hombre humilde y dotado de una extensa formación, se ganó con su conducta y bien hacer el respeto de quienes le trataron, sin perder el que ya se había granjeado anteriormente en su trayectoria anterior. El Vaticano le concedió el título honorífico de Monseñor, un título de dignidad equivalente al de obispo.

No había acto o actividad protestante de interés en el que no se contara con la presencia y apoyo de “don Julián”, tratamiento que le fue reconocido a Mons. Julián García Hernando, tanto en sectores católicos como protestantes.

Por mi parte, acepté con gusto el impartir charlas y conferencias en el Centro Ecuménico de las Misioneras de la Unidad, que don Julián dirigió hasta su fallecimiento a los 88 años, y de colaborar en su revista.

Autor: Máximo García Ruiz. Noviembre 2024 / Edición: Actualidad Evangélica