OPINIÓN / por JORGE FERNÁNDEZ
"Dicen que se puede conocer mucho de una familia por la basura que tira", recordé haber leído en alguna parte. "¿Qué puede decir de una familia o de una persona su trastero?".
Vista parcial de mi belén
(JORGE FERNÁNDEZ, 16/12/2023) En nuestro trastero hay un montón de trastos (de allí el nombre1), cosas que guardamos que no necesitamos a diario o que no nos caben en los límites físicos de nuestro espacio cotidiano. Cosas útiles, de las que a veces echamos mano (maletas; ropas de la estación anterior, que volveremos a usar… o no; cadenas para las ruedas del coche, por si viajamos al norte en invierno; etc.).
También guardamos recuerdos familiares acumulados durante toda la vida, que han sobrevivido a las innumerables cribas en las innumerables mudanzas (en realidad han sido 13 mudanzas desde que me casé, mudanza de país una vez, y otras varias de ciudades en las que hemos vivido); cosas de dudosa (o ninguna) utilidad, de las que no nos atrevemos a desprendernos por si… (¿por si qué?)…
De vez en cuando el trastero requiere un orden y limpieza a conciencia, porque de lo contrario se hace imposible encontrar nada, ¡o incluso acceder al mismo sin el riesgo de quedar sepultados debajo de los trastos! Así que, cada tanto nos armamos de paciencia y hacemos un orden, tiramos alguna cosa, pero… no vamos más allá. Porque hacer una limpieza “a fondo” exige un tiempo, una larga pausa… y hasta una predisposición emocional para tomar decisiones más o menos drásticas… ¿Qué hacer con esa inmensa bolsa llena de peluches, que acompañaron tiernamente la infancia de nuestros hijos cuando eran pequeños? Regalarlos, claro. Pero, ¿ahora o más adelante? ¿Los colocamos más cerca de la puerta y consultamos a nuestros hijos cuando nos visiten desde el país extranjero donde estudian o trabajan?
A veces no queda más remedio que tirar cosas, porque la vida sigue adelante y los viejos trastos deben dejar su lugar a otros nuevos, y así sucesivamente…
Así pasó hace un par de años, cuando se me antojó cumplir un sueño que venía postergando y que, con la llegada de los nietos decidí concretar: me compré un belén. Lo compré por internet, un belén de diseño italiano precioso, con varias figuras a escala de hombres y mujeres campesinos, además por supuesto de las del niño Jesús en el pesebre, con José, María, los magos de Oriente y el buey; también algún cordero. Tiene una fuente de agua, un molino, y luces tenues por aquí y por allá, que simulan lámparas de aceite y un horno de pan, con su fuego llameante y todo.
Disfruté de montarlo, como un niño, y disfruté aún más de poder explicarle a mis nietos de 6 y 7 años la historia original de la Navidad con esa ayuda visual tan atractiva. ¡Tendríais que haber visto sus caritas de asombro! Eso sí, tuve que hacer alguna concesión extemporánea cuando uno de ellos quiso añadir a Spiderman, con lo cual, el belén quedó un poco heterodoxo. Pero la ilusión infantil a veces merece el sacrificio de una teología impecable… O al menos eso pienso yo.
Hace unas semanas, a principios de diciembre, bajé al trastero y volví a montarlo. Mientras lo hacía, observé el hueco que dejaba en el lugar donde permaneció guardado todo el año. Miré alrededor, al montón de cosas más o menos ordenadas que siguen esperando una decisión. Cajas que llevamos sin abrir desde las últimas mudanzas, hace años. Cajas cerradas llenas de adornos, de cartas (de cuando no existía Wasap y escribíamos cartas), de viejos casetes de música, vídeos VHS, y álbumes de fotos, de diapositivas, CDs… que forman parte de nuestra larga historia familiar…
Y, de pronto pensé que nuestros trasteros se parecen a nuestros corazones, llenos de recuerdos (algunos inconscientes, que a veces nos sorprenden aflorando de lo más recóndito de nuestro interior), de sentimientos, de imágenes y de “cajas cerradas” que no nos atrevemos a abrir hasta encontrar el momento, la pausa y la disposición de ánimo para acometer la empresa. Corazones llenos de cosas útiles y otras que deberíamos desechar, porque quizás fueron necesarias en su momento pero ahora estorban y no dejan espacio a lo nuevo que nos presenta la vida. Cosas a las que nos aferramos y que deberíamos soltar.
"Dicen que se puede conocer mucho de una familia por la basura que tira", recordé haber leído en alguna parte. "¿Qué puede decir de una familia o de una persona su trastero?".
Luego miré al hueco vacío y sonreí… “en mi corazón hay un belén”, pensé. Lo hay desde aquel día, a los 16 años, cuando hice limpieza de muchos trastos acumulados (complejos, temores, prejuicios, incredulidad, etc.) y con arrepentimiento pedí a Jesucristo que habitara en mi corazón. Ese día Él no solo entró y ocupó “un hueco”, sino que ¡ordenó el trastero de mi vida interior! Y aunque la tendencia al desorden sigue estando allí y de vez en cuando mi corazón necesita ser reordenado y limpiado, ya no es el caos que podría ser… ya no hay "cajas cerradas" que tema abrir...
Hoy me hace feliz tener un belén en mi trastero, pero me hace mucho más feliz tener al Jesús de Belén reinando en mi corazón.
¡Feliz Navidad!
Vista completa de mi belén
Jorge Fernández – Madrid, sábado 16 de diciembre de 2023.-
[1] Trastero, en España. En otros países se conoce como baulera, o con otros términos.
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