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OPINIÓN / POR MÁXIMO GARCÍA RUIZ
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La inmigración es, probablemente, uno de los temas más acuciantes de la Europa comunitaria. Para muchos es un problema...

(Textos e referencia:  Levítico 25:11, Lucas 6:20-26)

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Foto de Eric Masur en Unsplash

(Redacción, 12/12/2023) La inmigración es, probablemente, uno de los temas más acuciantes de la Europa comunitaria. Para muchos es un problema. Se refieren a la invasión de los inmigrantes. Se relaciona inmigración con delincuencia; se produce el miedo “al otro”, “al diferente”. Para otros se trata de una gran oportunidad; mayor riqueza cultural; desarrollo de la economía; apoyo contributivo a la Seguridad Social…

Sea como fuere, es evidente que vivimos tiempos de grandes cambios que afectan a todo el universo. Uno de los términos más recurrentes de este siglo es, precisamente, globalización.

Globalización de la economía; si la Bolsa de Tokio o de los Estados Unidos estornuda, la economía de Europa se constipa y la del Tercer Mundo sucumbe víctima de una pulmonía. Globalización de la enseñanza y de la cultura: ropa, cine, música... todo cobra un sentido global. Globalización de los medios de comunicación; de la ciencia, del arte, de los supermercados... Idéntico modelo, las mismas marcas, en cualquier parte del mundo.

Y, en contraste, cada vez son más ingentes las masas de hombres y de mujeres que se ven obligados a desplazarse de un lugar de origen a otro, errantes, sin que resulte sencillo encontrar un lugar adecuado para ellos.

Los campos de refugiados se han convertido en una imagen muy conocida en nuestro tiempo. Tutsis y hutus; bosnios y kosovares; subsaharianos de la Africa profunda y gitanos del centro de Europa; israelitas y palestinos, rusos y ucranianos… Y los desplazados de sus hogares por el hambre u otras causas, magrebíes, argelinos, latinoamericanos…, sin que resulte sencillo encontrar un lugar digno donde vivir. En el mundo no hay lugar para ellos.

Este es uno de los primeros planos de nuestra realidad contemporánea. Pero hay otros planos muy diferentes, especialmente en el mundo occidental. La economía crece, los coches son cada vez más y mejores, los recursos son incontables, el acceso a la enseñanza superior se ha universalizado. No obstante, incluso en este mundo de avances notables y de conquistas inimaginables, hay miles y miles de personas que no tienen lugar donde situarse (componen el llamado Cuarto mundo, las bolsas de pobreza más lacerante del primer mundo occidental contemporáneo). Obviamente, necesitamos un mundo mejor.

Un mundo donde quepan todos

Creo que, a todos nosotros, por coherencia ideológica a los cristianos en especial, interesa conocer un dato importante acerca de este mundo globalizado porque, en definitiva, el valor del Evangelio está en dar respuesta a los problemas cotidianos. Estos datos tienen que ver, a su vez, con el uso que hacemos de los recursos.

1. El 82,7% de la riqueza universal está en manos de un 20% de la población; el otro 17,3% de la riqueza tiene que repartírselo, también de forma irregular, el resto, es decir, el 80% de la población.

2. No cabe duda de que se trata de una manifiesta injusticia esta formade distribución de los recursos.

Esos datos, puede ser que no coincidan con lo que leemos en la Biblia, pero si nos aproximamos a los profetas del Antiguo Testamento, o al mismo Jesús, nos encontramos con un lenguaje de denuncia muy radical ante situaciones semejantes a la que comentamos. Y esta realidad provoca en determinados sectores una lucha sin tregua. Lucha contra la exclusión que se produce en el mundo contemporáneo y plantea un reto grande para la fe individual y para las iglesias, ante el que no deberíamos mantenernos impasibles.

1. Ese reto, desde el punto de vista cristiano, se afronta tratando de entender qué quiso decir Jesús cuando ordenó: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia

2. La clave nos la dan los evangelios sinópticos en cuyo inicio se mezclan los conceptos “Reino de Dios” y “Jubileo”.

Tanto el Reino de Dios que Jesús proclamó, como el Jubileo, son una clara respuesta a la dominación y a la exclusión. Es un proyecto por un mundo en el que quepan todos. En el mismo pasaje sobre su primera predicación en la Sinagoga de Nazaret, Jesús ofrece dos ejemplos de la intervención de Dios en la historia. Por una parte, el caso de una viuda de Sidón y, por otra, el caso de un hombre leproso de Siria.

Ambos son no-judíos; ambos son doble o triplemente excluidos de la salvación, según la ideología dominante de los judíos; ella por ser mujer y viuda; él por ser leproso e impuro. Según Lucas, la conducta de Jesús indignó a sus paisanos, que se llenaron de ira e intentaron matarle. El aviso es claro: no se puede romper el statu quo impunemente. No se puede ir contra corriente, sin pagar un precio.

Ciertamente el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios es inclusivo y, por tanto, profético y revolucionario. Pocas revoluciones en el mundo han sido tan radicales como la del Reino de Dios. En él tienen prioridad las mujeres desvalidas y los niños, las personas enfermas e impuras, los pobres, los marginados, los desplazados... Y hace Jesús una afirmación contundente: los primeros serán los últimos; los últimos, serán los primeros.

Justicia y misericordia

Tanto el Jubileo como el Año Sabático y el Día de Reposo, fueron implantados para encarnar en el pueblo hebreo la justicia y la misericordia, es decir, la verdadera espiritualidad.

Se trata de mecanismos para redistribuir las riquezas. Porque no debemos perder de vista que la riqueza es el mayor instrumento de dominación en manos de los seres humanos. ¡Remisión de deudas!, ¡liberación de los esclavos!, ¡redistribución de las tierras! Estas eran las exigencias del Jubileo. Esto si que es un proyecto progresista y revolucionario. ¡Qué radicalidad! ¡Qué fuerte!, como dicen ahora los más modernos.

Los tres mecanismos revolucionarios que prevé el sentido de justicia y misericordia del Reino de Dios y que recupera Jesús de los profetas, es decir, se está proponiendo un nuevo orden, un nuevo sistema social.

El programa está resumido en el Padrenuestro. En pocas palabras: “Danos hoy nuestro pan de cada día”; ni más ni menos. Los primeros cristianos se lo tomaron muy en serio. Intentaron ponerlo en marcha, redistribuyendo los bienes para atender a todos por igual. No sabemos por qué el intento terminó degenerando y desapareciendo. Pero debemos afirmar que los principios éticos que dieron origen a estas normas permanecen vigentes y constituyen un paradigma bíblico para nuestros días.

No obstante, debemos reconocer que estos principios son difíciles, no tanto de creer, sino de aceptar y practicar de manera efectiva. Ahora bien, en tanto la Iglesia no busque la forma actual de ponerlos en práctica, seguirá pasando desapercibida para la sociedad, y nadie tomará en serio su mensaje.

+++

Está sobradamente demostrado que la naturaleza humana tiene la tendencia a ser excluyente. Todavía llegan hasta nosotros los ecos del “apartheid” en Sudáfrica o de la segregación de los negros en Estados Unidos o en las “provincias” españolas de Cuba, de Puerto Rico... Sólo pensar en ello seguro que a todos nos repugna.

Fueron necesarias voces proféticas que despertaran no sólo a la sociedad, sino a las iglesias, denunciando que la segregación es incompatible con la fe cristiana (también con la fe de otras confesiones religiosas).

Ahora bien, en torno a estos datos, reflexionemos sobre la referencia que introducíamos al principio. España tiene el índice más bajo de natalidad de Europa, que equivale al más bajo del mundo. Progresivamente, las nuevas generaciones no reponen los huecos que van dejando sus abuelos y sus padres tanto en el mundo del trabajo, como del arte, de la cultura, etc.

Para muchos se ha convertido en un tema preocupante. Espacios que van quedando vacíos para que vayan siendo ocupados por los inmigrantes, desplazados por el hambre y por las guerras. Es una forma nueva de poner en marcha el Jubileo, una redistribución a medio plazo de los recursos. Una forma de luchar contra la exclusión racial, contra la pobreza...

Y en este proceso de reajuste se deja oír la voz de Dios clamando por la justicia. A través de Isaías reclama: “... Haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isa. 1:17). Y Jesús, por su parte, alerta: “...Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). El mundo actual no pide limosnas; exige justicia.

Iglesia y sistemas dominantes

Frente a ese tremendo desafío de un mundo donde quepan todos, frente al mandato de Jesús de buscar primero el Reino de Dios y su justicia, frente al clamor secular de muchas organizaciones sociales por la inclusión plena de los pobres, las mujeres, los inmigrantes, los discapacitados, descubrimos con gran preocupación, que algunas iglesias, algunos de nosotros, siguen o seguimos manteniendo posturas exclusivas y excluyentes. Iglesias que se han acomodado en exceso al sistema imperante y han perdido, hemos perdido, algo muy evangélico, muy protestante, como es el sentido crítico de denuncia.

Las iglesias tienen que velar por no justificar los sistemas de dominación, ni identificarse con ellos, como tantas veces ha ocurrido. A título de ejemplo, comparto unas palabras de Juan Ginés de Sepúlveda, del siglo XVI, representante de la cultura cristiana dominante, que hoy puede que nos repugnen, pero que, en formas diferentes, han sido el patrón seguido por las iglesias en demasiadas ocasiones:

“...Con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas... y estoy por decir de monos a hombres.

...Siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos e inhumanos, se niegan a admitir la dominación de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos, dominación que les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa justa, por derecho natural, que la materia obedezca a la forma, el cuerpo al alma, el apetito a la razón, los brutos al hombre, la mujer al marido, los hijos al padre, lo imperfecto a lo perfecto, lo peor a lo mejor, para bien universal de todas las cosas”.

Es evidente que, si la Biblia se lee por el indígena, por la mujer, por el marginado, por el extranjero, por el que está desprovisto de cultura, la interpretación no puede coincidir con las conclusiones a que llegan Ginés de Sepúlveda y, con él, tantos otros. Por eso hay que aprender a releer la Biblia haciendo uso de una hermenéutica adecuada. Hay que aprender a buscar el verdadero sentido espiritual de la Biblia. Hay que leer la Biblia con un sentido de globalidad y respeto a todos los seres humanos, a fin de encontrar el sentido de justicia y misericordia que encierra.

Conclusión

Y ahora, para terminar, llegamos al punto de las conclusiones. ¿Y a qué conclusión podemos llegar? Yo diría que, al menos, a una importante: que seamos capaces de reflexionar; que no rehuyamos el pensar. Porque desde el momento en el que el Evangelio no nos fuerce a la reflexión, algo grave está sucediendo. La relectura de la Biblia ha de conducirnos a una tensión continua que nos lleve a descubrir la misión de Dios para cada momento. Esta misión ha de traer, necesariamente, justicia y bienestar integral para todos. Y la iglesia está llamada a ser un agente del Reino de Dios.

Frente al pesimismo y a la desesperanza de muchos, por un lado, y el triunfalismo de otros, Dios nos llama a proclamar el Jubileo, el Año Santo, el Reino de Dios. El reto es que la iglesia cristiana contribuya a un mejor reparto de la justicia, a un reconocimiento de los derechos de los más pobres, de los marginados, de los hombres y mujeres del Tercer Mundo. Y también del Cuarto. Que podamos celebrar el Reino de Dios en el Norte y en el Sur, hasta lo último de la tierra. Porque, si la iglesia no aspira a transformar el mundo (aunque no lo consiga), es que es una iglesia muerta.

Autor: Máximo García Ruiz. Diciembre 2023 / Edición: Actualidad Evangélica

© 2023- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 31 libros y de otros 14 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

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