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OPINIÓN / POR MÁXIMO GARCÍA RUIZ

Vida desde la muerte

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"Ciertamente, lo que ocurrió entonces en la cruz, forma parte también de nuestra historia, de nuestra particular historia."

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(Máximo García Ruiz, 09/02/2023) “La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom. 6:23). Es una paradoja. Una paradoja difícil de entender. Pero así lo afirma no solamente la Biblia, sino la propia naturaleza. 

¡Vida a partir de la muerte! Este es, posiblemente, uno de los mensajes más destacados que nos ofrece la Biblia. Estas dos palabras (vida y muerte) aparecen juntas también en otros pasajes. Pablo dice a Timoteo: “Jesucristo... quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (1ª Tim. 1:10).   

En palabras de Jesús: “El que oye mis palabras, y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24). O en la primera carta de Juan, en una confesión de fe de la comunidad: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida” (1ª Jn. 3:14).

Claro que el texto sobre el que reflexionamos tiene una contundencia radical:  “La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

Vida y muerte. 

Vida y muerte no son únicamente dos palabras, dos conceptos, o dos ideas. Con ellas se describe un camino, una historia. Un camino y una historia que tienen dos puntos de referencia básica: la cruz, con todo el significado que encierra; y la resurrección, sobre cuyo acontecimiento gira en buena medida la historia de la humanidad.

Ciertamente, lo que ocurrió entonces en la cruz, forma parte también de nuestra historia, de nuestra particular historia. Muerte, sí, pero de ella hemos salido a flote con la vida. De ahí el valor testimonial de Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida”. Una experiencia personal.

Es importante, por otra parte, el orden de las palabras. No se dice de la vida a la muerte, siguiendo con ello la secuencia natural de “nuestra” concepción de la historia:  nacer—crecer--morir. Ese es un itinerario de viaje que nos resulta propio; algo familiar. Digamos que éste sería el plan lógico, lo que nuestro sentido común nos dicta. Pero el itinerario de Dios se presenta de otra manera. La historia de la Pascua comienza con la muerte y el sepulcro y termina con la vida.

La muerte, recompensa del pecado.

El texto nos presenta al pecado como algo que merece un precio, una recompensa, o un sueldo o salario. Se presta un servicio determinado y se percibe el sueldo acordado. Esto es lo que tú te has merecido. Aquí lo tienes. Es tuyo. Te pertenece. Tómalo.

¿Y qué es la muerte en el significado que el texto bíblico le confiere? No se trata simplemente de que hemos de morir, en el sentido físico, en el sentido clásico del término. La muerte es algo mucho más importante y peligroso. La muerte es el gran NO que se levanta sobre nosotros como una gran sombra, como una gran barrera. Es el gran juicio de Dios. Tu vida, mi vida, lo que consideramos vida, no tiene un sentido final; no tiene un valor definitivo para Dios.

Muerte significa que no hay futuro, que no hay perspectiva, que el camino está cegado, que no tiene salida. Y esa es nuestra historia. Así de simple. Así de sencillo. El pecado paga con la muerte, con la destrucción, con la nada. El pecado es la oquedad, el vacío, la absoluta nada”.

Un nuevo camino de esperanza.

Ahora bien, entonces, ¿qué significado tiene la historia de Jesús? Jesucristo estuvo en el sepulcro como un muerto. Sufrió, fue crucificado, murió y fue sepultado.

Él quería que nuestra historia se convirtiera en su propia historia. Tomó sobre sí nuestro pecado. Y se dispuso a recibir, en lugar nuestro, la recompensa que el pecado ofrece; todos nosotros yacíamos en el sepulcro con él. Nuestra muerte ocurrió allí. Estuvimos presentes. Y así, el NO destinado a nosotros (la gran NEGACIÓN), hizo irrupción violentamente en Jesús. De esta forma, se ha despejado nuestro camino y se abre un capítulo nuevo de la historia de los hombres y de las mujeres. A partir de ahí comienza a tener sentido lo que antes no lo tenía. A partir de ahí se abre un camino a la esperanza.

Actitud ante la cruz.

Esta situación nos coloca ante una necesaria reflexión. ¿Qué actitud tomamos nosotros frente a la cruz? En aquel momento, los que estaban alrededor de la cruz, reaccionaron de formas muy diversas: Unos reaccionaron con el odio, otros con la burla, otros con el escarnio..., algunos con la indiferencia. Hombres y mujeres intoxicados por el odio los hubo entonces y los ha habido siempre. El odio ciega el entendimiento.

También los hay que se paran a mirar de lejos: ni se burlan, ni gritan, ni hacen escarnio, pero tampoco toman parte, no se comprometen ni a favor ni en contra. Lutero afirmaba que no podemos ser espectadores ante el Gólgota. Y José Martí dijo que “ver un crimen en calma es cometerlo”. Frente al drama de la cruz, la impasibilidad resulta ciertamente culpable.

No sirve, pues, contemplar este hecho como quien contempla una pieza de arqueología o una obra de arte: cada vez que la miramos podemos apreciar valores diferentes; tampoco sirve observarla desde ángulos distintos. Nos vamos, y todo sigue igual. La fe cristiana tiene que renovarse, hacerse nueva, a partir del recuerdo de la cruz, de la experiencia de la cruz. Y, como consecuencia, tiene que involucrarse en el tejido social; dar respuestas a los problemas o angustias cotidianos.

La cruz de Cristo cobra significado y actualidad cuando la hacemos nuestra; cuando nos apoyamos en ella. De lo contrario, estamos simplemente como introduciéndonos en un museo. Porque, en definitiva, una cosa es el análisis de laboratorio, contemplar o recordar un hecho curioso, y otra el compromiso participativo. Por eso, cabe una pregunta importante y comprometida: ¿qué lugar estamos ocupando frente a la cruz?

***

En la cruz termina de acercarse el Reino de Dios a nosotros: hombres y mujeres; niños y ancianos; marginados, ricos, pobres... El Reino de Dios se hace historia entre los seres humanos.

En realidad, se abre la historia. La historia se muestra como un totum; y es entonces cuando se hace posible nuestra particular historia. A partir de ese momento somos algo, somos alguien.

 De la cruz brotarán unas palabras que sirven de base para reflexionar en ellas con mayor profundidad, las conocidas como “Siete Palabras de Cristo en la Cruz”. Esas palabras en realidad lo que hacen es buscar una respuesta. Pretenden provocar una postura, un comportamiento, una actitud, un compromiso.

Pablo, escribiendo a los efesios les anima a tomar decisiones personales: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14).

El mensaje de la cruz es un mensaje de vida desde la muerte. Ahora bien, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mar. 8:34). En virtud de esa decisión, podemos decir: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida”.

Autor: Máximo García Ruiz. / Licenciado en Ciencias políticas y Sociología; Licenciado y doctor en Teología. / Febrero 2023

© 2023- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 29 libros y de otros 14 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

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