OPINIÓN / POR MÁXIMO GARCÍA RUIZ
Tiempos de fe y esperanza
(Textos de referencia: Eclesiastés 3:1-8 y Romanos 8:1-26)
(Máximo García Ruiz, 08/03/2022) Pretendo reflexionar con mis lectores en torno a la fe. Y os pregunto y me pregunto: ¿Es pertinente hablar de fe en los tiempos que corren? ¿Podemos hablar de fe en un mundo secularizado, donde la increencia es uno de los signos de identidad más extendidos? Y aún más, ¿podemos hablar de fe en medio de una guerra que es capaz de arrasar los más elementales principios de derechos humanos?
Elsa Tamèz, una de las teólogas de habla hispana más destacadas de nuestros días, comentando el libro de Eclesiastés, habla de “sequía mesiánica”, que es tanto como hablar de sequía espiritual. ¿Podemos hablar de fe en un lenguaje inteligible a un mundo como éste?
La gran preocupación del teólogo y mártir alemán Dietrich Bonhoeffer giraba en ese entorno, es decir, se planteaba cómo poder hablar de Dios, compartir la fe, a un mundo secularizado, y hacerlo prescindiendo del ropaje de una religión que no siempre ha estado a la altura de las circunstancias.
Pero ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de fe? ¿De una fe trascendente o de una fe inmanente? ¿De una fe individual o de una fe colectiva? ¿De una credulidad pasajera o de un compromiso vital?
Desde la espiritualidad protestante, especialmente desde la tradición de la Reforma Radical, se enfatiza mucho la fe individual. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo...” (Mt. 16:16). O las palabras de Jesús a una mujer de condición moral dudosa: “Tu fe te ha salvado” (Luc. 7:50). Pero ¿cómo podremos desarrollar una fe al margen de la colectividad? ¿Es viable la salvación individual fuera del ámbito de la colectividad?
Desde la espiritualidad católica o, incluso, desde la espiritualidad de la emergente corriente neo-pentecostal, se pone énfasis en la fe comunitaria. ¿Dónde queda, entonces, la responsabilidad individual? ¿Son suficientes por sí mismas cada una de ellas? ¿Puede prescindirse de la fe individual?, ¿o tal vez de la fe colectiva? Por otra parte, no debemos olvidar que se puede ser creyente y estar muy lejos de la comunión con el Señor. Recordemos la advertencia del NT: “También los demonios creen y tiemblan” (Sant. 1:19).
Hace algún tiempo publiqué en una revista universitaria de orientación católica un artículo sobre la justificación, y lo titulé con calculada intencionalidad: “La justificación por la fe, ¿sola?”. La fe, sea individual o colectiva, es necesaria, sin duda, pero no es suficiente. Pablo y Santiago nos introducen en el tema de manera complementaria, añadiendo un nuevo elemento importante. Uno de ellos pone el acento en la fe; el otro en las obras. Los dos, Pablo y Santiago, son necesarios; ambas experiencias, la fe y las obras, forman parte de un todo.
Eclesiastés habla de sequedad, pero también habla de mesianismo. En el Mesías se deposita toda la esperanza de un pueblo de forma colectiva. Y el Mesías es enviado para establecer un nuevo orden justo. La esperanza infinita y la fe incondicional son los rasgos característicos de una experiencia mesiánica.
Nuestra época se caracteriza por todo lo contrario: es un tiempo antimnesiánico. Las utopías están pasadas de moda. La lucha solidaria motiva a muy pocos. Se trata de una sociedad de sálvese quien pueda. Los valores de esta sociedad poco tienen que ver con los valores mesiánicos.
Pues bien, la pregunta que quisiera dejar con aquellos que hayan tenido la paciencia de seguirme hasta aquí, es ésta: ¿Cómo poder hablar de fe en tiempos de sequía espiritual? O si se quiere plantear de otra forma, ¿Cómo convertir la sequía espiritual en un vergel? La recomendación del Apóstol es: “Andad en el Espíritu” (Gál. 5:16). Y añade: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz... (Gál. 5:22). Y a esas alturas, no se me ocurre un camino mejor.
Jesús, ante la impotencia de sus discípulos, les señala su falta de fe; y les marca un camino: “Este género no sale sino con oración y ayuno” (Mat. 17:21). Es decir, exige un compromiso vital.
La fe brinda al creyente una proyección de futuro que nadie le puede arrebatar, incluso en tiempos de guerra como los que nos toca sufrir, ofreciéndonos una vida plena.
Como afirma Eclesiastés:
haya tiempo para amar en tiempos de guerra;
para plantar en tiempos de desolación;
para vivir con gozo la vida aún en tiempos de muerte.
Es el tiempo de la fe y de la esperanza contra la desesperanza y el materialismo envolvente, contra la desesperación y la guerra.
Autor: Máximo García Ruiz. Marzo 2022 / Edición: Actualidad Evangélica
© 2022- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.
*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 29 libros y de otros 14 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.
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