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OPINIÓN / DAVID CASADO CÁMARA

Los últimos acontecimientos en los EEUU y su sentido

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(DAVID CASADO CÁMARA, 13/01/2021) | Ya sé que lo que se lleva hoy es analizar los hechos desarraigándolos de la cadena de sentido en la que se hallan insertos. Se les mira de un lado, de otro; se les dan mil vueltas, pero siempre en su estricta mismidad, sin preguntarse con qué otros acontecimientos están relacionados.

En el fondo, es un ejercicio de ensimismamiento incapaz de ver antecedentes o paralelismos que arrojen luz sobre lo ocurrido, de tal modo que, al final, la única luz que los ilumina es la de las llamas del incendio por ellos provocado. Me parece, pues, importante analizar su sentido comparándolos con hechos similares muy relevantes.

En el análisis del asalto al Capitolio del pasado día 5 de enero por las hordas trumpianas y de los acontecimientos que lo posibilitaron, casi nadie ha salido de ese ensimismamiento, de esa burbuja hermenéutica de la realidad. De ahí que su sentido haya aparecido solo cuando la zozobra ocasionada por el incendio lo ha revelado. Y aun así, todavía, según las encuestas de las que tenemos noticia, casi la mitad de la población se niega a verlo.

Son muy pocos los que han llamado el asalto por su verdadero nombre: intento de golpe de estado, por medio del cual el Sr. Trump ha tratado de usurpar el poder que las urnas le han otorgado al Sr. Biden. Un intento que no ha tenido nada de improvisado o espontáneo. Desde que ganó las elecciones de 2016, y también mucho antes, el Sr. Trump se dedicó a esparcir mentiras en cantidades industriales para convencer al personal de que dichas mentiras eran verdades. Al tiempo, cargó contra la prensa que no se avino a seguirle el juego, expulsó de sus ruedas de prensa a los periodistas incómodos, llegando, en algunos casos, a facilitar datos personales suyos como direcciones o teléfonos para que sus acólitos pudieran amenazarlos y, así, silenciarlos. Pero no fueron solo los periodistas. También fueron los funcionarios y políticos, con llamativos casos como el del gobernador republicano de Georgia al que acosó para que le beneficiara injustamente, certificando en falso. Pero tampoco fueron los políticos de otros estados. La expulsión afectó también al personal de su propio equipo que no se avino a suscribir sus disparatadas demandas, a quienes cesó o hizo dimitir, acusándolos por añadidura de cobardes y traidores.

A ello hay que añadir la creación de un enemigo que le sirviera de percha para todos los golpes posibles, propinados desde la exaltación irracional de un supuesto espíritu americano en forma de nacionalismo violento, atávico y visceral. Nacionalismo presente en la población blanca más desfavorecida, pero que también alcanza más colectivos como son, entre otros, el de las fuerzas de seguridad cuya pasividad e indulgencia posibilitaron un asalto para el que debían haber estado preparadas porque se había anunciado previamente, y del que quizás nunca sabremos las auténticas ramificaciones.

Pura estrategia de marketing político. Hacer de todos ellos un único enemigo con múltiples cabezas. Uno exterior y otro interior. En el exterior, China y Rusia. En el interior, Bill Gates, George Soros, el extranjero, el negro, un partido demócrata reconvertido por ellos en agrupación de izquierdistas radicales, y una prensa no sometida calificada de mentirosa, configuraron un único enemigo doméstico, a pesar de la más que evidente falta de homogeneidad del grupo. Falta de homogeneidad que se acrecienta con la incorporación de última hora de los republicanos que dejaron de plegarse a sus deseos en el último momento, que en el colmo del insulto fueron señalados como traidores, antipatriotas faltos de la hombría necesaria para hacer lo correcto.

Aunque el plan no alcanzó el objetivo de impedir la investidura del ganador legítimo de las elecciones, hay que concluir que fue brillante porque casi lo consiguió y porque ha conseguido convencer a decenas de millones de personas de la bondad de su prédica. Brillante, pero no original, porque en realidad se trata de una milimétrica puesta en escena del plan ejecutado por Hitler y Joseph Goebbels, que, tras el incendio del Reichstag, les sirvió para convertir el poder alcanzado en las urnas en una dictadura de derechas. Plan, que descansa en la conocida máxima de que repetir las mentiras incesantemente hace que se conviertan en verdades.

La diferencia entre ambos planes estriba en que Hitler y Goebbels sí lograron su objetivo último, dado que el incendio del “capitolio” alemán se convirtió en la antesala de todo lo que vino después. En el momento de escribir estas líneas no se sabe qué ocurrirá el próximo día 20, fecha en la que Trump dejará su cargo, ni en los meses siguientes. En cualquier caso, lo hasta aquí ejecutado ha sido un calco del plan nazi, pues al igual que sus maestros se ha servido de una situación difícil para lanzar sus mentiras y soluciones simplistas y engañosas, amén de servirse ilegítimamente de la violencia. Es cierto que la situación es difícil, desesperanzada a causa de la precariedad laboral y desigualdad social crecientes, heredadas de una globalización que solo ha atendido a los intereses de los grandes actores económicos. Pero ahora, al igual que entonces, tanto la explicación de la misma como las soluciones dadas por el Sr. Trump son incompatibles con cualquier atisbo de racionalidad. Y si entonces llevaron a donde llevaron, ahora, una vez prendida la mecha, tampoco conducirán a nada bueno.

¿Cómo ha podido ser que semejante personaje haya embaucado a tantos y tantos evangélicos, especialmente en su país? ¿Cómo puede ser que lo hayan considerado como el mesías que vendría a rescatarles de la difícil situación que se está atravesando? ¿Cómo puede ser que hayan visto en él un defensor de los valores cristianos, cuando su propia vida es la negación de los mismos? ¿Cómo siguen creyendo a pies juntillas que las elecciones se las han robado, cuando las pruebas que dice tener y haber presentado a los tribunales no aparecen por ningún lado, salvo en su delirante discurso? ¿Cómo es posible que confundan un tipo que desprecia la vida de sus compatriotas y se aprovecha del cargo para interrumpir todo lo interrumpible a fin de posar con una Biblia en sus manos para satisfacción de sus fans?

Evidentemente, no sé las respuestas. Pero lo que sí sé, es que lo sucedido en la Alemania de Hitler se parece como una gota de agua a otra con lo que está sucediendo en USA. Allí también hubo cristianos alemanes que al principio le vieron como un salvador, un jefe que les guiaría a un reino milenario cristiano, obviando que el evangelio debe vivirse y predicarse al estilo de Jesús, es decir, sin recurrir a la violencia para imponerlo. No obstante, la seducción se dio. A tantos alcanzó que la mayoría de los cristianos de Alemania se agruparon al inicio de los años treinta en un movimiento denominado Cristianos Alemanes. Aunque el grupo no era exactamente un bloque, sí que había un consenso generalizado en apoyar a Hitler, ya que confiaban en que recuperara el espíritu patrio herido, una economía depauperada y completara la faena eliminando a los comunistas.

El conjunto más numeroso y beligerante a favor de Hitler de los Cristianos Alemanes, publicó, en el contexto de una reorganización de la iglesia evangélica alemana buscada por Hitler y sus seguidores, unas directrices de las que entresaco las siguientes perlas, que pueden encontrarlas con mayor detalle en el libro Iglesias de ideología nazi; el sínodo de Barmen (1934):[1]

.  "Luchamos… para formar una iglesia evangélica del Reich."

.  "Profesamos una fe en Cristo que se afirma con la raza, como corresponde al espíritu alemán y a una piedad heroica."

.  "Vemos en la raza, el pueblo y la nación unos órdenes de vida que Dios nos ha confiado… por ello hay que oponerse a la mezcla de razas."

.  "Nosotros sabemos algo sobre el amor cristiano para con los desvalidos, pero al mismo tiempo exigimos protección del pueblo contra los incapaces y los inferiores."

.  "Queremos superar por medio de la fe en nuestra misión nacional mandada por Dios, los perniciosos fenómenos del pacifismo, internacionalismo, masonería, etc."

A pesar de que estas directrices se dieron para una nueva organización de la iglesia y no para modificar la confesión de fe, es evidente que es mentira. En realidad, suponen la la enmienda a cualquier confesión de fe cristiana digna de tal nombre. Una negación del evangelio, tal como vio un grupo minoritario de cristianos de Alemania que se denominó Iglesia Confesante, entre los cuales destacó Karl Barth. Éste denunció lo que estaba ocurriendo como el triunfo de la ideología hitleriana sobre el espíritu del evangelio. Pues no de otra forma podía considerarse el fenómeno por el que se estaba buscando a Dios fuera de su palabra; y su Palabra, fuera de Jesucristo; y Jesucristo, fuera de las Escrituras, siguiendo las consignas de Hitler. Eso a pesar, como él sigue diciendo, que todos en la iglesia estaban de acuerdo en lo contrario.

Como puede apreciarse, a pesar de ciertos detalles, los paralelismos con la situación actual son enormes. Por eso quiero finalizar estas líneas con otra reflexión de Karl Barth, plena de sentido para el momento presente, frase que resume lo que debiera ser la actitud de la iglesia y, por tanto, la de los cristianos: “la iglesia predica el evangelio en todos los reinos del mundo. Los predica también en el III Reich, pero no bajo él ni en su espíritu”.

[1] Héctor Vall. Sígueme 1976, pág. 62-64 y 78-79.

davidcasadoAutor: DAVID CASADO CÁMARA. El firmante de esta reseña es autor de diversos artículos y del libro “Apocalipsis, revelación y acontecimiento humano”.

© 2021. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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