OPINIÓN / REFLEXIONES EN LA NUEVA NORMALIDAD
Nos queda la mirada...
(JORGE FERNÁNDEZ, 13/08/2020) Entre las muchas cosas que nos ha quitado la pandemia, está esa mitad inferior de la cara que ahora permanece oculta detrás de una mascarilla, de uso preceptivo y obligatorio en las principales ciudades del mundo debido a la pandemia del covid-19.
Pronto nos hemos dado cuenta de la dimensión de dicha pérdida, y no solo por cuestiones estéticas o emocionales, por lo que supone el no poder disfrutar de una sonrisa bonita o de lucir -en el caso de las chicas- unos labios coloridos y bien delineados. Eso también es una pérdida, pero, para aquellos que padecemos alguna carencia auditiva, por ejemplo, el movimiento de los labios al hablar nos aporta un complemento informativo importantísimo que, al faltarnos, nos dificulta la conversación enormemente.
En el otro extremo, esas personas que normalmente apenas abren los labios para hablar, a las que, ya de por sí, no se las entiende fácilmente, ahora tienen que esforzarse por locutar con la claridad profesional de un Matías Prats o de una Pepa Bueno, si quieren que se les escuche.
Si a eso le añadimos el distanciamiento social que nos impide, entre otras cosas, darnos un abrazo, una caricia, un fuerte apretón de manos o un par de cariñosas palmadas en la espalda, es decir, todos esos códigos gestuales de comunicación “no verbal” tan elocuentes y tan comunes en nuestra cultura mediterránea, entonces nos daremos cuenta de cómo de afectada está hoy en día nuestra capacidad de comunicarnos los unos con los otros.
Sin embargo, no todo es negativo. Los seres humanos hemos sido creados con una gran capacidad de adaptación, como lo demuestran las personas que han perdido alguno de los sentidos naturales -la vista, el oído, el tacto…- que desarrollan de forma extraordinaria el resto de los sentidos que conservan. Así, una persona que ha perdido la vista puede agudizar su sentido del oído, el tacto, el gusto o el olfato, muy por encima de la media, de lo normal. Y lo mismo sucede con personas sordas o mudas, que aprenden a comunicarse de forma no verbal, a través del lenguaje de signos y leyendo los labios, con una facilidad asombrosa.
Con el uso generalizado de las mascarillas, hemos perdido muchas cosas, pero nos queda la mirada… La mirada es un recurso muy importante en lo que se refiere a la comunicación, y en estos días tenemos la oportunidad de redescubrirlo en sus múltiples facetas y expresividad.
Hay miradas que expresan asombro; hay miradas de enojo. Hay miradas risueñas y las hay de dolor. Hay miradas cándidas; hay miradas desconfiadas. Hay miradas traviesas; hay miradas impúdicas. Hay miradas amenazadoras; hay miradas tiernas. Hay miradas atentas; hay miradas de hastío. Hay miradas enigmáticas; hay miradas simples. Hay miradas limpias; hay miradas turbias. Hay miradas fulminantes; hay miradas llenas de compasión…
Mucho comunica la mirada, mucho más de lo que pensamos. Y puede que en estos tiempos de enmascaramiento colectivo las miradas adquieran un poder mayor del que tenían. Por ello, puede ser un buen ejercicio examinar nuestras miradas. No solo cómo nos miran otros, sino cómo miramos nosotros a los demás. Más aún: cómo miramos a nuestro alrededor… cómo miramos la vida.
Hay gente que va siempre con el ceño fruncido. Hay otros que van con las cejas en alto, con carita de pena o mirada de susto, todo el tiempo… Haremos bien en examinar nuestra propia mirada, porque con ella comunicamos, y ahora con la mascarilla… ¡es lo único que comunicamos! ¡Sin el auxilio de una sonrisa que compense esa mirada!
En la Biblia encontramos miradas apoteósicas. Por ejemplo, la mirada satisfecha de Dios a la ofrenda de Abel; la mirada absorta de Noé al salir del arca y ver la tierra devastada por el diluvio; la mirada nostálgica de la mujer de Lot, por la que se convirtió en estatua de sal; la mirada de menosprecio de Mical, cuando vio a su esposo el rey David danzar de júbilo en ropa interior; la mirada insostenible de Jesús a Pedro, tras negarle tres veces y oír cantar al gallo…
Hay miradas que condenan, como las de aquellos que se escandalizaban de que el Maestro aceptara que una mujer pecadora le lavara los pies con un caro perfume y con sus lágrimas; y hay miradas que liberan, como es la mirada de Dios, la de Jesús, que ve los corazones y no nos juzga por las apariencias sino por la sinceridad de nuestro arrepentimiento, nuestra gratitud y nuestro amor…
Que Dios nos ayude a mirarnos a nosotros mismos y a mirar a los demás como él nos mira: con empatía, compasión y amor. Así, en estos tiempos de pandemia en los que hemos perdido tantas cosas, aún tendremos esperanza. Porque no está todo perdido…
Porque … nos queda la mirada.
© Jorge Fernández – Madrid, miércoles 13 de agosto de 2020.-
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