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OPINIÓN / REFLEXIONES DESDE EL ENCIERRO
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"Para ser justos, hay que decir que la inmensa mayoría de los ciudadanos de España hemos actuado bien. Lamentablemente, los pocos que lo hacen mal, son muchos pocos… demasiados".

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(JORGE FERNÁNDEZ, 26/05/2020) “La mujer que me diste”, con esa breve frase de tan solo cinco palabras, que parece la letra de un tango, Adán dio origen a lo que, en el devenir de la historia humana, se convertiría en uno de los rasgos más universales y perversos de nuestra especie: esa tendencia natural, tan nuestra, a buscar en otros, y no en nuestras propias decisiones, a los culpables de nuestros errores y de sus consecuencias; a “escurrir el bulto”, a “echar balones fuera”, como se dice coloquialmente.

Con apenas cinco palabras, Adán se desentendía de toda responsabilidad en su transgresión y la atribuía, muy fresco él, de forma directa a la mujer, y de forma subsidiaria a Dios mismo. Hoy, desde la distancia, podemos juzgar de infantil y desvergonzada tamaña osadía; sin embargo, no podemos negar que somos hijos de Adán, y que esa misma tendencia forma parte de nuestro ADN espiritual.

Basta con ver cómo han manejado la situación nuestros vecinos portugueses para que tengamos que agachar la cabeza avergonzados...

Sin ir más lejos, miremos lo que pasa hoy en España con la crisis de la pandemia por el COVID-19. Si en los inicios de la misma se señalaba a los chinos, a los italianos y ¡ojo al dato! a los cristianos evangélicos como posibles “focos infecciosos” en Madrid que estaban propagando el virus en nuestro país - “vaya a saberse por qué y con qué intenciones”, según se especulaba en círculos conspiranoicos- hoy Gobierno, oposición, partidos políticos, jueces y grupos mediáticos, están señalándose unos a otros como responsables directos o indirectos, de los 27.000 fallecidos  y 235.000 contagios en nuestro país en estos dos meses de pandemia.

Y uno no puede dejar de preguntarse qué pasaría  si, en lugar de gastar tanta energía en buscar culpables y/o responsables ajenos de lo que nos pasa, nos dedicáramos con el mismo esmero y energía a asumir nuestras propias responsabilidades personales y a buscar soluciones entre todos. Si, de ese modo, no tendríamos ya la mitad de la crisis resuelta o, al menos, sobrellevaríamos mucho mejor sus múltiples efectos en la salud pública, en la economía y en la vida social.

Basta con ver cómo han manejado la situación nuestros vecinos portugueses para que tengamos que agachar la cabeza avergonzados, reconociendo que “otro mundo es posible” y otra forma de afrontar los problemas también. Hoy toda Europa mira a Portugal como un ejemplo de contención del virus en plena pandemia.

La difícil y costosa suspensión del Congreso Mundial de las Asambleas de Dios es quizás el ejemplo más visible de la responsabilidad con que las iglesias evangélicas de España han actuado y siguen actuando para ser “parte de la solución y no parte del problema”, en la lucha por contener los contagios en nuestro país...

Este pequeño país de 10 millones y medio de habitantes, que comparte el 100% de su frontera con España, apenas ha acusado 1.190 fallecimientos por coronavirus. Muy lejos de los 27.000 fallecidos en España, un país con una población cuatro veces mayor, es cierto, pero el dato es asombroso además si se compara con los 8.500 fallecidos habidos en la Comunidad de Madrid, con casi la mitad de la población de Portugal.

¿Cómo consiguió esa contención del virus nuestro país vecino? Los expertos señalan tres elementos clave: actuación pronta, unidad política y concienciación ciudadana. Y no necesariamente en ese orden.

Actuación pronta: Portugal cerró sus fronteras con España y otros países cuando tenía registrados 100 contagios y ningún fallecido; ningún gobierno europeo actuó en una etapa tan temprana. Sin duda hicieron caso del dicho popular: “Cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar”. O, como dice el proverbio bíblico: “El prudente ve el peligro y lo evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias” (Pr. 22:3). Sin duda, los portugueses fueron prudentes.

Unidad política: el presidente socialista Antonio Costa gobierna con el apoyo de los partidos de izquierda, pero en esta circunstancia y con el estado de alarma, ha contado con el apoyo de los conservadores que no han tenido reparos en elogiar públicamente sus actuaciones. Este ejemplo político contrasta con el de una gran parte de los países democráticos. En Alemania, España, Francia, Estados Unidos o Brasil la controversia política ha sobrepasado, en muchas ocasiones, a lo propia crisis sanitaria que se vive en estos países.

Concienciación ciudadana: este es quizás el aspecto más destacable y el que más nos concierne a los ciudadanos de a pie. Entre otras cosas porque fue la primera respuesta ante el problema, la de la sociedad civil, que fue por delante de las actuaciones de las autoridades en una exhibición de responsabilidad envidiable. Durante todo el estado de alarma, a pesar del cierre de una parte significativa de la economía portuguesa, no se decretó el confinamiento obligatorio de la población. Se apeló por la responsabilidad cívica colectiva de los portugueses, que ante lo vivido en España o Italia decidieron actuar y quedarse en casa.

La recomendación de la FEREDE de suspender todos nuestros cultos y actividades el día 12 de marzo, dos días antes de la entrada en vigor del estado de alarma decretado por el Gobierno, acatada por la práctica totalidad de las iglesias evangélicas de España de inmediato, es otra muestra de la responsabilidad y prontitud con que los evangélicos españoles reaccionamos ante la pandemia, sin que nadie nos prohibiera reunirnos ni nos obligara a cerrar. Puro civismo, responsabilidad social y amor al prójimo.

Gracias a esas actuaciones conjuntas por parte de la ciudadanía, partidos políticos y autoridades, los portugueses consiguieron contener mucho mejor el virus, salvar vidas, y hoy afrontar su desescalada con mejores pronósticos y expectativas que nosotros.

En España, en cambio, no damos crédito a lo que vemos en la calle. Ver cómo algunos restaurantes, bares, playas y parques, deben volver a cerrarse después de su reapertura, debido a la falta de civismo de muchos ciudadanos, que no respetan las normas de la desescalada y nos exponen a todos a indeseados rebrotes de contagios.

Pero también vemos a políticos, jueces, empresarios y medios de comunicación, enfrascados en la batalla cainita de siempre, buscando culpables y responsables fuera de nosotros mismos, pidiendo que rueden cabezas… “No nos merecemos estos políticos”, dicen unos. “La ciudadanía vota mal”, culpan otros. “No me apoyan”, “No nos piden apoyo”, se acusan Gobierno y oposición, respectivamente. Y como trasfondo, arriesgadas protestas callejeras, querellas en los tribunales, ceses y dimisiones al más alto nivel que no hacen más que agitar las aguas del conflicto social, en vez de calmarlas. Nada que se parezca a la unidad de nuestros vecinos portugueses. ¡Qué envidia!

Sin embargo, para ser justos, hay que decir que la inmensa mayoría de los ciudadanos de España hemos actuado bien. Lamentablemente, los pocos que lo hacen mal, son “muchos pocos”… demasiados.

Ahora bien, puestos a destacar actuaciones ejemplares en nuestro país, permítanme que hoy deje a un lado la particular modestia cristiana y, con toda justicia, destaque el comportamiento ejemplar de las iglesias evangélicas de España durante esta crisis de pandemia. Y quiero decirlo, a riesgo de parecer autocomplaciente, en una semana en la que todos los medios españoles hablan de nosotros por la suspensión (más bien aplazamiento) del Congreso Mundial de las Asambleas de Dios el pasado mes de marzo, pero ninguno de ellos lo hace para reparar en el ejemplar ejercicio de responsabilidad cívica de los organizadores de dicho evento. Solo destacan el hecho para atacar a otros. ¡Qué vergüenza! Más les habría valido a algunos imitarnos, en lugar de buscar hoy responsables de sus propias malas decisiones.

Nos sentimos legitimados para pedir a todos, autoridades y ciudadanos: ¡Por favor, basta ya de buscar culpables de nuestros propios comportamientos irresponsables!  ¡Basta ya de politiquear y jugar con la salud de los ciudadanos! Basta ya de escurrir el bulto y pensar como Adán...

La difícil y costosa suspensión del Congreso Mundial de las Asambleas de Dios es quizás el ejemplo más visible de la responsabilidad con que las iglesias evangélicas de España han actuado y siguen actuando para ser “parte de la solución y no parte del problema”, en la lucha por contener los contagios en nuestro país, pero no es el único. La recomendación de la FEREDE de suspender todos nuestros cultos y actividades el día 12 de marzo, dos días antes de la entrada en vigor del estado de alarma decretado por el Gobierno, acatada por la práctica totalidad de las iglesias evangélicas de España de inmediato, es otra muestra de la responsabilidad y prontitud con que los evangélicos españoles reaccionamos ante la pandemia, sin que nadie nos prohibiera reunirnos ni nos obligara a cerrar. Puro civismo, responsabilidad social y amor al prójimo.

Por eso hoy, cuando desde algunos sectores de la sociedad se pretende instrumentalizar nuestras decisiones con “vaya a saber qué intenciones”, los evangélicos españoles, con nuestras virtudes y defectos, nos sentimos legitimados para pedir a todos, autoridades y ciudadanos: ¡Por favor, basta ya de buscar culpables de nuestros propios comportamientos irresponsables!  ¡Basta ya de politiquear y jugar con la salud de los ciudadanos! Basta ya de escurrir el bulto y pensar como Adán: “la mujer que me diste…”, o “el país que me diste”, o “los políticos que nos diste”.

yo2Además de muy vieja, ésa es una excusa inútil y frágil, como inútil y frágil hoja de higuera que cubre nuestra desnudez moral.

Podemos cambiar. Convertirnos en una sociedad más cívica, honesta y solidaria. Con la ayuda de Dios es posible.

Que Dios nos bendiga.

© Jorge Fernández – Madrid, martes 26 de mayo de 2020.-

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© 2020. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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