SILBO APACIBLE / por GUILLEM CORREA
Los cristianos alemanes y el auge del nazismo (2)
Segundo artículo de una serie sobre un tema que preocupa al autor: el papel de la Iglesia cristiana ante la deriva de una parte de la sociedad hacia un neofascismo
27 septiembre de 1933. La Iglesia evangélica alemana se escinde en dos ramas: los llamados “cristianos alemanes”, de obediencia nazi, y la “Iglesia confesante”, que luchará por mantener su independencia.
(GUILLEM CORREA, 11/03/2019) | En el año 1937, cuando un numeroso grupo de sus seguidores decidió abandonar la Iglesia Católica, el mismo Hitler se opuso a tal iniciativa y animó a su círculo más íntimo a mantener su membresía católica.
Él mismo se reconocía católico. Su intención no era la de favorecer a tal iglesia sino que lo que pretendía era esperar el momento adecuado para la aplicación de sus planes.
Según el dictador alemán, el cristianismo era su enemigo porque se oponía a su ideología. El cristianismo predicaba un mensaje contrario a su ideario: frente a su intransigente ideología la Iglesia predicaba tolerancia. Y lo que era, a su entender, todavía peor: frente la idea nazi de supremacía aria la Iglesia predicaba la humildad expresada en la debilidad de Cristo y de Cristo Crucificado.
Hitler necesitaba una Iglesia católica neutralizada y una Iglesia Luterana unificada y postuladora de su ideología para lograr sus planes y a esa tarea dedicó buena parte de sus esfuerzos.
En su voluntad de reescribir la teología de la Iglesia, para que reflejara su ideología, en el transcurso de la guerra el nazismo desarrolló un plan de treinta puntos para controlar la Iglesia Unificada Luterana.
El primer reto era unificar a dicha Iglesia.
La Iglesia Luterana estaba organizada siguiendo el modelo político alemán según el cual en cada territorio ejercía su propia autoridad administrativa y eclesiástica. Esta descentralización era contraria a los intereses del régimen por lo que se buscó la forma y la manera de centralizar la estructura de la Iglesia a fin de tener un control más efectivo sobre la misma. No se cansaron en sus esfuerzos hasta lograrlo.
El segundo reto era el de cambiar el marco mental de la Iglesia.
Esta voluntad de control no se limitaba a cuestiones administrativas sino que en sus planes más secretos pretendía, entre otras muchas barbaridades, que a través de la Iglesia Nacional se volviera a prohibir la difusión de la Biblia, que se la sustituyera, en la práctica por el libro escrito por el mismo Hitler (Mein Kampf), o que se sustituyeran en los Templos la cruz cristiana por la esvástica nazi.
El siguiente paso fue crear instituciones que validaran y propagaran sus intenciones.
Para lograr sus propósitos los “cristianos alemanes” empezaron por querer eliminar la autoridad del Antiguo Testamento. En el año 1939 crearon el “Instituto para la investigación y la eliminación de la influencia judía en la vida de la Iglesia”.
Su método fue el de extirpar de la Biblia todo lo que era contrario al pensamiento nazi o de interpretar la Biblia desde una lectura antisemita.
El mejor ejemplo lo encontramos en la relevancia que le dieron al texto de Juan 8:44 cuando dice (Jesús les contestó): “Vuestro padre es el diablo: vosotros le pertenecéis, y tratáis de hacer lo que él quiere. Desde el principio, el diablo ha sido un asesino; jamás se ha basado en la verdad, porque la verdad no está en él. Cuando miente, habla como lo que es: mentiroso y padre de la mentiroso“.
Deducir de este texto que todo lo judío es pernicioso y que se debe actuar en consecuencia no resultó demasiado difícil para los propagandistas del régimen.
El argumento bíblico antijudío estaba servido.
Por si no tuvieran bastante con las palabras de Jesús buscaron el respaldo de Martín Lutero. El Reformador alemán había soñado, en los inicios de su movimiento, que cuando el cristianismo volviera a la fuente original del evangelio los judíos reconocerían que Jesús es el Mesías de Israel y abrazarían la fe cristiana. Al final de sus días, al ver que su esperanza sobre la conversión de los judíos no se había cumplido, Lutero perdió el sentido de la proporcionalidad y desvarió contra ellos. Estaba convencido, además, de que tenía razones para ello porque pensó, y así lo manifestó desde el año 1528, tras participar en una comida judía, que quisieron atentar contra su vida por pretender convertirles.
El argumento histórico antijudío estaba servido.
Los nazis tenían los argumentos y la propaganda nazi se encargó de difundirlos una y otra vez hasta la saciedad.
¿Debía permitir la Iglesia que el marco mental de los “cristianos alemanes” se impusiera como verdad dentro de la propia Iglesia y como legitimización del régimen nazi?
Nuevamente Bonhoeffer fue uno de los cristianos que levantó la voz profética para recordar a la Iglesia que parte de la misión que nos ha sido encomendada no es solamente estar al lado de las víctimas de las acciones abusivas del estado, sino la de evitar a que lleguen a ser víctimas.
Para este teólogo, el estado siempre está deslegitimado si obliga a la Iglesia a “la expulsión de los judíos bautizados de nuestras congregaciones cristianas o si prohíbe nuestra misión a los judíos”.
La única conclusión bíblica y teológica a la que pudo llegar fue que la Iglesia no solamente debía permitir que los judíos bautizados formaran parte de ella sino que es precisamente en la Iglesia donde cristianos de distintos orígenes o etnias deben encontrarse.
Encontró su fundamento bíblico en el conocido texto de Gálatas 3:28. La Biblia dice y enseña que: “Ya no tiene importancia el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos sois uno solo“.
Bonhoeffer concluyó que Cristo no excluye a nadie por su origen étnico. Y también concluyó que si Cristo no lo hace, tampoco debe ni puede hacerlo la Iglesia.
En el año 1933 Dietrich Bonhoeffer declaraba que la Iglesia debía levantarse en defensa de los judíos.
En el año 2019 la Iglesia, y muchos menos sus líderes, NO PUEDE unir su voz a aquellos que levantan sus banderas contra los inmigrantes. Muchos de ellos son tan cristianos y cristianas como nosotros y como nosotras. Y si todavía no lo son, forman parte de la misión y de la tarea que nos ha sido encomendada.
Promover el odio contra otros seres humanos es un discurso que NO PUEDE NI DEBE ser respaldado por la Iglesia ni por sus dirigentes. Al contrario, se debe desenmascarar a quienes lo promueven bajo la piel de corderos.
Autor: Guillem Correa Caballé
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