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SIN ÁNIMO DE OFENDER / por Jorge Fernández

Evangélicos, política y el síndrome de Josías

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No todas las batallas políticas que reclaman hoy la atención y la implicación de los evangélicos son batallas “entre la luz y las tinieblas”. Muchas de ellas son disputas “entre dos fuerzas de las tinieblas” en las que no deberíamos entrar

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(JORGE FERNÁNDEZ, 04/09/2018) Estoy a favor de la participación de los cristianos en la política, incluso de que algunos hermanos que sientan esa participación como un llamado del Señor a implicarse en la política partidaria lo hagan, de acuerdo con sus preferencias y convicciones personales.

Pocas vocaciones hay tan altruistas como la de trabajar por el bien común del conjunto de los ciudadanos.

Eso sí, siempre y cuando esa participación se haga a título particular. Es decir, en representación de uno mismo y de quienes se sientan representados por sus ideas y propuestas (sean creyentes, o no).

Las iglesias y las instituciones evangélicas representativas, por su propia naturaleza diversa y plural (también diversas y plurales en cuanto a las ideas políticas de sus fieles), deben mantenerse neutrales e independientes. 

Por su parte, las iglesias (y sus pastores) y las instituciones evangélicas representativas, por su propia naturaleza diversa y plural (también diversas y plurales en cuanto a las ideas políticas de sus fieles), deben mantenerse neutrales e independientes. No solo independientes del Estado, sino también -y muy especialmente- de los partidos políticos. Eso no significa que las acciones de las iglesias no tengan un efecto o impacto en el campo de la política y lo social, que las tienen, pero la naturaleza de sus acciones no ha de ser política sino espiritual, o si se prefiere, religiosa.

Estoy convencido de que la inmensa mayoría de mis hermanos evangélicos comparten estos principios que acabo de enunciar brevemente. Entre otras cosas, porque el principio de separación Iglesia-Estado tiene un hondo arraigo en nuestra tradición evangélica.

Por la misma razón, creemos innecesario insistir en las cualidades personales que debe evidenciar el cristiano que busca ser luz y sal en la arena política. Descontamos que la integridad personal, el juego limpio, la honestidad, el respeto al que piensa diferente, etc., son cualidades que todos consideramos preceptivas para cualquier área de la vida y del ministerio cristiano. Y, por supuesto, también en la acción política.

Sin embargo, también estoy convencido de que, como nos pasa en otros terrenos, una cosa es la teoría y otra la práctica. Son muchos los ejemplos que podría enumerar aquí de mala praxis evangélica en nuestra aproximación reciente a la política partidaria, pero ello nos llevaría a exceder el espacio recomendado para esta breve reflexión, que solo pretende ser un toque de atención sobre el particular.

“DISTANCIA CRÍTICA”, PARA CAMBIAR LA CULTURA POLÍTICA

No hace mucho citaba en esta misma columna a un lúcido teólogo latinoamericano que ya nos advertía hace años sobre el hecho de que, la falta de buenos referentes y de una sana "teología del poder” podía llevarnos a los evangélicos, al convertirnos en mayoría o una minoría influyente, a adoptar el modelo que tanto habíamos sufrido y criticado durate siglos (entiéndase, el “modelo católico integrista” de dominación política).

Quizás sea porque formamos parte de esa cultura mucho más de lo que nos gustaría admitir. No hay preso más preso que el que no ve sus cadenas. Necesitamos ser capaces de tomar la distancia crítica necesaria para transformar (¿evangelizar?) la cultura a la que pertenecemos y que nos condiciona.

Los evangélicos hablamos mucho de la necesidad de "cambiar la cultura política” con los valores del evangelio pero, a la hora de la verdad, observamos con tristeza cómo la cultura termina muchas veces imponiéndose sobre los principios y valores que proclamamos. Quizás sea porque formamos parte de esa cultura mucho más de lo que nos gustaría admitir.

No hay preso más preso que el que no ve sus cadenas. Necesitamos ser capaces de tomar la distancia crítica necesaria para transformar (¿evangelizar?) la cultura a la que pertenecemos y que nos condiciona. Y ello no se consigue, normalmente, sino a través de un gran esfuerzo intelectual y espiritual.

Desde una perspectiva espiritual, no ignoramos que la política es uno de los escenarios donde se libra la "lucha entre el bien y el mal", entre "la luz y las tinieblas". Por ello, para ser luz en la política un cristiano necesita algo más que integridad personal, capacidad (dones) y buenas intenciones. Necesita “sabiduría de lo alto” y “discernimiento espiritual”. Recursos estos que mostraron de manera ejemplar los grandes referentes bíblicos del servicio público -José y Daniel, por ejemplo-.

"TINIEBLAS CONTRA TINIEBLAS"

Pero la complejidad de la política es aún mayor. Hace unos días reflexionaba con una colega del periodismo cristiano sobre la necesidad de discernir que, no todas las batallas políticas que reclaman hoy la atención y la implicación de los evangélicos son batallas entre la luz y las tinieblas. “Muchas de ellas son disputas entre dos fuerzas de las tinieblas en las que no deberíamos entrar”, le decía. (Un ejemplo actual podría ser la batalla entre radicales intolerantes homófobos vs. activistsas radicales LGTBI, dos extremos que se tocan; o también, el duelo entre nacionalismos excluyentes en Europa y en España. Lo mismo).

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Soy de la opinión de que en esos casos los cristianos evangélicos debemos tener voz propia y evitar adherir y asociarnos “en yugo desigual”[1] a discursos y a referentes políticos o mediáticos de cualquiera de las partes extremas en pugna. De lo contrario, lo que ganemos en aritmética parlamentaria o "impacto mediático" lo perderemos en autoridad moral y espiritual. A veces "más, es menos", y "menos, es más".

EL SÍNDROME DE JOSÍAS

La militancia política no es fácil y los cristianos dedicados a la política necesitamos discernimiento espiritual, sabiduría y carácter, para saber cuándo actuar y cuándo no, con criterios y agendas propias. Qué batallas pelear, y cuáles evitar; con quiénes conviene asociarnos y con quiénes no. De lo contrario, estamos abocados a repetir lo que yo llamo: “el síndrome de Josías”. 

Me explico.

Según nos relata la Biblia en 2 Crónicas, capítulos 34 y 35, Josías recibió el trono de su padre Amón, quien apenas gobernó dos años y fue asesinado en una conspiración palaciega.  Amón a su vez había recibido el reino tras la muerte de su padre Manasés, abuelo de Josías. Este Manasés fue quien, con su extrema corrupción moral y espiritual, condenó a Judá y a Jerusalén a la deportación y el exilio, en un Juicio sumario ejemplarizante e inevitable. Un Juicio que si no llegó antes fue porque, alrededor del año 620 AC, el joven rey Josías, por su integridad personal, su ejemplar piedad y sus revolucionarias reformas religiosas, contuvo la ira de Dios y consiguió una prórroga.

Josías no murió en una batalla entre “la luz y las tinieblas”, sino en un conflicto “entre dos fuerzas de las tinieblas”.

La Biblia dice que la integridad personal y la piedad de Josías fueron superiores a las de todos los reyes que le precedieron, incluido el gran rey David. Por tal razón, Dios le prometió a Josías -a través de una mujer profetisa de nombre Hulda- que, aunque por los pecados de Manasés y del pueblo de Judá "la ira de Dios no se apagaría", sin embargo, en cuanto a él y su reinado, “He aquí que yo te recogeré con tus padres, y serás recogido en tu sepulcro en paz, y tus ojos no verán todo el mal que yo traigo sobre este lugar y sobre los moradores de él” (2 Cro. 34:28). Tras esta promesa divina, las esperanzas de toda una generación de judíos radicaba en que Josías viviera una larga vida .

Lamentablemente, Dios no pudo cumplir su promesa totalmente - “ser recogido en tu sepulcro en paz”- porque Josías fue muerto en una batalla que no debía haber librado. No se nos dice por qué, pero Josías salió al cruce del faraón egipcio Necao cuando éste subía por la Vía Maris en dirección al Éufrates para pelear contra Nabucodonosor. Y allí fue muerto, pese a los intentos del propio Necao por disuadirlo.

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Josías no murió en una batalla entre “la luz y las tinieblas”, sino en un conflicto “entre dos fuerzas de las tinieblas” en el que no pintaba nada. Con su desafortunada intervención pudo haber estorbado a los propósitos soberanos de Dios en el mundo y, ¡quién sabe!, al tomar partido contra uno solo de los contendientes quizás perdió la oportunidad de ser árbitro de la política internacional y garante de una paz más duradera en la región. Tenía apenas 39 años. Y con su temprana muerte, expiró la prórroga para el Juicio sobre Judá y Jerusalén.

Creo que la historia de Josías contiene una lección para la Iglesia de Jesucristo y para todo cristiano honesto y sincero que hoy se siente impelido a la acción política. Conviene tenerla en cuenta.

[1] 2 Cor. 6:14


Autor: Jorge Fernández 


© 2018. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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