SIN ÁNIMO DE OFENDER / por Jorge Fernández
Crisis migratoria: la fiebre y la enfermedad
“Corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (Amós 5:24)
(JORGE FERNÁNDEZ, 20/06/2018) Hoy recordamos el Día Mundial de los Refugiados, y lo hacemos en medio de la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra mundial.
Según el último informe de ACNUR 2017, las cifras de personas forzadas a desplazarse y abandonar sus hogares no han dejado de aumentar y alcanzan en su conjunto la cifra récord de 68,5 millones de personas. De este número global, 25,4 millones de personas son beneficiarias de protección internacional (refugiados con derecho a asilo) frente a los 22,5 millones del año anterior. Casi 3 millones más, en solo un año.
Frente a esta realidad, los líderes mundiales que hasta hace poco y, salvo contadas excepciones, se han venido poniendo de perfil como si la cosa no fuera con ellos, ante cuya desidia y cobardía han ido creciendo como setas los radicales con discursos xenófobos, ahora han empezado a tomar medidas… Y como siempre, lo hacen tarde y mal.
Tarde, porque la presión migratoria, como la fiebre, no ha dejado de crecer ante la inacción de medidas políticas serias y globales. Y mal, porque igual que la fiebre alta y persistente puede ser síntoma de una enfermedad grave, también el aumento de la presión migratoria nos está revelando un problema que ningún gobierno quiere reconocer, y mucho menos abordar: que este flujo de seres humanos desposeídos del Sur al Norte sigue la estela del flujo de capitales y materias primas que corre en la misma dirección.
LA "MALDICIÓN" DE LOS RECURSOS
La campaña de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), “Enciende refugio”, por poner un ejemplo, pone el acento en los efectos de la pugna por las materias primas, también conocido como “la maldición de los recursos”, que es la que padecen los países ricos en recursos naturales, pero pobres en tecnología, conocimiento, capitales y poder político para administrar esos recursos en beneficio de sus ciudadanos. “Todo lo que está detrás de la energía (materias primas) desplaza”, subrayan.
Los países ricos exigen e imponen “libre circulación de capitales”, pero rechazan la “libre circulación de trabajadores”. Eso sí, siempre y cuando esos “trabajadores” no sean científicos brillantes, artistas consagrados o futbolistas virtuosos. |
Además de las materias primas, cuya disputa está en el origen de innumerables conflictos armados, el desigual intercambio comercial entre los países desarrollados del Norte y los países en vías de desarrollo del Sur, hace que la transferencia de capitales fluya como una caudalosa cascada hacia el Norte, obligando a estos últimos a endeudarse y someterse a condiciones draconianas impuestas por los organismos de crédito internacional.
La práctica del proteccionismo y la aplicación de aranceles a las importaciones de los escasos productos en los que los países en vías de desarrollo tienen alguna capacidad de competir en los mercados internacionales, deja a éstos en una condición de indefensión económica y vulnerabilidad tal que hipoteca todas sus opciones futuras de desarrollo.
APOROFOBIA, UNA FORMA DE HIPOCRESÍA
Los países ricos exigen e imponen “libre circulación de capitales”, pero rechazan la “libre circulación de trabajadores”. Eso sí, siempre y cuando esos “trabajadores” no sean científicos brillantes, artistas consagrados o futbolistas virtuosos. En estos casos no tendrán inconveniente en alentar la fuga de cerebros (o de piernas), también en sentido Sur-Norte, con las más tentadoras ofertas y con todos los visados y “papeles” que hagan falta, incluida la “ciudadanía express”. Tan normalizado está este despojo de talentos del Sur, que hasta los Lepen y compañía se muestran abiertos a este tipo de inmigración legal. Y el discurso ha calado en la ciudadanía: “Si vienen aquí, que vengan legalmente”, ¡como si los pobres que huyen del hambre o de la guerra tuvieran alguna posibilidad de pasar los filtros de las Leyes de Extranjería! Esta actitud ya tiene nombre: aporofobia, que es también una forma de hipocresía.
EL LLANTO DE LOS NIÑOS ENJAULADOS
El caso más esperpéntico de esta aporofobia lo está protagonizando ahora mismo el presidente estadounidense, Donald Trump, criminalizando a los inmigrantes y con esa política de “tolerancia cero” contra la inmigración en la frontera con México que está levantando hasta los cielos el clamor de miles de niños aterrorizados, encerrados en jaulas como monos, pidiendo a gritos por sus padres.
Niños separados de sus padres en un centro de detención en McAllen, Texas (EEUU)
Tal es el horror y el escándalo que ha suscitado esa política, que ha sacado a las iglesias y organizaciones humanitarias a las calles y, hasta algunos de los cristianos conservadores más cercanos al presidente Trump se han mostrado contrarios a la medida y han reprobado en público sus efectos. Tal es el caso de Frankiln Graham, por poner un ejemplo conocido.
Como las matemáticas, también la Justicia es una ciencia exacta cuya existencia o ausencia produce un efecto automático. Como bien lo explica el profeta Isaías: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17). |
Mientras, en España se discute si se quitan las concertinas de las vallas en Ceuta y Melilla. ¡Ay! ¡Qué debate tan superficial que nos pone en evidencia!
Superficial, sí, porque seguimos hablando de cómo bajar la fiebre de la presión migratoria de una manera “más humana”, sin agarrar al toro por los cuernos y plantearnos cómo tratar la enfermedad. No nos interesa corregir el rumbo de ese flujo de capitales y materias primas en el que se basa el bienestar de nuestra -cada vez más pequeña y amurallada- isla de prosperidad, en medio de un planeta devastado. Hemos globalizado el mercado, pero no hemos globalizado paralelamente la Justicia y los derechos humanos, y tal es el resultado. ¡Matemáticas puras!
Sí, porque como las matemáticas, también la Justicia es una ciencia exacta cuya existencia o ausencia produce un efecto automático. Como bien lo explica el profeta Isaías: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17).
RESPONSABILIDAD PROFÉTICA
Y a todo esto, ¿dónde estamos los cristianos? ¿Dónde la proclamación de la justicia del reino de Dios? Mucho me temo que, como sucediera a lo largo de la historia, buena parte de la iglesia institucionalizada esté lejos de su responsabilidad profética, dedicada a reforzar, en lugar de cuestionar, el discurso del establishment del Norte rico. Dan ganas de llorar.
Son pocas las voces dentro de la Iglesia de Jesucristo en nuestros días (y poca atención se les presta) que se levantan para proclamar, como Amós, el fluir de un nuevo río impetuoso: el río de la Justicia y del Derecho. ¡Qué fluyan la Justicia y el Derecho! ¡Que corran como un río impetuoso desde los cuatro puntos cardinales de la tierra! Entonces cesarán la mayoría de las guerras. Entonces cada hombre y cada mujer morarán en sus casas en paz, y no se verán forzados a dejar sus tierras.
Como dijo otro profeta: “Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente” (Miqueas 4:4)
Autor: Jorge Fernández
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