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OPINIÓN / CARLOS MARTÍ ROY

Dios, el bien común

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(CARLOS MARTÍ, 19/03/2018) La creencia en un dios distinto al que se ha revelado en la naturaleza con carácter general, la Escritura de forma especial, y de manera esencial en Jesús llena el imaginario y la praxis de muchos que se denominan creyentes o cristianos.

Timothy Keller desafiaba a un escéptico diciéndole “si eres capaz de describirme el dios en el que no crees quizás te sorprenda saber que yo tampoco creo en él.”

La responsabilidad de la iglesia en la idea de Dios frente a la que reacciona nuestra sociedad debe hacernos pensar y tomarnos con mayor rigor y seriedad la predicación y práctica de la iglesia hoy en día.

Si algo diferencia al cristianismo de cualquier otra religión en el mundo es la imagen de un Dios solidario con la humanidad rota y caída.

La idea de un Dios salvador que se hizo semejante a nosotros, participando de nuestra compleja y contradictoria experiencia humana, que vino al mundo, cuya única señal más allá del anuncio angelical, como cualquier otro niño “envuelto entre pañales” pero en un cajón donde comen los animales, nos aleja de la deidad mitológica de dioses crueles, caprichosos, vengativos y patriarcales, y nos abre la puerta al Dios cristiano, solidario con los excluidos, perseguidos, rechazados, con aquellos que no tienen voz, y por desgracia lugar en una sociedad de las cosas y no de las personas.

Un Dios que se despoja de su majestad y asume la condición de sus criaturas, es compasivo por naturaleza, comprensivo y misericordioso.

Un Dios que hace salir el sol sobre justos e injustos y hace llover sobre buenos y malos, rompe etiquetas y calificativos a los que somos muy propicios los seres humanos, cuando queremos deshumanizar al prójimo primero lo estigmatizamos o etiquetamos.

Un Dios que no hace acepción de personas y que rechaza cualquier acto de discriminación entre iguales.

Un Dios que vino en Jesús al mundo no para dictar sentencia condenatoria sobre él, sino para salvarlo. ¿De qué?

Por duro que pueda parecernos Dios vino a salvar al hombre de sí mismo. Su amor por nosotros le mueve a actuar en favor de nosotros para librarnos de nosotros mismos.

La invitación de la serpiente antigua “seréis como dios” es lo que produce un cambio de paradigma en el ser humano que hace que la verdad sea relativizada y puesta en cuestión, y que la idea de nosotros mismos y el otro quede verdaderamente afectada.

Muchos creyentes, pastores y responsables eclesiásticos, tratan con los pecados y por consiguiente en una cultura del hacer, minimizando e incluso sin tener en consideración la verdadera incitación al mal que tiene que ver con el ser.

No somos pecadores porque cometemos pecados, sino porque somos pecadores es por lo que cometemos pecados.

El pecado en singular tiene que ver con nuestro ser, con el ego elevado a la máxima potencia, un ego hinchado que se expresa en orgullo, soberbia, autosuficiencia y que en su endiosamiento considera que tiene capacidad para establecer lo que está bien y lo que está mal, y aquí es donde surge la categorización de los pecados y las consiguientes penitencias que hay que practicar para superarlos. Diferenciación de pecados y de travesías o penitencias para al final dictaminar quien es digno de ser o no ser.

Tratar con los pecados nos hace legalistas o moralistas, tratar con el pecado nos hace libres.

Tratar con los pecados nos convierte en una amenaza constante, produce desigualdad, competencia y desavenencias, tratar con el pecado nos conduce a la libertad para amar y servir a nuestro semejante.

Santiago 4:1 se pregunta “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.”

Los conflictos emergen entre dioses que se creen con capacidad para establecer lo que está bien y lo que está mal y no coinciden en el diagnostico debido a los intereses y egoísmos personales que pervierten y contaminan todo.

Tratar con los pecados nos convierte en fariseos, tratar con el pecado nos asemeja a Cristo.

Se puede tratar con los pecados desde la Cátedra de Moisés, no se puede tratar con el pecado sin entender la cruz de Cristo.

Tratar con los pecados no nos hace diferentes, nos convierte en jueces, tratar con el pecado nos hace compasivos, comprensivos y misericordioso como nuestro Padre Dios.

Al fin y al cabo, como describe de forma dramática el apóstol Pablo en Romanos 7, “todos sabemos el bien que desearíamos hacer, pero cuando nos disponemos a hacerlo, emerge una ley en nosotros mismos que nos lleva a hacer el mal que no queremos.”

Cuando uno entiende que el mal tiene que ver con cada uno de nosotros mismos, nuestros intereses y egoísmos, con la tentación del ser como dioses estableciendo lo que está bien y está mal, toma todo el sentido del mundo el Dios cristiano que nos muestra el camino de liberación abierto por el mismo:

carlos marti

Carlos Martí, pastor evangélico

“Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús.  Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse.  En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre,  se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales.  Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor  y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres  para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor  para la gloria de Dios Padre.”

 

Autor: Carlos Martí Roy, Marzo 2018. El autor es pastor evangélico de la Iglesia Comunidad Cristiana El Camino, de Alcalá de Henares (Madrid).


© 2018- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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