OPINIÓN | SIN ÁNIMO DE OFENDER
“Los que causan divisiones”
(JORGE FERNÁNDEZ, 28/02/2018) En mis tiempos devocionales diarios estoy releyendo la carta de San Pablo a los Romanos. Hoy, al llegar al versículo 17 del capítulo 16, sentí que un sabor amargo brotaba del baúl de mis recuerdos retrotrayéndome a situaciones dolorosas del pasado que, pese a estar perdonadas y haber sucedido hace muchos años, aún no consigo olvidar y, probablemente, nunca podré:
"Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos" (Romanos 16:17).
Una de las experiencias más dolorosas y sangrantes que un cristiano sensible puede sufrir, es la división de su Iglesia o denominación. Un sentimiento que puede compararse al dolor que causa un divorcio, sobre todo para los hijos del matrimonio roto. En mi caso, supe lo que era una división muy pronto, cuando llevaba apenas un año caminando con Dios y la pequeña congregación a la que asistía, en un suburbio de Buenos Aires, se dividió. ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas pérdidas irrecuperables! ¡Cuántos años costó la restauración! ¡Y qué humillante la fea cicatriz que nos quedó!
Cuando se produce una división, pasa como cuando estalla una guerra. Da igual si se concluye que la guerra es inevitable o incluso “justa”: el dolor y las pérdidas son tan grandes que al final nos lamentaremos siempre de no haber hecho lo suficiente para evitarla.
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Quien haya pasado por esa mala experiencia, sabrá de lo que hablamos. Quien no… ¡bendito sea!, y que el Señor le guarde por siempre de tan dura prueba.
Tanto daño hace una división en el seno del Pueblo de Dios, que la Biblia está llena de admoniciones y advertencias en contra de ese mal, así como de exhortaciones implícitas o expresas a que los cristianos seamos “solíctos en guardar la unidad del Espíritu” (Efesios 4:3).
Cuando se produce una división, pasa como cuando estalla una guerra. Da igual si se concluye que la guerra era inevitable o incluso “justa”: el dolor y las pérdidas son tan grandes que al final nos lamentaremos siempre de no haber hecho lo suficiente para evitarla.
Sin embargo, una guerra no es igualmente dolorosa para todos. Para "los mercenarios" la guerra es un modo de vida, una profesión y un beneficio, por lo que van a la guerra con entusiasmo y sin importarle las terribles consecuencias para las vidas de las personas y para la paz de los pueblos. Incluso tienen un eufemismo para describir esas consecuencias: "daños colaterales".
Lo mismo pasa con los "divisores” en el seno de la Iglesia a los que alude el apóstol Pablo, personas que, bien por la extraña gratificación personal que les produce, bien por algún interés espurio perseguido, van a una división como el mercenario a la guerra, con entusiasmo y excitación. Como buitre que divisa a su presa, sus sentidos se ponen en estado de alerta cuando huelen la oportunidad de un cisma, ruptura o división.
"... una guerra no es igualmente dolorosa para todos. Para "los mercenarios" la guerra es un modo de vida, una profesión y un beneficio, por lo que van a la guerra con entusiasmo y sin importarle las terribles consecuencias"
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Paradójicamente, no faltan entre estos divisores quienes evocan al mismísimo Lutero para justificarse. "La defensa de la verdad no mide consecuencias... justifica la ruptura", razonan. Así pretenden justificar su mala fe y sus malas artes. Olvidan aquello que tantos pastores, periodistas y académicos, nos hemos ocupado de recordar reiteradamente con ocasión del 500º Aniversario de la Reforma: que con sus 95 tesis el "reformador" alemán no buscaba "un cisma", sino "una reforma" de la Iglesia medieval.
EL PERFIL DE UN DIVISOR
La pregunta es entonces, ¿cómo distinguir entre un divisor y un auténtico defensor de la fe? ¿Es esto posible? Desde luego, no siempre es fácil, y para eso existe un "don de discernimiento de espíritus" (1 Cor. 12:10), pero he aquí algunas pistas basadas en nuestra observación personal de las Escrituras y de algunas dolorosas experiencias que, creemos, nos pueden ayudar a estar advertidos acerca de estos maestros del acoso y del derribo:
1. Un divisor no “se aparta”, sino que “aparta” a los demás, señalándoles, excluyéndoles, o despreciándoles.
"... los divisores nunca buscan reformas o mejoras..., sino escombros.
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Dice Mateo 1:19 que, cuando José supo que María estaba encinta, “como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente”. Esto demuestra que el mismo Espíritu que había hecho concebir a María, gobernaba el corazón noble y piadoso de José. Ante la posibilidad de que María hubera pecado, como la amaba, no pensó en acusarla, vengarse, despreciarla o hacerle daño, sino en apartarse de ella con la mayor discreción.
Ésta es una actitud en las antípodas del espíritu de los que causan divisiones y tropiezos, cuya reacción casi nunca es “apartarse” para evitar mayores males a la Iglesia o a la organización, sino acusar, despreciar y, si es posible, “apartar a otros”.
Un auténtico defensor de la fe intentará advertir al liderazgo de la Iglesia de un error con temor de Dios, pero se cuidará mucho de abrigar un espíritu sectario, arrogante o vengativo.
2. Un divisor intentará "robar el corazón" de los descontentos y de los ingenuos.
“Porque tales personas", advertía Pablo a los cristianos de Roma, "no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos.” (Romanos 16:18).
Absalón es un paradigma de divisor. Dice la Biblia que, descontento con su padre el rey David, Absalón se situaba a las puertas de la ciudad donde se administraba justicia “y a cualquiera que tenía pleito y venía al rey a juicio, Absalón le llamaba y le decía (…) Mira, tus palabras son buenas y justas; mas no tienes quien te oiga de parte del rey. Y decía Absalón: ¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia! Y acontecía que cuando alguno se acercaba para inclinarse a él, él extendía la mano y lo tomaba, y lo besaba. De esta manera hacía con todos los israelitas que venían al rey a juicio; y así robaba Absalón el corazón de los de Israel.” (2 samuel 15:2-6).
Desgraciadamente, el mismo espíritu y parecida estrategia se manifiesta en todo tiempo y en todo lugar. Junto al personaje del “Sabio” en la magnífica obra de Gene Edwards, “Perfil de Tres Monarcas” [1], podemos atestiguar: “he conocido muchos hombres como Absalón. Muchísimos”.
3. Un divisor no “va de frente” ni es constructivo, sino que conspira buscando “derribar y destruir”.
A diferencia de lo que intentó Lutero en la Dieta de Worms, defendiendo sus tesis ante el Emperador Carlos V, o lo que el apóstol Pablo se esforzaba por hacer en sus discusiones con judíos y griegos, buscando convencer, defendiendo sus argumentos a cara descubierta, arriesgando su vida y su reputación personal, los divisores nunca buscan reformas o mejoras..., sino escombros. Por eso su crítica es siempre destructiva. Y arriesgan poco o nada. Solo dan la cara cuando ven clara la victoria de sus propósitos, o algún beneficio o gratificación personal. Hasta entonces, se mueven en las sombras.
Su forma favorita de actuar es la conspiración, una práctica pecaminosa claramente reprobada por Dios con independencia de los fines que se persigan. “Y me dijo Jehová: Conspiración se ha hallado entre los varones de Judá, y entre los moradores de Jerusalén” (Jeremías 11:9). “Si alguno conspirare contra ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá.” (Isaías 54:15).
Cuando uno observa el obrar destructor de estos divisores, no puede menos que sentir nostalgia del espíritu piadoso de David quien, cuando Saúl le perseguía injustamente y tuvo ocasión de matarle en aquella cueva, expresó a sus hombres que le alentaban a hacerlo su “temor de Dios”: “Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él…” (2 Samuel 24:6).
4. Un divisor no busca fortalecer la iglesia u organización a la que critica, sino debilitarla y dominarla
"... solo hay algo más grave que sufrir una división: provocarla o alentarla."
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“Divide y vencerás”, es la máxima suprema de un divisor. Detrás de las intenciones de un divisor siempre hay un inconfesable objetivo oculto, sea un beneficio personal, o sea una ventaja para la iglesia, facción u organización a la que sirve. Un beneficio o ventaja que, desde su punto de vista, solo conseguirá si logra debilitar o dominar a la iglesia, denominación u organización, que se interpone en el camino de sus objetivos. El caso de Diótrefes, mencionado por el apóstol Juan en su tercera carta, es un buen ejemplo de divisor, aunque los hay con perfiles y características diversas.
5. Un divisor no discute ni debate, solo manda, exige o presiona.
El primer Concilio de Jerusalén recogido en Hechos capítulo 15 es un ejemplo de buena práxis para la Iglesia de Jesucristo de todos los tiempos, de cómo resolver los conflictos o discrepancias, por graves o importantes que puedan ser, bajo la guía y la autoridad del Espíritu Santo. El resultado de esa buena práxis no solo fue la superación de una amenaza de ruptura muy real por las tensiones culturales entre cristianos procedentes del judaísmo y del helenismo, sino que redundó en el reforzamiento de la unidad; el fortalecimiento de la Iglesia; y en un vigoroso impulso a la proclamación del evangelio en todo el mundo.
Este primer concilio supuso una gran victoria, no solo para Pablo y Bernabé, sino para el conjunto de la Iglesia cristiana. Pero también supuso el fracaso de los divisores (fariseos y judaizantes), que enseñaban (ordenaban, exigían) a los hermanos: "Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos" (Hch. 15:1). Y ésa... ésa no se la perdonarían nunca al apóstol…
6. Un divisor puede mentir y calumniar con descaro, con tal de alcanzar sus fines.
“Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres” (Hechos 21:21). Estos judaizantes mentían a sabiendas, pero no les importaba si conseguían difamar a Pablo y sumar adeptos contra él.
El lector conocedor de la Biblia sabrá distinguir enseguida la manipulación informativa de estos judaizantes. Convertían la defensa del apóstol Pablo acerca de la suficiencia de la fe en Cristo, en una incitación a la apostasía de los judíos, tergiversando el fondo argumental de sus palabras. Este tipo de mentiras o medias verdades, por su sutileza, son las más difíciles de contrarrestar, y en ellas los divisores suelen ser maestros consagrados. Abundan en la prensa amarilla y, sobre todo, en las redes sociales.
No se si estas seis pistas serán suficientes para trazar el perfil de un divisor o cismático, pero ojalá puedan ayudarnos a reconocer algunos de sus principales rasgos. Si así fuera, el consejo bíblico es claro: “apartarse de los que causan divisiones”. ¿Cómo se hace eso? Pensamos que, como mínimo, eso significa no escucharles, no seguirles, ni apoyarles en sus confabulaciones.
También pudiera ser que, a algunos, este perfilr nos sirva para reconocer un divisor dentro de nosotros. Si tal fuera el caso, ¡mejor tener temor de Dios y arrepentirnos de inmediato! Porque solo hay algo más grave que sufrir una división: provocarla o alentarla.
¡Qué Dios nos libre!
Autor: Jorge Fernández
[1] "Perfil de Tres Monarcas. Saúl, David y Absalón" (Gene Edwards - Ed. Vida, 1980)
© 2018. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.
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