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OPINIÓN / CARLOS MARTÍ ROY

Peligros de una cultura Low Cost

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20171212 1(CARLOS MARTÍ ROY*, 12/12/2017) |  Una nueva forma de pensamiento o cultura se ha impuesto en un amplio sector de población, me refiero a la cultura low cost, una filosofía económica de bajo coste, sin pararnos a pensar en las implicaciones que esa cultura tiene en el ámbito global y local.

Si bien es cierto, que la situación económica y el mercado de trabajo ha contribuido a la construcción social de la generación low cost, creo que existen razones para pensar que las desigualdades existentes en el planeta y en nuestra sociedad son difíciles de sortear desde este modelo.

La religión del consumismo ha encontrado un nuevo coach, una nueva forma de incentivo y motivación para sus feligreses o consumidores, en la filosofía low cost, no deja de ser una estrategia más de su profeta, el marketing.

Pero lo cierto es, que para que yo pueda vestir una camiseta barata, hay un precio que se paga en términos de explotación laboral en otro lugar del planeta. Pudiera ser que las distancias y la escasez de noticias e información al respecto, narcotice nuestra conciencia y endurezca nuestro corazón, pero sin lugar a dudas, nos afecta muy directamente también a nosotros. Una economía low cost produce unos salarios low cost y una calidad de vida y servicios low cost. Además, unos salarios bajos atentan contra la dignidad del trabajo y la persona y ahogan la esperanza de una merecida pensión retributiva por nuestros años cotizados.

Las limitaciones económicas han esbozado un patrón que viste la vida de la mayoría y determina nuestra identidad colectiva. La economía influye en esta sociología cotidiana y muchos expertos se preguntan si somos lo que consumimos y hasta qué punto lo material ha estandarizado nuestra existencia.

La capacidad del ser humano para adaptarse a la situación está creando una generación que se está acostumbrando a hacer las mismas cosas a menor precio, pero ¿hasta cuándo se mantendrá este sistema perverso? ¿Cuándo dejará de ser suficiente? ¿En que desembocará esto?

El miedo a perder lo nuestro, ¿no es un síntoma de una misma patología?

Hay muchos sectores del mundo protestante en los que se vive un evangelio low cost, acomodado a nosotros mismos, a nuestra propia experiencia vital, lejos del compromiso y entrega de aquellos que fueron capaces de ser relevantes y agentes de cambios.

 

Los muros y fronteras que se levantan para preservar lo que es solo nuestro, ¿no es una reacción a lo que se percibe como una amenaza o problema?

Es preocupante y doloroso asistir como padre al testimonio de una generación, mejor formada y preparada, víctima de un sistema low cost para una mayoría.

Es triste ver las dificultades que nuestros hijos encuentran para tener un trabajo digno, con un salario digno, que les permita ejercer el derecho a su vida.

Es indignante ver cómo la clase política ha dado la espalda a la mayoría de los trabajadores de este país, creando normativa y leyes que no son nada más que transferencias de poder, control y dinero de los trabajadores a los empresarios.

Es indignante ver la proliferación de los nuevos esclavistas, empresas de trabajo temporal y de externalización de servicios que se benefician del trabajo de las personas explotadas y con derechos recortados y, no te quejes, que si algo sabe crear esta sociedad desigual son parados y paradas.

Es indignante ver que la justicia no es igual para todos, que hay un modelo low cost de justicia para aquellos poderosos.

Es indignante ver cómo crecen dos índices de manera similar y nadie se escandaliza por ello: crece el número de ricos y también la población en riesgo de pobreza; ya no es suficiente tener un trabajo para salir de la pobreza.

En lo que tiene que ver con los creyentes, me pregunto ¿Esta cultura o modelo de economía de bajo coste está influyendo en nuestra forma de vivir la fe?

Hay muchos sectores del mundo protestante en los que se vive un evangelio low cost, acomodado a nosotros mismos, a nuestra propia experiencia vital, lejos del compromiso y entrega de aquellos que fueron capaces de ser relevantes y agentes de cambios.

Quiero rendir un sincero homenaje y reconocimiento a esa iglesia silenciosa, que huye del espectáculo y de los focos, pero que más allá de las debilidades humanas que todos arrastramos, se esfuerzan en vivir un evangelio centrado en Jesús y que busca hacer justicia aquí y ahora.

 

Quiero rendir un sincero homenaje y reconocimiento a esa iglesia silenciosa, que huye del espectáculo y de los focos, pero que más allá de las debilidades humanas que todos arrastramos, se esfuerzan en vivir un evangelio centrado en Jesús y que busca hacer justicia aquí y ahora.

¿Deberíamos de unirnos a ese remanente de creyentes y, de manera inequívoca, alzar nuestra voz ante las injusticias? ¿Sería recomendable dejar de seleccionar causas en función de lo que está de moda, o de nuestro sentido de justicia que tanto deja que desear, o nuestra sed de protagonismo?

¿Volveremos a predicar el Evangelio de Jesucristo como única alternativa a la situación que vive nuestro país e iglesia? ¿Denunciaremos de una vez por todas el mal denominado evangelio de la prosperidad, que enriquece a unos pocos y atenta contra la dignidad de las personas y de la fe sincera? ¿Echaremos de nuestros púlpitos a predicadores mentirosos que lo único que buscan es vivir bien a costa de los demás? ¿Tendremos la valentía de señalar a aquellos que, llamándose hermanos, manipulan, explotan y dominan sobre las congregaciones? ¿Haremos algo por que la desigualdad que denunciamos fuera no se produzca dentro de nuestras comunidades?

carlos marti

Carlos Martí, pastor evangélico

Ya es hora de que entendamos que el Evangelio no trata ni de nosotros, ni de lo nuestro, sino de Dios y lo que Él ha hecho en Jesucristo por la humanidad. El Evangelio que lo cambia todo, que afecta a toda la vida del hombre y la mujer, de ayer y de hoy, que ha fascinado a millones de personas y que desde esa fascinación y asombro se han entregado completamente a la causa del Evangelio, la misión de Dios para toda la humanidad.

Ahora que se acerca la Navidad, deberíamos pensar en lo que realmente supone para el cristianismo, creer en un Dios, que siendo Dios se hizo un igual a nosotros; que participó de la misma realidad humana; que asumió la condición de siervo; que fue tentado en todo, pero sin pecado; que sufrió el menosprecio, la injusticia, el falso juicio, el insulto, todo tipo de escarnio y vejación, la crítica y la muerte como cualquier malhechor de la época. En su condición de hombre, Jesús tendió puentes entre los más impopulares de su época asumiendo los riesgos en su reputación; fue muy lejos cuando tocó al leproso para sanarlo, cuando se enfrentó al poder religioso injusto que ponía pesadas cargas sobre los demás y que ellos no movían con ninguno de sus dedos; cuando confrontó a los poderosos de este mundo; cuando se solidarizó con los que sufren y protegió a los suyos.

La Navidad nos debería reconciliar con la humanidad mirando al Dios humanado, y debería volver a despertar nuestra capacidad de asombro y fascinación ante el amor de Dios expresado en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre; un puente entre el hombre y Dios: un encuentro; un abrazo de Dios que busca reconciliar consigo a todo hombre y mujer y restaurarnos al momento que la Biblia recoge de esta manera “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era bueno en gran manera”.

 

Autor: Carlos Martí Roy, Diciembre 2017. El autor es pastor evangélico de la Iglesia Comunidad Cristiana El Camino, de Alcalá de Henares (Madrid).


© 2017- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

La Reforma protestante y la creación de los estados modernos  europeos, 1

Humanismo y Renacimiento

Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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