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OPINIÓN / CARLOS MARTÍ ROY

Comunicación, divino tesoro

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Carlos Martí, pastor evangélico

(CARLOS MARTÍ ROY*, 05/10/2017) | Las personas tenemos dos maneras de comunicarnos, una son las palabras y, otra, nuestros actos.

Las palabras han dejado de ser importantes, el uso deshonesto del lenguaje ha hecho que tengamos que recurrir a una definición previa de los términos que utilizamos para saber de qué estamos hablando.

Vivimos tiempos en los que la verdad está siendo sacrificada en favor de “dioses” como el dinero, poder, sexualidad, reputación, prestigio, todos ellos se manifiestan en forma de interés egoísta, personal, partidista y excluyente en la mayoría de las situaciones.

El engaño, la mentira y la manipulación son los elementos en torno a los que gira el discurso de la mayoría. Queremos vencer y no convencer, radicalizar a los nuestros y laminar a los que se oponen, no importa los medios, lo que importa es nuestro objetivo personal, ver cumplido el fin que deseamos.

Vivimos en la época de la posverdad, donde los hechos han sido sustituidos por las emociones, frente a estos, construimos hechos alternativos, mentiras, engaños y manipulación, en el plano político, social y religioso.

Asistimos a un momento en el que el discurso político y social se ha polarizado. Estos discursos se han articulado en torno al miedo, por un lado, y al odio como respuesta, cada colectivo social habla para los suyos promoviendo el odio e incluso la revancha contra el otro.

El lenguaje ha dejado de ser un elemento de cohesión social, la posverdad ha creado un escenario de hechos alternativos que no dejan de ser mentiras soeces y algunas de ellas muy peligrosas. La verdad no importa, lo realmente importante es ganar, prevalecer sobre el otro, desechando de antemano todo lo que tiene que ofrecernos, y esto afecta seriamente a la convivencia.

Apelamos a la tolerancia hasta el punto de que nos volvemos intolerantes.

Apelamos al respeto sin tener ninguna consideración por el que piensa de forma distinta.

Apelamos al diálogo para no escuchar lo que el otro tiene que decir y/o aportar.

La mediocridad y el cinismo se han apoderado del escenario y del espacio público.

Cualquier causa, por insignificante que nos pueda parecer a una mayoría, se convierte en un escenario de confrontación y conflicto.

Existe otro problema que agrava la crisis que estamos viviendo, y es, la discordancia entre las palabras y los hechos que genera muchísima ansiedad, mucha inseguridad y malestar interior. La manera de actuar de las personas nos va a dar siempre la información más fiable de qué es lo que sienten de verdad… más allá de todo lo que puedan decir, esto que se denuncia todos los días, no somos capaces de interpretarlo y gestionarlo correctamente.

Aprendí, escuchando a Ravi Zacharías, [1] que esta generación escucha con sus ojos y piensa con sus sentimientos, por tanto, nuestra forma de comunicación ha de ser revisada.

¿Cómo podemos comunicar mejor con esta generación?

1.- Asegurémonos primero que hemos entendido correctamente lo que queremos transmitir no solo con nuestras palabras, sino también con nuestros hechos.

2.- La defensa que esgrimimos de nuestra posición no solo tiene que escucharse, también ha de visualizarse.

3.- No se trata de enrocarse en una discusión infructuosa sino en promover la convicción, no enfocándonos exclusivamente en la respuesta que damos sino, lo que es más importante, en la persona que nos interpela.

4.- Los resultados son una consecuencia natural del uso de los medios que utilizamos, si nos servimos de la mentira, posiblemente el resultado sea fugaz y cortoplacista, si nos servimos de un lenguaje exagerado o superlativo para defender nuestras posiciones, será muy fácil que el resultado sea decepción y frustración.

5.- El uso del lenguaje no es inocente, debemos evitar usar términos que no se entienden, así como utilizar términos que quien nos escucha pueda quedarse acorralado y sin nada más que decir, esto en el ámbito religioso es muy frecuente cuando utilizamos el nombre de Dios para trasladar una idea, por ejemplo; “dios me ha dicho”, “siento de dios”, son términos que dejan a las personas indefensas y que conducen a la manipulación. Hemos de asumir la responsabilidad de nuestras declaraciones y palabras, desarrollar un lenguaje honesto e íntegro, que no necesite ni del juramento falso o perjurio, de la utilización del nombre de Dios en vano, ni del uso y abuso de la hipérbole, exageración o superlativos.

6.- Hemos de aprender a comunicar de forma asertiva o no violenta, si nos centramos en conocer mejor nuestras necesidades y emociones, así como las de nuestro interlocutor y no simplemente en ganar discusiones, nuestras necesidades, de unos y de otros, son muy parejas o similares y eso nos permitirá crear vínculos emocionales.

7.- Por último, la empatía es el mejor sendero para encontrarnos unos y otros, la capacidad de encontrarnos y no separarnos, de entendernos y no confrontarnos, es algo muy importante en las relaciones y en la comunicación. Si de algo podemos presumir los cristianos, es que somos la única religión en el mundo en el que nuestro Dios se hizo un igual a nosotros, participó de nuestra realidad humana, convivió con y entre los seres humanos, sufrió como cualquier otro ser humano, eso que nosotros los creyentes desarrollamos como la teología de la encarnación y que seguramente otros llamarán empatía, es el único camino a Dios y a nuestros semejantes.


 [1] Frederick Antony Ravi Kumar Zacharias es un apologista cristiano evangélico, nacido en la India y nacionalizado canadiense-americano.

 

Autor: Carlos Martí Roy, Septiembre 2017. El autor es pastor evangélico de la Iglesia Comunidad Cristiana El Camino, de Alcalá de Henares (Madrid).


© 2017- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

La Reforma protestante y la creación de los estados modernos  europeos, 1

Humanismo y Renacimiento

Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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