RAZONES PARA CONTARLO

Jugando al escondite

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benitve-4(BENI MORENO, 12/06/2012)  Recuerdo cuando mis hijos eran más pequeños que uno de sus juegos favoritos era el del escondite. En esos ratos, nuestra casa se convertía en el recorrido perfecto para encontrar lugares en que permanecer el mayor tiempo posible “a salvo”, donde papá o mamá no pudieran ni sospechar que se habían escondido. Los niños tienen un sentido de la supervivencia increíble cuando se trata de protección. Y esto lo vemos en situaciones límite en que la seguridad del niño se ve amenazada. Pero qué tal si lo trasladamos al juego; también buscan la manera de salir airosos. Así fue cómo mis hijos se las ingeniaron para buscar lugares donde esconderse que yo ni siquiera habría imaginado al principio, como la lavadora, un cesto, o el arcón bajo la cama. En medio del juego, cuando se cansaban de esperar el rescate, desarrollaron una técnica interesante, la de dar señales de vida. Entonces se podía oír la tan peculiar voz infantil decir: ¡Estoy aquííííí! Por supuesto, así era mucho más fácil encontrarles. Pero nosotros, como padres avispados, les dejábamos un rato más dando a entender que su escondite era realmente ingenioso.

A veces me da la impresión de que usamos las mismas técnicas con Dios, las de jugar al escondite. Nos comportamos como niños que juegan con su padre: queremos que se nos vea, pero no asomamos totalmente la cabeza. Le decimos que estamos aquí, pero no salimos de nuestro “lugar seguro” porque entonces habremos perdido la partida. Éste, sin lugar a dudas, es un ejercicio de desconfianza hacia nuestro Señor (si es que ya le hemos dejado ser Señor de nuestras vidas). Todas las voces a nuestro alrededor nos dicen que “tú eres importante”. Y es cierto que somos importantes para Dios, que Él nos ha creado de forma única y que somos de gran valor y alta estima a sus ojos, como describe el profeta Isaías. Pero cuidado, ¡no somos el centro del mundo!; ni tan siquiera somos el centro de nuestro pequeño mundo. El Dios del universo no está a nuestro servicio, sino todo lo contrario. Nosotros debemos estar al servicio de Dios, dispuestos a obedecer y a renunciar a nuestros deseos para incorporar los deseos de Dios en nuestro andar diario. ¡Es fácil confundirse!

Cuando jugamos al escondite con Dios lo que hacemos es darle pistas de dónde estamos, sin asomar plenamente la cabeza. Le indicamos que nos gustaría que nos echara un cable, pero sin entrometerse demasiado en el resto de nuestra vida. Queremos ver Su bondad, pero no aceptamos Su disciplina. Buscamos las bendiciones y rehusamos el dolor y las aflicciones. Y, tristemente, a veces ni siquiera nos damos cuenta de que… efectivamente, estamos jugando con Dios al escondite.

Desde que empecé mi andadura con Jesús, hubo alrededor de mí personas que supieron transmitirme sabiamente la clave del discipulado: la obediencia a Cristo. No se trata de una obediencia a la carta: Dios dice y yo hago. Me refiero a una rendición plena de mi “yo” a Su voluntad.  Para una cultura postmoderna como la nuestra, las ilustraciones que Jesús usaba con sus seguidores pueden parecer anacrónicas. Y ahí tenemos la semilla de trigo, pequeña pero valiosísima. Si esa semilla no es enterrada y desaparece como tal, es imposible que crezca la espiga. La espiga es el fruto, pero para ello la semilla debe morir. Y finalmente, el pan podrá ser servido en la mesa. Venimos muy llenos de nosotros mismos a Dios, por lo general, llenos de planes y proyectos, de deseos e ideas, o bien de auto-conmiseración, de pena y amargura; venimos a Cristo con el interés de que nos sea propicio en aquello que le planteamos, venimos llenos de orgullo, de prejuicios, venimos demasiado llenos, amigos. Pero sólo un recipiente vacío puede ser llenado.

Si has estado jugando con Dios al escondite últimamente, déjame decirte algo, que cuando te descubras plenamente ante Él y le dejes llegar sin condición a todos los rincones de tu corazón, entonces podrás experimentar las palabras de Jesucristo:

“Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” Juan 10:10

PLENITUD

He querido encontrarte sin buscarte
Deseando alcanzar el resultado sin el proceso
He mirado alrededor sin elevar los ojos
Para recibir el regalo sin esperar.

He anhelado sueños antes de tiempo
Y probado la desazón del malestar
He pataleado y hasta desesperado
Para por fin comprender algo más.

Que hay un tesoro por descubrir
Que sólo Tú tienes para mí
Que cada cosa que pasa es una pista en la ruta
Para llegar a la medida de la estatura tuya.

He vaciado mi vasija para que la llenes Tú
Y me gusta lo que veo ahí.
Plenitud es la palabra
No me hace falta nada más.

Autor: Beni Moreno Cárdenas

© 2012. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.

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