OPINIÓN / por CARLOS MARTÍ ROY

Nuestras ciudades se están convirtiendo en lugares peligrosos para la moderación

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(CARLOS MARTÍ, 06/11/2018) En estos días hemos asistido, con cierto estupor, al funeral de un Guardia Civil quien estando fuera de servicio, en su tiempo de merecido descanso, intervino para intermediar en una disputa entre varías personas.

Al final terminó siendo brutal e injustamente asesinado. Desgraciadamente pagó muy caro su servicio a esta sociedad que se está acostumbrando a dar sepultura a sus verdaderos héroes. Por delante mi pesar y condolencias a toda la familia de este gran servidor público.

Es lamentable ver como nuestras ciudades se están convirtiendo en lugares peligrosos para los moderados, para aquellos que intentan intermediar y conciliar entre posiciones violentas, agresivas, dominantes y polarizadas

Es lamentable ver como nuestras ciudades se están convirtiendo en lugares peligrosos para los moderados, para aquellos que intentan intermediar y conciliar entre posiciones violentas, agresivas, dominantes y polarizadas, el “conmigo o contra mí” y sus manifestaciones oportunistas ganan terreno a la moderación y la empatía.

Los “hooligans” ocupan los espacios en los medios de comunicación social y los discursos oportunistas prevalecen sobre aquellos que buscan conciliar posiciones. Se ha renunciado a construir juntos un gran país donde todos y todas se sientan iguales y parte de ese gran proyecto, inclusivo y no exclusivo, abierto y no cerrado, acogedor y no antipático y repelente.

El maltrato al que estamos sometidos el conjunto de la ciudadanía por parte de los hooligans mediáticos, políticos y televisivos no nos lo merecemos.

La virulencia verbal e incluso física que se utiliza para deshacerse del otro distinto a nosotros es preocupante. ¿Qué modelo de sociedad estamos dejando a las siguientes generaciones?

Anteponer nuestros intereses personales o de grupo al bien común es nefasto.

Castigar a los que no son y/o piensan como nosotros no es el camino.

El fundamentalismo ideológico ha perdido su vergüenza y con descaro se atreve como nunca a realizar declaraciones que deberían escandalizarnos.

El odio y la desconfianza solo generan más odio y más desconfianza.

El rechazo y la falta de aceptación genera rechazo y marginalidad y ambas cosas al final terminan afectando al conjunto de la sociedad y a la convivencia.

La mentira, por desgracia, obtiene ventaja y desplaza o sacrifica la verdad.

El otro, distinto o diferente, no es mi enemigo sino un igual a mí.

El contexto social está convirtiendo a España en un peligroso lugar para la moderación y la conciliación.

Las posiciones conciliadoras se están viendo atrapadas en una sociedad polarizada que a los único que les interesa es a los que habitan en los extremos. El fundamentalismo ideológico ha perdido su vergüenza y con descaro se atreve como nunca a realizar declaraciones que deberían escandalizarnos.

Un nuevo fundamentalismo ideológico aparece en la escena política y social y ha venido para quedarse, y eso solo es posible porque estamos fracasando como sociedades, no podemos culpabilizar al que lo promueve, ni responsabilizar a quien desesperado por la falta de respuesta a su realidad y necesidades lo abraza con la esperanza de que verdaderamente cambien las cosas.

La Iglesia está llamada a tener un papel y un protagonismo crucial en momentos como los que estamos viviendo, donde la conciliación es el gran objetivo. Para ello, es fundamental que salga de su ensimismamiento y se abra a la sociedad, que comparezca en la escena de lo público con humildad, sin estigmatizar, sin prejuicios, sin reproches y sin complejos.

La responsabilidad es colectiva, todos somos culpables de alimentar un sistema injusto, todos debemos de empezar a hablar, a escuchar al otro sin ideas preconcebidas ni prejuicios, hemos de estar dispuestos a salir de nuestro ensimismamiento que sufrimos como sociedades y buscar el encuentro con el otro.

Los discursos populistas y segregadores deberían ser sancionados por una sociedad que se reconoce a sí misma y que quiere progresar.

La mentira debería dejar de dar ventaja a quien la práctica, debería ser motivo de rechazo y sanción pública.

Se debería fomentar el diálogo y la escucha entre diferentes y evitar la estigmatización del que no piensa igual a nosotros; más bien, conciliar y establecer puentes, en vez de construir muros.

Nadie quiere pagar el precio de la conciliación, no es rentable electoralmente en este momento que estamos viviendo, pero sería trabajar por generaciones futuras y por una sociedad que se reconoce y no se avergüenza de sí misma.

La Iglesia está llamada a tener un papel y un protagonismo crucial en momentos como los que estamos viviendo, donde la conciliación es el gran objetivo. Para ello, es fundamental que salga de su ensimismamiento y se abra a la sociedad, que comparezca en la escena de lo público con humildad, sin estigmatizar, sin prejuicios, sin reproches y sin complejos.

carlos marti

Carlos Martí, pastor evangélico

Recuperar la causa de Cristo, quien por medio de la cruz quiere construir una nueva humanidad en la que la diferencia no se penaliza, donde no se hace acepción de personas, donde la respuesta siempre es el amor. Lo que nos queda como iglesia, agentes de conciliación o víctimas de la intolerancia religiosa. Me quedo con la primera opción y ánimo a todos/as a eso: seamos agentes de conciliación, aunque no sea nada fácil hoy en día.

Termino con un texto bíblico, 1ª Pedro 3:17: “Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal.” 

 

Autor: Carlos Martí Roy, noviembre 2018. El autor es pastor evangélico de la Iglesia Comunidad Cristiana El Camino, de Alcalá de Henares (Madrid).


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