OBITUARIO / POR XAVIER ALCALÁ, ESCRITOR

Fallece a los 101 años Manuel Molares Porto, hombre de fe y trabajador incansable

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Manuel Molares Porto (1916 - 2018) / Foto: MGala

(Redacción, 01/05/2018) Esta mañana, sobre las 6:00 a.m., en Pontedeume, partía a la presencia del Señor Don Manuel Molares Porto, gallego, exferroviario, hombre de fe, y un trabajador incansable por la causa del evangelio y la memoria histórica del protestantismo en Galicia. Tenía 101 años.

Sus restos mortales han sido trasladados al Tanatorio San José de Campolongo (Ares, A Coruña). Mañana a las 16:00 hs se celebrará un acto religioso y a las 16:30 hs  su cuerpo será trasladado al Cementerio Evangélico de Ares donde será sepultado a las 17:00 hs.

La familia ha hecho llegar a Actualidad Evangélica una necorlógica escrita por el escritor gallego Xavier Alcalá, a quien le unía una gran amistad. 

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MANUEL MOLARES PORTO (1916 - 2018) / por Xavier Alcalá

En determinadas ocasiones cuesta mucho repetir un acto ya realizado, hasta con extensión. Hoy llegamos a una de ellas: no sé por dónde arrancar escribiendo sobre alguien a quien debo mil trescientas páginas de libros y no sé cuántas de entrevistas y artículos.

Arrancaré por el final:

Iba a cumplir cien años o casi ciento uno, como él decía pues, en puridad –religiosa y científica– existimos desde la concepción. Ya le costaba mucho hablar, su ronquera crónica se había acentuado, era necesario acercar el oído a su boca trémula. Sentado en silla de ruedas en la plaza del ayuntamiento de Pontedeume, me cogió del brazo y me susurró “Eu aquí sen poder facer nada e a xente ten que cobrar o mes”. Se sentía inútil para intervenir en los negocios que ya andaban en manos de nietos. Y pensaba como un padre de todos: la gente tiene un sueldo que cobrar.

Se empezaba a ir el ferroviario, telegrafista, comerciante, inventor, empresario, juez, promotor, visionario, marido, padre, amigo... y –sobre todo– hombre de Fe.

Estos últimos tiempos sufrí porque ocurrieron hechos que hubiera querido comentar con él, principalmente para escuchar sus sentencias rotundas. No lo intenté, pues él ya estaba sumido en sus pensamientos sin voluntad de comunicarse con los demás humanos. Pero, ¿se comunicaría con Dios?

No hace mucho, hablando de don Manuel con un grupo de científicos que lo admiraban, entramos en la contradicción de la Ciencia y la Creencia. Entre nosotros estaban dos grandes doctores de la genética que se atrevieron a indicar cómo las estadísticas apuntan a que existe un “gene de la fe”. Quien nace con él, va a creer; quien no, será ateo; o, como mínimo, agnóstico.

La genética es nuestro destino. De ahí la longevidad de Manuel Molares Porto. Y quizá su Fe en Cristo Salvador de los Humanos.

Durante ocho años me fue contando su vida en detalle, y me guió hasta los que compartieron fe con él, para que yo escribiera sus memorias de manera novelada, tratando de evitar –ese fue el acuerdo– retratar a quienes ofendieron y castigaron a los creyentes en Cristo porque no creían en Él de la misma forma que la mayoría.

Cuando yo era pequeño, en mi territorio infantil, que va de Ferrol a Pontedeume pasando por Ares, me decían que no anduviera con los chicos de familias protestantes porque eran “raros”. Y nunca vi rareza en ellos, salvo la de no ir a misa ni hacer la Primera Comunión vestidos de marineros.

Tal vez –por manía de andar a contrapelo– me atrajeron los de la Fe diferente. A don Manuel, a doña Carmiña y a sus hijos los traté desde principios de mi adolescencia y si algo me quedó claro de ellos fue que eran muy buena gente. Y muy honrados, que añadía mi padre, católico erasmista. Él fue quien me habló de la moral del protestantismo que da ánimos al trabajador, a quien Dios premia en este mundo por sus esfuerzos.

“En España queremos vivir polas almiñas”, me decía mi –si se me permite– segundo padre. Manuel Molares Porto abrazó el Evangelio y lo llevó siempre consigo porque su padre y su madre le enseñaron a ser trabajador desde niño. Si en España nadie anduviera pidiendo limosna por las ánimas de los muertos, mejor andaría todo. Los colportores, como el que le vendió la Biblia al padre de Manuel –ferroviario y fondista– se ganaban el pan vendiendo libros sagrados en las ferias...

Se nos fue un trabajador, y un hombre que luchó contra la injusticia con fina inteligencia. Valga un ejemplo: mucho antes de ser juez –como lo fue y con sentencias sobresalientes– se empeñó en acabar con la usura y discurrió cómo obligar a los usureros a reconocer pagos de deudas con hipoteca. Sencillamente presentándose con un notario en el banco donde el prestamista tenía cuenta. Allí el deudor depositaba lo adeudado, el fedatario anotaba y el prestamista no podía eludir el hecho.

Se fue un hombre justo; y valiente. En el ejército enfrentó el pelotón de fusilamiento por culpa de su Fe. No estaba en los divinos designios que allí se truncase una vida de futuro predicador, pero sí que probase los horrores del frente de batalla. En la guerra escogió ser enlace, y arrastrarse entre trincheras oyendo silbar las balas sobre su cabeza, con tal de no tener que disparar porque eso iba contra su Fe. Y, en la paz falsa de la posguerra, por su Fe se jugó la vida en el fuego cruzado entre la guerrilla comunista, que quería acabar con su Creencia, y los contrarios a la guerrilla, que no aceptaban la disidencia de los opuestos a la autoridad de Roma aunque Cristo sea de todos los que creen en su Evangelio.

Entre mis genes no debe de estar el de la fe; pero daría una vida por creer que, tras el Juicio Final, todos nos vamos a encontrar y podremos aclarar en qué fuimos buenos y malos, en qué acertamos y erramos, cuáles fueron nuestras virtudes y nuestros defectos.

Aún en este mundo –pero ya en tiempo de descuento– sé que me tengo que enfrentar al Tribunal que para Manuel presidía su Creador; como él y como todos, creyentes o no. Espero que el Divino Juez –o el Juez de la Nada– me digan lo que yo proclamo de mi bien querido maestro Manuel Molares Porto: tanta virtud mostró que sus defectos no existían para las almas generosas; tan virtuoso fue que no permitió zaherir a los que por odio o envidia exageraban sus debilidades de ser humano. Y doy fe de ello porque conservo las notas tomadas, los originales de redacción y sus correcciones con bolígrafo rojo sobre las galeradas de los libros.

Él sí fue de los “bos e xenerosos” del Himno Gallego. ¡Gloria hayas, Manuel!

Autor: Xavier Alcalá

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Xavier Alcalá (i) junto a Manuel Molares Porto (d), en 2006, en ocasión de la presentación de "Evanxélica Memoria" en la Casa de Galicia en Madrid (MGala, 2006)

ACERCA DE XAVIER ALCALÁ

Xavier Alcalá es ingeniero de Telecomunicación y doctor en Informática, con cometidos profesionales como los de profesor en la Facultad de Informatica de la Universidade da Coruña, director técnico de la Compañía de Radiotelevisión de Galicia y del Centro de Innovación y Servicios de Galicia, y director de la oficina de gestión de proyectos científicos de Galicia en Bruselas.

Desde el inicio de los estudios de ingeniería compaginó la técnica con la literatura. Se inició en esta como letrista de canciones para Andrés do Barro y, desde principios de los años 70, viene escribiendo crónicas de periódico, relatos breves, novelas y libros de viaje. Actualmente colabora en La Voz de Galicia.

Escritor realista, su última obra publicada es Verde oliva (editada en gallego por Galaxia y en castellano por Nowtilus), relato de la revolución cubana en que aparece un famoso luchador evangélico, Frank Pais. Esta novela mereció la calificación de “reportaje novelado” (Ernesto Sánchez Pombo, columnista de La Voz de Galicia).

En Verde oliva, Xavier Alcalá aplicó la técnica narrativa desarrollada en su obra anterior, la trilogía Evangélica memoria, publicada en gallego por Galaxia y en castellano por Ézaro Ediciones. Esta trilogía (Entre fronterasEn las catacumbas y Una falsa luz) relata la epopeya del pueblo evangélico en Galicia y en otras partes de España hasta llegar al exilio argentino. Está basada en la experiencia vital de Manuel Molares Porto y en decenas de testimonios de creyentes y de personalidades políticas que intervinieron en el destino de las iglesias evangélicas durante la época de máximo poder del nacional-catolicismo.

Por acuerdo de Manuel Molares y sus hermanos de fe, el relato se desarrolló de manera que los hechos fueran incontestables aunque ciertos personajes –algunos de ellos, criminales notorios–  apareciesen disimulados, pues ya habían sido perdonados.

La memoria vívida y la capacidad narrativa de Manuel Liñares Couto –trasunto de Manuel Molares Porto– permiten repasar una historia de España de 1916 a 1975 que nunca convino contar, y que empezaría a tomar forma en el año 2000.

 

Fuente: Xavier Alcalá / Editado por Actualidad Evangélica