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Los fieles que inquietan a Pekín

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El rápido aumento del número de protestantes y católicos preocupa al régimen comunista chino, que teme que se dediquen a hacer política

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Tres mujeres rezan en una iglesia cristiana en Wenzhou, en el este de China. / DIDI TANG (AP)

(PEKÍN, 03/01/2015) Un domingo cualquiera, a las diez de la mañana. En la iglesia católica del Salvador en Xisi, en el noroeste de Pekín, más de 500 personas llenan el recinto para oír misa, hasta tal punto que ha habido que instalar pantallas de televisión para que todos puedan seguir la ceremonia. Hay muchas mujeres mayores, pero también familias y jóvenes. Entre ellos se encuentra Lin Li, secretaria de 26 años, que se bautizó hace dos porque le gustó “el mensaje de que Dios perdona y nos quiere a todos”.

Lin es una más de los millones de chinos que se han convertido al cristianismo en alguna de sus confesiones —católica o, sobre todo, protestante— en los últimos años. Resulta imposible precisar con seguridad las cifras, dado que las Iglesias “oficiales”, que actúan bajo la supervisión del Gobierno comunista chino, coexisten con otras clandestinas. Las cifras más optimistas hablan de 100 millones y un aumento anual en torno al 10 %. La mayoría de los nuevos conversos son jóvenes urbanos.

DIFÍCIL DE CUANTIFICAR

Dada la mezcla de Iglesias “oficiales” y clandestinas, es imposible saber con exactitud el número de creyentes cristianos en China. Las cifras oficiales hablan de 23 millones entre católicos y protestantes, un número inferior a la realidad.

El Pew Forum on Religion and Public Life calcula que en 2010 había 67 millones de cristianos en la China continental, de los que 58 millones eran protestantes y 9 católicos.

Yang Fenggang, director del Centro sobre Religión y Sociedad China de Purdue University, calcula que en la actualidad el número de cristianos ronda los 100 millones, en un país de 1.360 millones de habitantes. Según sus estimaciones, para 2030 serán 247 millones, lo que convertirá a China en el país de mayor población cristiana por encima de países como Brasil o EE UU.

Este auge no ha pasado inadvertido para el régimen en Pekín, oficialmente ateo. Su actitud es ambivalente. Por un lado, “muchos de los valores del cristianismo coinciden con lo que el Partido Comunista de China considera ser un buen ciudadano, incluidos los valores familiares”, apunta Gerda Wielander, de la Universidad de Westminster en Londres y autora del libro Valores cristianos en la China comunista. Los creyentes tienden a actitudes más cívicas —son, por ejemplo, más proclives a pagar impuestos o a evitar la corrupción— y sus organizaciones cubren una serie de servicios sociales —cuidado de los ancianos, atención a los más pobres— que alcanzan donde el Estado no llega.

Pero, por otro lado, el Gobierno de Xi Jinping, que ha hecho hincapié en la cultura tradicional china y los valores socialistas, ve con suspicacia una religión que considera “extranjera”. La posibilidad de que un número sustancial de ciudadanos pueda organizarse en torno a una ideología diferente preocupa al régimen, que no deja de tener en cuenta el papel que jugó la Iglesia católica en la caída del comunismo en Europa del Este.

Y, si bien es cierto que la mayoría de los cristianos chinos no se inmiscuye en política, también lo es que un número significativo de los activistas más destacados mantienen —cada uno por circunstancias diferentes— algún vínculo con el cristianismo, bien sea como creyentes o por contactos con círculos de fieles. Es el caso del fundador del movimiento anticorrupción y protransparencia Nuevo Ciudadano, Xu Zhiyong, encarcelado, o del abogado pro derechos humanos Gao Zhisheng, recientemente puesto en libertad. Para Pekín tampoco pasó inadvertido que dos de los tres fundadores del movimiento prodemocracia Occupy Central que tomó Hong Kong el año pasado fueran cristianos, al igual que el líder estudiantil Joshua Wong.

Como explica el profesor Yang Fenggang, de la Universidad Purdue, de Indiana (EE UU), “las autoridades han expresado su preocupación por el rápido crecimiento del cristianismo y han tratado de imponer restricciones para ralentizarlo. También han tomado medidas para asegurarse de que los cristianos sean obedientes a las autoridades”.

Yang considera un indicio de esta preocupación episodios como los ocurridos en la ciudad de Wenzhou, en el este de China y apodada por algunos como la Jerusalén del Este, por su gran número de iglesias y su alto porcentaje de población cristiana, aproximadamente un millón de los nueve millones de vecinos. En 2014 fueron demolidas algunas iglesias y derribadas las cruces de muchas otras, católicas y protestantes. “Aunque las autoridades centrales no han hecho ninguna declaración pública en torno a esto, el que la campaña haya durado tanto indica que muy probablemente los funcionarios locales han recibido permiso o ánimo de las más altas autoridades”, dice.

En Zhejiang, la provincia donde se encuentra Wenzhou, el Partido Comunista ha anunciado que reforzará los controles para impedir la admisión de nuevos miembros que tengan creencias religiosas, según anunciaba este domingo el diario "Global Times". Los miembros ya existentes que hayan participado en prácticas religiosas o tengan creencias de este tipo tendrán que "rectificar" sus opiniones.

Pero aunque “es innegable que hay casos en que los cristianos son perseguidos, no necesariamente los cristianos sufren mayores abusos o violación de sus derechos que los ciudadanos chinos corrientes”, subraya Wielander, que indica que en muchos casos el trato a los cristianos varía dependiendo de las autoridades locales.

Si el auge del cristianismo en China ha llamado la atención de las autoridades comunistas, también lo ha hecho en el Vaticano, que busca un acercamiento a la república popular, obstaculizado por el rechazo de Pekín a permitir que los católicos chinos se consideren bajo la autoridad del Papa.

El papa Francisco ha enviado dos telegramas de buenos deseos al presidente Xi. Por su parte, China autorizó en agosto que el Pontífice cruzara su espacio aéreo para viajar a Corea del Sur. A juicio del profesor Yang, “si el presidente Xi concluye que una relación más estrecha con el Vaticano les beneficiaría a él y a China política y económicamente podría responder favorablemente al papa Francisco. La posibilidad de un deshielo está ahí”.

EL CONVERSO ES JOVEN, URBANO Y DE CLASE MEDIA

A diferencia de hace décadas, cuando el cristiano tipo en China era una mujer de avanzada edad residente en el medio rural, los nuevos conversos de hoy suelen ser, como Lin Li, jóvenes urbanos de clase media, con un nivel de educación cada vez más alto y que se mueven en círculos cada vez más influyentes. Un número no desdeñable —entre dos y tres millones— es miembro del Partido Comunista.

Los factores para hacerse cristiano pueden ser muy diferentes. Algunos entran en contacto con la religión durante una etapa de estudios en el extranjero. En algunos casos, explica Gerda Wielander, autora del libro Valores cristianos en la China comunista, “es una opción de estilo de vida, casi una moda, una manera de decir que se es diferente e interesante”. Para otros, el interés comienza desde un punto de vista académico e intelectual. En otros casos, se trata de individuos que buscan una referencia moral, ante la sustitución de la ideología maoísta por un sistema en el que impera el capitalismo salvaje.

También puede ser una manera de hacer contactos. En Wenzhou existen iglesias apodadas “de los jefes”, establecidas por empresarios enriquecidos. Y muchas parroquias organizan numerosas actividades sociales para sus feligreses, desde círculos de estudio de la Biblia hasta clubes de juventud. “Puede ser un modo de contar con actividad social, con un grupo social, en una China urbana que puede ser muy hostil” para los inmigrantes, dice la experta Wielander.

Pero al igual que aumenta el número de conversos, puntualiza la profesora, también existe un buen número de abandonos, un fenómeno que a su juicio no se ha investigado lo suficiente. “Mucha gente asume que una vez que alguien se hace cristiano, no deja de practicar, siempre es un miembro activo de la Iglesia. Pero mantener el número de practicantes es un desafío en China como lo es en cualquier país occidental. Muchos pastores cuentan casos de abandonos al cabo del tiempo, o de creencias que no se transmiten a la siguiente generación”.

>> Lea también: China expulsa los “valores occidentales” de la Universidad

Fuente: ELPAIS.COM / MACARENA VIDAL LIY

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