EN PERSPECTIVA
Amigos o Amiguismo: Una referencia paradigmática (II)
(JUAN MANUEL QUERO, 10/11/2013) | En los primeros acercamientos que tuve a la Palabra de Dios, --La Biblia--, me encontré con un pasaje que me llamó bastante la atención, y que me costaba inicialmente cierto trabajo entender. Se trata de Juan 15:14, donde Jesús dice: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.» Me extrañaba, porque me parecía una amistad demasiado condicionada al interés de Jesús. Pero analizando el contexto, se destaca lo que Jesús nos manda para que realmente podamos tenerlo como amigo: «Esto os mando: Que os améis unos a otros.» La amistad es algo que también es coherente en la línea doctrinal y hermenéutica del
La amistad que vemos en el mejor paradigma que podamos encontrar, es Jesús. Esta amistad supone un afecto abierto a todos, que no se circunscribe solamente a los más cercanos, como podría ser su propia familia. Otro de los pasajes bíblicos con cierta dificultad para mí, era el que se encuentra en Lucas 8:20-21. Aquí se ve a Jesús atendiendo a una gran multitud, pero su familia llega, y uno de los discípulos, le indica que su madre y hermanos están allí, con la idea de que les dé preferencia. Ante esto, la respuesta de Jesús, es similar, pues indica que su familia es aquella que hace la voluntad del Padre. Era difícil entender una amistad fuera del proyecto vital que Jesús tendría que desarrollar. Si aún nuestra familia no forma parte de la vida en la que gasto todo mi tiempo, será difícil que puedan ser mis amigos, aún siendo mi familia. Este proyecto vital, formaría parte de toda una eternidad en el programa de restauración de este mundo, que aún hoy se sigue dando, y que debería formar parte de los programas de evangelización. Esto ha de distinguir a las iglesias evangélicas, que se basan en este proyecto vital, o kerigmático[1]. La religión o nueva alianza, deja de ser algo frío e institucional, para forjarse en una amistad, una familia de hermanos donde se fragua una relación verdadera, no fácil siempre, pero como todo lo bueno, algo que merece dedicación y esfuerzo, porque el afecto recibido de Jesús, nos lleva a amar a los demás de forma desinteresada.
Un ejemplo de amor desinteresado, quizás podría ser el de Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz, y tan recordado en estos momentos por su reciente fallecimiento. Fue amigo de su carcelero, amigo de algunos presidentes de distintos países, amigo de pobres y de ricos. Su amistad no fue muy bien entendida por algunos. Aunque él no habló mucho de religión, su formación se dio entre metodistas, y sin entrar en esto último, porque puede ser algo polémico, quisiera citar algunas palabras suyas, que creo aportan también a lo que meditamos aquí:
"Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel o su origen,
o su religión. La gente tiene que aprender a odiar,
y si ellos pueden aprender a odiar, se les puede enseñar a amar,
porque el amor llega más naturalmente al
corazón humano que su contrario".
Por otro lado, la amistad no debe entenderse como algo que se da solamente a los que tienen a Jesús como Señor de sus vidas, sino que también se ha de hacer extensiva a todos, aunque no sean creyentes. Jesús dijo: «Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas» (Lc. 16:9). Esto no es por interés nuestro, pues no implica un rédito para nosotros, sino por el bien de los demás. ¿Cómo podemos tener un amigo al que no ofrezcamos lo que sabemos que es lo más importante para una vida plena? En realidad la base de cualquier metodología de evangelización pasará por esta amistad, aunque pueda recibir diferentes nombres. Esta amistad debe romper cualquier barrera social, entendiendo como antagónico, cualquier tinte racista o xenofóbico, trascendiendo incluso lo religioso para encontrarse con la persona, objeto de ese amor «ágape» que nos muestra el
Soy consciente de que esto es difícil de entender para muchos. Una mala interpretación de ello, fue unos de los ingredientes negativos que adquirió el fariseísmo. Cuando Jesús andaba con gente que para otros era despreciable, porque eran borrachos, prostitutas o ladrones, es decir, pecadores, le identificaban con ellos, sin entender también que debían tener la oportunidad de su amistad (Lc. 15:1, 2). En este caso, es que se explica quién ha de ser objeto del amor de Dios; pues amar a Dios supone amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¿Pero quién es nuestro prójimo? Los fariseos y escribas pensaban que estos eran los más cercanos: sus correligionarios, sus familiares. Aún actualmente, y por la falta de una hermenéutica y una voluntad adecuadas, se sigue entendiendo esto de forma farisaica. Se suele utilizar la etimología del término «prójimo» para llegar a la conclusión de que este es nuestro «próximo» más cercano, pero se vuelve a errar. Nuestro prójimo que de forma especial necesita de nuestro amor, de nuestra amistad, es aquel que está más depauperado, que pasa por mayores dificultades. Por ello Jesús expone la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10:29-37).
Con ello Jesús destierra el amiguismo de sus propósitos. Las condiciones que él pone, no son en interés propio, sino en una coherencia basada en principios de una amistad saludable y perdurable. En el proceso desarrollado para llevar a la cruz a Jesús, Pilatos y Herodes se hicieron amigos, por un interés que ilustra el amiguismo, frente a una amistad verdadera, que lleva a Jesús a morir en una cruz para dar lo mejor a este mundo, ofreciéndose como amigo supremo, pues aún siendo Dios mismo, él se humilla para darnos lo mejor. Esto lo hace a pesar de nuestros fallos, a pesar de nuestros pecados (Rom. 5:8). Lo hace por todos sin acepción de personas. Permitió que en su propia genealogía entraran algunos de diferentes nacionalidades; de diferentes estatus sociales, incluso marginales. Permitió el beso de Judas; la negación de Pedro; la incredulidad de Tomás.
Jesús es nuestro paradigma, que nos ayuda a diferenciar lo que es un verdadero amigo, de un tipo de amiguismo que nos deteriora. Sigamos su ejemplo, y su mandato, permitiendo que él sea nuestro amigo.
El Irlandés Joseph Scriven (1820-1886) fue un evangélico que consagró su vida a servir al Señor, y a ayudar a su prójimo, a pesar de vivir dificultades muy serias. Él compuso el himno que se titula «¡Oh que amigo nos es Cristo!» Creo oportuno terminar con la primera estrofa de esto himno, esperando que nos haga reflexionar.
¡Oh, qué amigo nos es Cristo!
El llevó nuestro dolor,
Y nos manda que llevemos
Todo a Dios en oración.
¿Vive el hombre desprovisto
De paz, gozo y santo amor?
Esto es porque no llevamos
Todo a Dios en oración.
[1] «Kerigma» del griego κήρυγμα proclamación. Expresa el mensaje central dado por los apóstoles.
Autor: Juan Manuel Quero
© 2013. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA
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