NOSÓLOFÚTBOL
La base es el deporte de base (para padres o hijos que quieren serlo algún día)
(DANIEL BORES, 18/10/2013) | Recuerdo cómo le brillaban los ojos el día en que se lo dijeron. Tenía solo ocho años y muy poco léxico para expresar lo que sentía. Daba igual. Sus ojos brillaban tanto...
¡Iba a jugar en el Real Valladolid! Le darían la equipación oficial, el chándal, entrenaría en el mismo sitio que los futbolistas del primer equipo...¡llegaría a jugar en 1ª División!
Hoy, dieciocho años después, es cantante de una orquesta de esas que tocan en las fiestas de los pueblos.
En el deporte, como en todo en la vida, el fin nunca justifica los medios. Algún chaval tendrá que sacrificar su juventud. De otro modo mañana no habría Casillas, Gasoles, Nadales, Menguales o Alonsos. Pero padres, no penséis en “aquellos” niños.
Pensad en los vuestros.
“Quien algo quiere algo le cuesta”, dice un viejo y acertado refrán. Y otra vez la vida misma nos enseña que la clave está en la palabra “algo”. En ambos “algos”. Sobre todo en el segundo. ¿Qué estoy dispuesto a dar? ¿A qué estoy dispuesto a renunciar? No hay respuestas correctas o incorrectas. Depende de cada familia, de cada niño, de cada estilo de vida.
Ahora, si tuviera (que tengo) que dar un consejo a un padre de un niño entre los tres y los doce años, le diría lo siguiente:
“Que tu hijo haga deporte. El que sea. Es más, que cada año practique uno o dos y que vaya probando. Hay tiempo. Que practique algún deporte individual y alguno de equipo. Que aprenda a ganar y a perder, a relacionarse y a trabajar en grupo buscando una meta común.
Que perder el Torneo de Primavera del distrito le enseñe a perder el trabajo cuando sea mayor. Que ganar el Campeonato Escolar de Alevines le enseñe a asumir un ascenso en su trabajo cuando crezca. Y cuando tenga doce años y entre al instituto, que siga haciendo deporte. El que le guste. Que elija uno y se esfuerce. Que experimente el concepto “Coste de Oportunidad” que tan importante es en economía. Que tenga que verse con el agua al cuello y pueda decidir en qué merece la pena invertir su tiempo.
Que se equivoque. Es mejor que yerre decidiendo si va o no al entrenamiento del martes si eso le va a enseñar autonomía y responsabilidad, a que se equivoque años después comprando la casa equivocada o eligiendo la pareja inadecuada por no haber aprendido las lecciones que deben aprenderse de pequeño.
Que el objetivo sea el proceso, no el resultado. Que disfrute entrenando casi tanto como compitiendo, porque en la vida nos preparamos casi todo para usarlo en casi nada. Que vea cómo su padre y su madre van a verle a “casi” todos los partidos (nótese el adverbio, porque él no es el único, hay otras cosas que a veces son más importantes) y le animan y le aceptan tal y como es. Que vea a otros padres insultando al árbitro (de diecisiete años que ha trasnochado y se ha metido a árbitro para pagarse el tabaco que sus padres no saben que fuma) y a los suyos sentados en la grada, en silencio.
Que tenga un postre rico si ha ganado y otro igual de rico si ha perdido. Que se quede sin postre si se ha enfadado con el entrenador o con los compañeros o si ha faltado al respeto a un rival. Y al final, en la adolescencia, cuando venga y te diga: “papá, quiero dejar el equipo” o “quiero dejar de entrenar”, tú aceptes su decisión, porque tendrás claro que si la ha tomado es en base a principios y criterios que tú le has ejemplificado durante años. Que quizá necesita más tiempo para estudiar, para tocar algún instrumento o para lo que sea.
Después de eso, aún tendréis muchos años para salir a correr juntos por el parque, para quedar a jugar al pádel con otro padre y otro hijo. Y perder. O ganar.
Y seguir comiéndoos juntos ese postre tan rico”.
Autor: Daniel Bores García
© 2013. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.
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