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PERIODISTAS EN ESPAÑOL / MÁXIMO GARCÍA

¿Con Franco vivíamos mejor?

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M. García

(M. GARCÍA RUIZ, 17/10/2012)

“Con Franco vivíamos mejor.” La frase volví a escucharla recientemente en una comida familiar. Mezcla de chascarrillo y añoranza, lo cierto es que hacía mucho tiempo que no la oía; una frase que se hizo muy popular en los años de la transición política española, especialmente pronunciada por personas pertenecientes a sectores que añoraban, por razones diversas, los tiempos de la dictadura. Lo cierto es que el hecho de vuelvan a resonar estas palabras hace que a muchos de nosotros se nos remuevan las entrañas. Pero veamos.

Cerca de seis millones de personas en paro; un cincuenta por ciento de la juventud en edad de trabajar sin perspectiva laboral, muchos de ellos los denominados nini, es decir, ni trabajan ni estudian; centenares de miles de familias a las que se les ha ido arrebatando su vivienda por no poder hacer frente a la hipoteca; familias enteras, antes consideradas de clase media, que tienen que acudir a los comedores sociales para resolver el pan nuestro de cada día; aumento creciente de aquellos pseudo ladrones que se dedican a lo que ha venido en denominarse los robos famélicos (pequeños hurtos de comida en supermercados); miedo creciente de los trabajadores que aún conservan su empleo a perderlo de la noche a la mañana a causa de expedientes de regulación de empleo no siempre justificados; unos políticos que, aparentemente, dan palos de ciego ante la gravedad de la situación, incapaces de encontrar una solución razonable, mientras son acosados despiadadamente por aquellos otros políticos que no solamente no fueron capaces de resolver el problema, sino que contribuyeron a dejarlo instalado cuando estaban en el poder; una calle tomada permanentemente por sectores reivindicativos unas veces y profesionales de los disturbios, otras, los llamados anti-sistema. Todo ello contribuye a ofrecer una imagen social que en no pocos casos produce hastío y aumenta la frustración.

Y ante una falta de perspectiva como la que tantos están padeciendo; ante una sociedad cada vez más violenta; ante una política tan poco esperanzadora, vuelve a resonar, como si de una voz de ultratumba se tratara, aquello de que “con Franco vivíamos mejor”. Se añora el empleo fijo, aunque se recibieran salarios de supervivencia y se echa de menos la paz social. ¿Y la libertad? Libertad de prensa, libertad religiosa, libertad de circulación, libertad de manifestación… ¿De qué nos sirve la libertad si no tenemos trabajo?, responden quienes se encuentran desplazados.

Hace aproximadamente 3200 años un caudillo llamado Moisés, sacó de Egipto a un puñado de esclavos harapientos, sin identidad, para hacer de ellos una nación libre y próspera fuera de los grilletes de la tiranía. El reto que este pueblo tenía por delante era inmenso: conquistar una tierra, la tierra que Dios les había prometido y, más importante aún, conquistar su propia identidad como pueblo. La distancia entre Egipto y Canaán no justifica los 40 años que invirtieron en su recorrido; 40 años dando vueltas por el desierto antes de la gran batalla estratégica que les permitió conquistar Jericó en busca de su lugar en la Historia.

El desierto es duro; el pueblo pasa hambre y sufre calamidades de todo tipo; hasta el punto de que, puestos al borde de la desesperación, terminan exigiendo a Moisés que les devuelva a Egipto donde, al menos, tenían garantizada una pitanza diaria. Y le echan en cara: “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca” (Números 1:5,6). ¿De balde? Ciertamente no, regado con el sudor de la esclavitud y de la indignidad, sí.

A Moisés le siguió Josué, un líder a la altura de su predecesor y, después, gobernaron el embrionario país una serie de políticos de diferente cariz, a quienes seguirían los dos grandes líderes que hicieron de Israel una nación grande: David y Salomón. Pero es fácil comprender que cuando los gatos instalados en el estómago arañan ferozmente las entrañas, como le ocurriera a Esaú después de una dura jornada de cacería, se sucumba a la tentación de vender la primogenitura por un plato de lentejas calientes; sin embargo, el resultado es nefasto.

¿Vivíamos con Franco mejor? No en el terreno de la dignidad; no en el terreno de las libertades; no en el terreno de la educación, ni de la sanidad, ni del Estado de bienestar, aunque estemos sufriendo ahora un creciente deterioro. Los malos dirigentes políticos, europeos y nacionales, tal vez por este mismo orden, que nos gobiernan, están abocando a determinados sectores de la sociedad a la añoranza y a la falacia de que tiempos pasados fueron mejores.

Ahora bien, si no la mayoría de la población, sí un sector sobreviviente de la época, mantenemos viva la memoria de lo que significa y de lo que significaría esa falsedad de que “con Franco se vivía mejor”. Y se abren las carnes al pensar que políticos ineficaces por una parte y dirigentes corruptos por otra, estén dando cauce a los nostálgicos a quienes les gustaría ver emerger de nuevo un caudillo capaz de enfervorecer a las masas y convertirnos en una nueva república bananera en la que se impusiera el pensamiento único y el control fascista-estalinista. Sírvanos como referente el ejemplo y, si es posible de escarmiento, de la Grecia actual, donde el partido neonazi suma ya más del 20 por 100 de los votantes.

El único antídoto capaz de frenar este desvarío, es que nuestros políticos se dejen de oportunismos demagógicos, enfunden la dialéctica de la confrontación estéril y se encierren a dialogar en uno de los hermosos palacios que tiene España y no salgan del encierro hasta que la fumata blanca anuncie que han llegado a unos acuerdos digamos que semejantes a los de la Moncloa; aquellos Acuerdos que propiciaron una transición en paz y prosperidad. Mientras esto no ocurra, seguiremos pensando que nos gobierna una pandilla de ganapanes irresponsables que únicamente buscan medrar a costa del pueblo. Y, si es así, desgraciadamente, seguirá habiendo oportunistas que levanten la bandera de la nostalgia y sigan agrandando el foso en el que se ahogan las esperanzas del pueblo.

Fuente: Periodistas-es.org / Máximo García Ruiz, Octubre de 2012.

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