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MI HOMENAJE PERSONAL / por JORGE FERNÁNDEZ

El día que Jimmy Carter me salvó la vida (muy probablemente)

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“Hoy, cuando todo el mundo exalta las virtudes del presidente y Premio Nobel de la Paz, Jimmy Carter, no puedo menos que sumarme a esa corriente de opinión tan elogiosa y dar gracias a Dios por la vida de un hombre de fe, prominente y ejemplar, a quien sospecho que le debo mucho más que un merecido obituario: es muy posible que le deba la vida."

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Jimmy Carter / Foto: MGala (2010)

(JORGE FERNÁNDEZ, 30/12/2024) La noticia del fallecimiento de Jimmy Carter el pasado domingo, a los 100 años de edad, me ha recordado una experiencia personal que creo oportuno compartir hoy en esta columna, a modo de homenaje póstumo a la figura de un hombre de paz a quien, probablemente, le deba la vida. Y no exagero.

Tengo que retroceder a 1978. Yo tenía dieciocho, y ese año me encontraba cumpliendo con el servicio militar obligatorio en el Grupo de Artillería y Defensa Aérea 101, perteneciente al I Cuerpo del Ejército Argentino, cuartel situado en la periferia de la ciudad de Buenos Aires.

Gobernaba entonces el presidente de facto Jorge Rafael Videla, al frente de la Junta Militar que dos años antes, en marzo de 1976, había derrocado al gobierno democrático mediante un golpe cívico militar, implantando su eufemístico Proceso de Reorganización Nacional, con toque de queda, operaciones clandestinas y suspensión de todas las garantías constitucionales.

Era el año del Mundial de Fútbol 1978, un evento que la dictadura utilizaría para distraer al pueblo argentino y a ser posible a la comunidad internacional, de las múltiples violaciones de los derechos humanos, secuestros, torturas, centros de detención clandestinos, sustracción de bebés, “vuelos de la muerte”[1], desaparición y asesinato de militantes o activistas políticos, y toda suerte de crímenes de lesa humanidad.

Durante el primer año, la dictadura actuó con impunidad con el apoyo del gobierno republicano de los EEUU (Gerald Ford), siguiendo la estrategia anticomunista de Henry Kissinger para Latinoamérica. Pero en enero de 1977 inició su mandato el flamante presidente demócrata, creyente de fe evangélica bautista, Jimmy Carter, y las cosas cambiarían radicalmente, para sorpresa y estupor del régimen argentino.

Jimmy Carter asumió la presidencia de Estados Unidos en enero de 1977 y, apenas un mes más tarde, colocó oficialmente a la Argentina entre los países donde se violaban los derechos humanos, por lo que anunció una reducción en la ayuda militar a partir de 1978. En la Argentina, muchos no podían entender esa actitud de parte de un gobierno supuestamente aliado en la lucha contra el marxismo.[2]

En aquel momento, con los medios de comunicación intervenidos y una acción de propaganda oficial estratégica, la mayoría de los argentinos estábamos sumidos en la ignorancia de lo que estaba pasando en nuestro propio país (¡cuánto más un soldado conscripto de 18 años políticamente analfabeto, como yo era por entonces!). Debido a ello, no nos llamaban la atención ni le encontrábamos mucha explicación a campañas oficiales como aquella con el lema “Los argentinos somos derechos y humanos”, que desde todos los medios y con todo tipo de recursos de merchandising (pegatinas, llaveros, carteles, vallas, etc.), pintados con los colores de la bandera albiceleste, atestaban las calles del país.

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Pegatina con el eslogan de la dictadura argentina con el que se respondía a las presiones del presidente Jimmy Carter en 1978

Lo sabríamos mucho después: esa invasiva campaña mediática era la respuesta de la dictadura argentina a las presiones insistentes de Jimmy Carter por la defensa de los derechos humanos en el país:

Avanzado 1978, cuando se confirmó extraoficialmente que las Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas habían sido asesinadas por la dictadura militar, el gobierno de Carter promovió entonces la visita a la Argentina de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que se concretó en 1979 y despejó ante el mundo cualquier duda que todavía pudiese existir sobre la criminalidad de la dictadura.[3]

Nos envían al frente… a combatir contra Chile

Sería sobre el final del año 78, pasada ya la fiesta del Mundial de Fútbol y, seguramente con la estrategia tan primitiva como eficaz de “crear un enemigo común” que uniera a los argentinos -cada vez más críticos con el Proceso-, cuando la Junta Militar se sacaría de la manga una “causa patriótica” tan descabellada como peligrosa: la Operación Soberanía, un plan para invadir Chile y despojarlo de unas islas en el Canal de Beagle, en el extremo austral, que un laudo arbitral internacional (rechazado por Argentina) había atribuido al país trasandino.

Informado del descabellado plan por el entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, el presidente Jimmy Carter llamó al papa Juan Pablo II. “Usted es el único que puede parar esta guerra”, dicen que le dijo con insistencia, ante las dudas iniciales mostradas por el Pontífice. Así pues, interpelado el Papa más anticomunista por aquel joven Presidente estadounidense, Juan Pablo II llamó a su embajador en Argentina, que a su vez llamó a Videla, ferviente católico éste, quien resignado al ver que su guerra no iba a ser “bendecida” por Roma ordenó el regreso de las tropas a los cuarteles.

El 22 de diciembre, a las tropas que acampábamos a orillas del Río Negro, donde esperábamos órdenes para avanzar hacia Zapala, ciudad cercana al Paso Pino Hachado, en la frontera con Chile, nos hicieron formar de manera apremiante. En un breve discurso, el teniente coronel al mando del operativo, Bernardo José Menéndez[4], con gran pompa y solemnidad nos explicó que “por mediación de Su Santidad el Papa el conflicto bélico con Chile se ha evitado y volvemos a casa”.

En aquel momento no fuimos conscientes de lo cerca que estuvimos de entrar en guerra con nuestro país hermano, con el que compartimos tantas cosas (¡incluidos 5308 km de frontera!). Más tarde supimos que la decisión de invadir ya estaba tomada y que era cuestión de horas…

El 26 de diciembre el nuncio apostólico, el cardenal Samoré, llegaba a Buenos Aires y el 27 se reunía con Videla. Tras varias reuniones con Pinochet y Videla en sucesivos vuelos entre Buenos Aires y Santiago, las partes aceptaron la mediación papal y se archivó la operación militar.

Recuperada la normalidad democrática en 1983 y, con los años, cuando empezó a investigarse lo que realmente había pasado en la Argentina desde el golpe de 1976, supimos de la Providencial intervención de Jimmy Carter para detener aquella guerra. Aunque el protagonismo y el reconocimiento público y mediático se lo llevarían el cardenal Samoré y el papa Juan Pablo II, lo cierto es que, de no ser por la insistencia de Carter la guerra hubiera empezado y, una vez empezada, con un Pinochet de un lado y un Videla del otro, ¡quién sabe lo que hubiera podido pasar!

Lamentablemente, en 1982 en los EEUU ya gobernaba Ronald Reagan y los militares argentinos se sintieron libres para invadir las Islas Malvinas. En Malvinas, en una microguerra de 74 días murieron 649 soldados argentinos, la mayoría conscriptos -no profesionales- como era yo en el 78.

La pregunta que me he hecho siempre es obvia: ¿cuántos soldados hubieran (hubiéramos) podido morir en la guerra con Chile si se hubiera llevado a cabo? Al parecer la Junta militar argentina lo había valorado. Según su plan, estimaban que las fuerzas comprometidas entre ambos países llegarían a 200.000 hombres. ¡Doscientos mil soldados, la mayoría “niños” de 18 años!

Hoy, cuando todo el mundo exalta las virtudes del presidente y Premio Nobel de la Paz, Jimmy Carter, no puedo menos que sumarme a esa corriente de opinión tan elogiosa y dar gracias a Dios por la vida de un hombre de fe, prominente y ejemplar, a quien sospecho que le debo mucho más que un merecido obituario: es muy posible que le deba la vida.

*** Notas:

[1] Los vuelos de la muerte fueron un método de exterminio consistente en arrojar a personas al mar desde un avión, que utilizó la dictadura militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983, con el fin de asesinar a los detenidos desaparecidos y eliminar las pruebas del delito.

[2] y [3] El día que Jimmy Carter puso un límite a la dictadura

[4] Bernardo José Menéndez era el Jefe del GADA 101. Años más tarde sería condenado por crímenes de lesa humanidad y moriría en prisión.

© Jorge Fernández – Madrid, viernes 30 de diciembre de 2024.-

Jorge CiudadHabitable2

© 2024. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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