OPINIÓN / LA HISTORIA DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE LOS AVIVAMIENTOS
La Historia de la Iglesia a través de los avivamientos: Nuevas instituciones y avivamientos en la Plena Edad Media
Continuamos con la décima entrega de esta interesante serie titulada "La historia de la Iglesia a través de los avivamientos", a cargo de Juan Manuel Quero Moreno.
«Pedro el ermitaño predica la cruzada». Autor, Francesco Hayez. Óleo sobre lienzo, s. XIX. (Biblioteca Nacional de Francia). [En línea]. Disponible en «Artehistoria»
(JUAN MANUEL QUERO, 23/07/2021) | Entramos en lo que se llama «La Plena Edad Media», para marcar algunas características importantes, existentes entre la Alta y Baja Edad Media. Cuando hablamos de este período, nos referimos a la etapa que se da entre los siglos XI y XIII.
Esta etapa estará marcada por una consolidación del feudalismo con todo lo que ello implica, además del crecimiento de las ciudades y de la burguesía. La producción agraria aumentará significativamente y mejorará el sistema económico. La extensión del cristianismo, ya entrado este tiempo, estará marcado por un mayor avance, y se darán una serie de acontecimientos que marcarán hitos en el devenir de los años siguientes. En estos, casi 300 años, vemos cambios en la estructura de la Iglesia Católica, así como nuevos avivamientos e impulsos centrados en la Palabra de Dios, de diferentes grupos que se irán formando en torno a la Biblia. Ante esto se radicalizarán otras posturas más ultramontanas y se realizarán nuevos acuerdos políticos con la Iglesia (cesaropapismo). Surgirá la Santa Inquisición, así como Las Cruzadas, que tendrían propósitos invasivos de conquista y control.
La figura del Papa, que era el nombre usado desde el siglo III para referirse a los obispos de Asia Menor, llegado el siglo XI, se usará en Occidente de forma exclusiva para el obispo de Roma. Aunque la Iglesia Católica guardaba una evidente separación con la Ortodoxa, será en el año 1050 que la Iglesia Católica excomulgaría a la Iglesia Ortodoxa, reaccionando ésta de la misma manera. Se podrían aducir diferentes motivos, tanto doctrinales como políticos, pero sobresale la hegemonía y preponderancia a la que aspiraba y llegaba la Iglesia Católica, que no pudiendo someter a la Ortodoxa, decide declarar su excomunión[1].
Otra inflexión al filo del primer milenio sería la creación de las Cruzadas. El cambio de milenio supondría, como solía ocurrir con el cambio de siglo, una fuerte esperanza en la segunda venida de Cristo, así como otras situaciones apocalípticas. Esto produciría un mayor peregrinaje a Tierra Santa, por lo que los peregrinos cristianos se moverían hacía allá constantemente. Pero éste ya era un lugar con gran influencia musulmana. Las peregrinaciones no cesarían y el papa Urbano II iniciaría la primera cruzada el año 1095 y, con diferentes campañas, culminaría en el año 1099 con la conquista de Jerusalén y el establecimiento de los estados latinos en estos lugares (Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli).
El inicio de estas cruzadas se basaría en el texto de Mateo 16:24 «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame»; y en base a esto, al grito de «Dios lo quiere», se iniciarían las Cruzadas. A esta primera cruzada seguirían siete más, en total ocho, llegando hasta el año 1291. Aunque otras batallas posteriores también recibirían el nombre de «cruzadas»; algunas tan variopintas como la Guerra Civil Española (1936-1939), que fue considerada por el franquismo y la Iglesia Católica como una «cruzada» contra los que consideraban sus enemigos. En estas expediciones, se movilizaría la Iglesia predicando dichas campañas, formándose ejércitos de cruzados que portaban los escudos característicos de una Cruz Paté; aunque estas cruces se modificarían teniendo un toque heráldico diferente, dependiendo del reino que representaban.
Hay que recordar que el propósito principal de estas cruzadas sería expulsar a los musulmanes de estos lugares y defender y proteger a los cristianos que residían en estos pueblos. Los soldados en muchos casos eran soldados monjes, que luchaban entregando sus vidas, esperando tener así recompensa en el cielo. Todos los caballeros que se unían a estas recibirán indulgencias y prebendas muy significativas. Por ello, las cruzadas también fueron un tema recurrente en las predicaciones, como se recoge en algunas obras de arte, como podemos ver en la de «Pedro el Ermitaño predicando la cruzada», cuyo autor es Francesco Hayez. Una de las órdenes monásticas, más importantes de este tiempo y relacionado con este tema, sería la que se originaría en Francia, con el nombre de «La Orden de los Pobres Caballeros del Templo de Cristo», más conocidos como «Orden del Templo» o los caballeros templarios.
Las consecuencias de las cruzadas fueron diversas. Cuidar las fronteras y riquezas de los estados, así como mantener la hegemonía religiosa de la Iglesia Católica, que, desde Constantino el Grande, se estaría utilizando como instrumento de unidad y control, teniendo su punto álgido al final del Medievo con la política de los Reyes Católicos, además de todo esfuerzo político del Sacro Imperio. ¿Estaba Dios en estas acciones? La cruz estaba siendo usada para batallas muy duras en las que morirían más de cinco millones de personas. El mismo nombre de «Cruzada» haría referencia a la cruz que se llevaría en los uniformes, escudos y estandartes. Hitler y los movimientos nazis, amantes de los símbolos antiguos y medievales, también usarían esta «cruz paté» en sus distintivos. ¿Cómo podría Dios intervenir en todo ello? Las cruzadas serían un fracaso en cuanto a su propósito, tal como comenta Jesse Lyman Hurlbut, entre otros motivos importantes:
Las cruzadas fracasaron en libertar Tierra Santa del dominio de los musulmanes. Si miramos en retrospectiva ese período, pronto podremos ver las causas de su fracaso. Se notará un hecho en la historia de cada cruzada: los reyes y príncipes que conducían el movimiento estaban siempre en discordia. A cada jefe le preocupaba más sus propios intereses que la causa común. Todos se envidiaban entre sí y temían que el éxito pudiese promover la influencia o fama de su rival[2].
La historia de la humanidad está llena de multitud de microhistorias en las que Dios está presente. Estas microhistorias componen una gran historia. Dios no se desentiende, ni siquiera de los hechos más deplorables. Podemos ver a Dios, en la historia de la humanidad, porque hay una intrahistoria de consuelo y de restauración constante, donde el Rey del Universo es el protagonista. La Iglesia Católica ganó en hegemonía y poder, ya que tomaba la iniciativa para las guerras de los cruzados, y obtenía y otorgaba tierras. Pero, como comenta el historiador Hurlbut, la arrogancia de los clérigos y la corrupción que se daba en la Iglesia Católica, prepararía el camino para la Reforma Protestante[3]. No obstante, a pesar de las muertes y de los desatinos y propósitos contrarios a los principios bíblicos, estas hazañas beligerantes también aportarían algunos beneficios, ya que se reaccionaría, como ocurrió en etapas anteriores, pues el Espíritu Santo traería convencimiento de error o pecado ante estas realidades. Ello llevaría a reconstruir, sobre algunas estructuras creadas, propósitos más bíblicos y centrados en lo que significaría en ese tiempo el evangelio, en un sentido de integración y de ayuda social.
Ante esta realidad cabría hacerse alguna pregunta, como las siguientes: ¿Hasta qué punto y de qué forma podríamos caer en el mal de nuevas «cruzadas»? ¿Cuál es el peligro de erigirse en defensores de la fe, como un grupo que ostenta la única verdad? En nuestros días existen diferentes respuestas a estas cuestiones. Hay quienes se convierten en poseedores de la única verdad absoluta, frente a otros que puedan tener una interpretación diferente. Si aplicamos la lupa a los diferentes movimientos cristianos de nuestro tiempo, incluso podríamos encontrarnos con los que además intentan imponer su razón, sin calcular el perjuicio que se hace, o teniéndolo como viable para alcanzar sus propósitos, y presionando desde su propio aislamiento o rechazo a su prójimo, a todo el que piense diferente. Sin querer relativizar la verdad absoluta que es Cristo para nosotros, en estos tiempos que vivimos, hemos de seguir buscando un diálogo respetuoso en torno a la Palabra de Dios, que sin duda alguna nos llevará a la libertad que Dios quiere darnos, pues el diálogo basado en la Biblia y controlado por el Espíritu de Dios trae libertad: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (evangelio de Juan 8:31-32).
Notas:
[1] Jesse Lyman Hurlbut. Historia de la Iglesia Cristiana. Miami: Editorial vida, s.d. pp. 73-74.
[2] Jesse Lyman Hurlbut. Ibidem, p. 78.
Autor: Juan Manuel Quero Moreno
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