OPINIÓN / LA HISTORIA DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE LOS AVIVAMIENTOS
El primer avivamiento cristiano comienza con Cristo
Continuamos con la tercera entrega de esta interesante serie titulada "La historia de la Iglesia a través de los avivamientos", a cargo de Juan Manuel Quero Moreno.
Maiestas Domini. Museo Nacional de Arte de Cataluña. Barcelona. [Iglesia de Sant Climent de Taüll]. En: Juan Antonio Ramírez. Historia del Arte. Madrid: Alianza Editorial, 1996, p.190.
(JUAN MANUEL QUERO, 05/11/2020) | Tratando el tema desde el aspecto conceptual y definitorio de lo que es el avivamiento, tuvimos que hacer referencias al Antiguo Testamento, ya que, también el Espíritu Santo, como realidad constatada desde el principio de la creación, seguiría moviéndose, no solamente, en la descripción creadora del «Génesis», sino en todo el avance existencial de los planes de Dios.
Esa expresión inicial de la vida («avivar»), cuando se nos dice que la tierra estaba desordena y vacía, nos lleva a esa consideración de que «el Espíritu de Dios» pondría orden sobre la faz de las aguas (Génesis 1:1-2). En todo ello podemos ver un tipo de «protoevangelio del avivamiento».
Según el Canon Palestinense, que seguimos las iglesias protestantes o evangélicas, termina con el libro de Malaquías, en el que las últimas palabras señalan un tiempo venidero que podemos identificar con lo que tratamos: «Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada […] He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible» (Malaquías 4:2, 5). Después de un complicado «periodo intertestamentario» (unos 400 años entre el Antiguo y el Nuevo Testamento), con batallas intestinas y desorden en el ámbito social y espiritual, donde se dan acontecimientos como la profanación del Templo, hostigado por mandato de Antíoco Epifanes, uno de los reyes seléucidas de este tiempo, y donde los Macabeos entrarían en diferentes batallas buscando la liberación del sometimiento a los seléucidas (167-160 A. C.). [1] Esto daría paso a la imposición del Imperio Romano (27 a.C.) con la dinastía Julio-Claudia. Parecía que Israel, de quien tendría que venir el Mesías, es decir, el Cristo, iba de sometimiento en sometimiento. Después de los Macabeos se necesitaba una nueva liberación, otro grupo revolucionario. Parecía, que esto se preparaba mediante los zelotes o zelotas, que comenzarían unas guerrillas de liberación hasta terminar en Masada. Entre los mismos apóstoles, se podrían identificar con probabilidad a algunos de ellos, como Judas Iscariote y Simón o Pedro, que el evangelio señala como «el zelote», lo que también se relaciona, como sinónimo, con «cananita» (Lucas 6:15).
En medio de toda esta realidad, no había nueva profecía, más que el ejercicio sacerdotal, que también había llegado a una situación de corruptela muy significativa[2]. Además, todo estaba entretejido por partidos político-religiosos como los saduceos y fariseos que constituían la institución de gobierno que era el Sanedrín. Es en todo este contexto, de tensión y beligerancia, que se anuncia la venida del Mesías, cuyo camino sería preparado por Juan el Bautista, a quien algunos llegarían a relacionar con el mismo Elías; algo comprensible, cuando relacionamos estos acontecimientos con algunos pasajes veterotestamentarios, como el de Malaquías, mencionado anteriormente.
Llegado a este punto, hay que recordar esos principios comunes que se dan en lo que consideramos un avivamiento: 1º Situación crítica; 2º encuentro con la Palabra de Dios; 3º reconocimiento del error o pecado; 3º obra del Espíritu Santo; 4º reacción ajustando todo lo necesario a lo que es la voluntad de Dios; 5º proceso operativo de este avivamiento entre los creyentes. Dicho todo esto, cabe identificar este avivamiento, en el marco de la incardinación de Jesucristo; la encarnación del Hijo de Dios. El primer punto, entendemos que queda ya constatado, pues la crisis político-religiosa es evidente. Era necesario un encuentro con la Palabra de Dios. Surgiría de nuevo un profeta reconocido, a pesar de su abrupto y repetido mensaje: «Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado». Este mensaje sería el mismo con el que el Señor Jesús comenzaría su ministerio público (Mateo 3:2; 4:17). Sí, Juan el Bautista, encabezaría esta nueva etapa. Pero la escena que marcaría el inicio del cristianismo y de la Historia de la Iglesia de forma muy inmediata, no dependería de una sola persona, pues, además del Señor Jesús, la obra del Espíritu de Dios, poniendo orden, prepararía todo el escenario. El reino de los cielos se había acercado, y su rey sería Jesús; pero, las medidas y trascendencia de este reino, tanto social como esperanza futura, tendría que desarrollarse desde la fe, donde conocer la voluntad de Dios y enfatizar la relación con él, por medio de la oración y la reflexión y predicación del Evangelio, sería fundamental. Las evidencias de todo ello se plasmarían de forma tangible; ya que se constataban milagros muy diversos. Como dice Latourette: «Los creyentes en su experiencia de Jesús y del Espíritu Santo hallaron ampliado e incalculablemente enriquecido su concepto de Dios»[3].
El encuentro con la Palabra de Dios, no sería el encuentro con la ley de los escribas y de los fariseos, a modo de un código legal que legislara durante un tiempo, sino que sería la misma palabra de Dios que es viva y presente: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). El conocido Sermón del Monte, que daría una dimensión presente a las Escrituras sería parte de este proceso de despertar espiritual, pues la fórmula de «oísteis que fue dicho, pero yo os digo», será una constante en el nuevo mensaje, que, de forma explícita o implícita, estaría muy presente. Muchos judíos, es decir, aquellos que creían que Dios era una realidad, pero, que vivían en un paréntesis de legalismos e instituciones que se alejaban de Dios, comenzaron a seguir a quién podría ser, y de hecho era, el Mesías. Jesús desde un principio, estuvo tratando y conversando, entre los maestros de la ley, de la «TANAJ», de lo que hoy es el Antiguo Testamento, con su historia y profecía; pero, las discusiones, incredulidad y rechazo, produce también el comentario que el apóstol Juan hace en su evangelio: «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios […]» (Juan 1:10-12). Aunque, muchos le rechazaran, hubo una multitud que despertó, reconociendo al Mesías y avivando su fe en Dios. El Evangelio nos habla, incluso de multitudes, que le seguían, miles de personas, son contadas como seguidores de Jesús, en muchos pasajes del Nuevo Testamento, en un tiempo donde las sociedades no eran tan numerosas. Los discípulos de Jesús tendrían nombres de hombres y mujeres que se comprometerían con Dios. Creo que, en este avivamiento, como podría ser en la generalidad de estas etapas, el compromiso con el hecho, con el Verbo, es fundamental. Rudolf Bultmann, tratando el tema del Mesías y su anunciación, dice lo siguiente:
«La comunidad primitiva, como la tradición sinóptica lo demuestra, recibió primero la predicación de Jesús y luego llevó ella adelante esa predicación. Y en la medida en que ella ha hecho esto, Jesús es para ella el maestro y el profeta. Pero él es para ella más: él es, al mismo tiempo, el Mesías; y de esta manera ella le anuncia –y esto es lo decisivo—al mismo tiempo. Él, portador antes del mensaje, entra ahora a formar parte del mismo mensaje, es su contenido esencial; de anunciador se ha convertido en anunciado»[4].
Es así que también que Williston Walker, citando a Harnack, incidirá en esta importante realidad referente a las enseñanzas y a todo lo que Jesús realizó, aunque él habla de «un doble evangelio de Jesús: el evangelio de Jesús –sus enseñanzas; y un evangelio acerca de Jesús –la impresión que él hizo sobre sus discípulos en cuan quien era él.»[5] El encuentro con la Palabra de Dios sería fundamental, pero esta sería el mismo «Logos», es decir Cristo mismo. El conocido como el , es decir las representaciones pictóricas y escultoras en diferentes estilos artísticos a lo largo de la historia, representa al Cristo que lo llena todo, y que bendice. Esta imagen suele estar inspirada en las visiones de Apocalipsis, por lo que también suele aparecer el , es decir una representación de los cuatro evangelistas, quienes tomarían nota de todo lo revelado por Cristo, de toda la inspiración recibida para transmitirla. Estos, abundando en las características de los evangelios, utilizaran las imágenes apocalípticas de un hombre, un becerro, un águila y un león. Todo ello enfatiza el mensaje y a los mensajeros que formarán parte de ese avivamiento[6].
El Nuevo Testamento comenzaría a escribirse, plasmándose en los corazones, pero siendo escrito para los demás y por los demás. Dios seguiría siendo el autor, pero serían diferentes manos, hombres y mujeres inspirados, las que Dios usaría para transmitir su Palabra. Esto requeriría escucharse mutuamente, entrando en la autoría humana, un estilo y una forma de escribir y transmitir la revelación de Dios.
En un avivamiento, siempre hay que estar dispuestos a pagar un precio, es decir, los ajustes de aquellos que quieren seguir a Jesús significarán también dejar otros intereses o costumbres adheridas a nuestras vidas. La cruz, como símbolo de la redención, también formará parte de esta realidad. Parece paradójico, que el dolor y la cruz formen parte de un avivamiento, pero, este estará siempre coronado por la victoria, por una cruz vacía, y por ese Cristo que vive y nos acompaña en todo lo necesario.
Notas:
[1] El Periodo Intertestamentario…
[2] Instituciones del Antiguo Testamento…
[3] Kenneth Scott Latourette. Historia del cristianismo, tomo 1. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1979, p. 94.
[4] Rudolf Bultmann. Teología del Nuevo Testamento. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1981, p. 77.
[5] Williston Walker. Historia de la iglesia cristiana. Kansas City, Missouri: Casa Nazarena de Publicaciones, s.d., p. 19.
[6] Juan Manuel Quero Moreno. Teologismos: Una perspectiva diferente, [Málaga]: Impreso en Publidisa, 2015, pp. 131-135.
Autor: Juan Manuel Quero Moreno
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