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OPINIÓN / por MÁXIMO GARCÍA RUIZ

JUAN ANTONIO MONROY (Personaje señero del siglo XX)

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JuanAntonioMonroy

Juan Antonio Monroy / Captura de pantalla de Vimeo

(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 12/04/2018) |  Acostumbramos a escribir preciosos panegíricos de aquellos que, llegada su hora, cierran el ciclo de su vida. Palabras hermosas que, por lo regular, nunca fuimos capaces de dirigir a la persona loada mientras la tuvimos entre nosotros. Cuando ya es tarde. Cuando ya no puede saborear las mieles de una palabra amable, de un sentimiento noble. No quiero caer yo en esa torpeza, en lo que tiene que ver con una de las figurar señeras del protestantismo español del siglo XX: Juan Antonio Monroy.

Monroy tiene ya una edad respetable, pero cualquiera que le vea, hable con él o le lea, pronto descubre que, como diría el clásico, “tiene cuerda para rato”. Así es que, lejos de esperar a escribir unas palabras de encomio cuando su recorrido vital termine, fecha en la que tal vez yo ya no tenga la oportunidad de hacerlo por haberle precedido, voy a dejar por escrito lo que pienso acerca de este “príncipe de Israel”.

… es un brillante autodidacta que ha superado con creces, gracias a su esfuerzo personal y a su despierta inteligencia, los niveles de formación que a otros les cuesta años de disciplina escolar lograr algo semejante.

De Monroy no conozco ningún otro dato fuera de su vida pública, tanto por el hecho de haber compartido con él experiencias y proyectos comunes como por lo que él mismo ha dejado escrito sobre su persona y sobre su trabajo, que es mucho. Tampoco es preciso más. Por mi parte, no se trata de escribir una biografía, fuera de mi alcance y propósito en estos momentos; tan sólo unas breves notas.

Siendo, como es, un referente intelectual y un autor prolífico Monroy, fuera de los seis meses de intensa instrucción bíblica que le diera Ernesto Trenchard, a quien siempre ha considerado su maestro, es un brillante autodidacta que ha superado con creces, gracias a su esfuerzo personal y a su despierta inteligencia, los niveles de formación que a otros les cuesta años de disciplina escolar lograr algo semejante.

Nacido en el norte de África, Juan Antonio Monroy, después de haber viajado a Londres donde siguió unos cursos de periodismo y Estados Unidos, donde entró en contacto con las Iglesias de Cristo, irrumpió en el mundo protestante peninsular en la década de los 60 del siglo pasado. Traía ya un bagaje de servicio como predicador, pastor de iglesias, dirigente de la Misión Cristiana Española y como escritor y editor de medios de comunicación (prensa y radio). Y si algo le define, es que siempre ha sido y se ha mostrado como un hombre libre que ha proyectado su vida a impulso de una profunda vocación de servicio y que ha hecho y dejado de hacer lo que ha querido, cuando ha querido y como ha querido, sin sujetarse s a convencionalismos institucionales.

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Medalla de  honor del CEM. J. A. Monroy recibe de Máximo García la Medalla de Honor del Consejo Evangélico de Madrid (31/10/2007) / Foto: MGala

En Madrid fundó la Iglesia de Cristo en la calle Teruel, dentro del Movimiento de Restauración, y desde allí, impulsó la creación de otras iglesias en España, formando un grupo denominacional, descubriendo y apoyando a predicadores para quienes buscó y consiguió apoyo para el ejercicio de su ministerio. Ahora bien, los dos rasgos más destacados de Monroy son su condición de predicador-evangelista y su dimensión como periodista-escritor. Sus Obras Completas (la colección que tuvo la gentileza de regalarme) alcanza los once tomos. Ignoro si ha publicado algún tomo más, posteriormente.

Desde su juventud, hasta el día de hoy, ha predicado y pronunciado conferencias, aparte de en el norte de África y Canarias, conde se inició, en prácticamente todo el, territorio nacional, en la mayoría de los países latinoamericanos, en gran parte de los estados norteamericanos, tanto en inglés como en español, así como en la mayoría de los países de la Europa occidental y en diversos países de África y Asia.

Su trayectoria y prestigio como escritor y orador han hecho que un buen número de universidades norteamericanas, algunas españolas y otros centros de formación hayan requerido a Monroy para que imparta cursos y conferencias. Junto a otros líderes evangélicos españoles, en la década de los 70 recibió un Doctorado Honoris Causa de una institución académica de Puerto Rico. También la Universidad Pepperdine de Los Ángeles, California, le distinguió con un Doctorado Honoris Causa en Humanidades y está en posesión de otros muchos títulos que deberán reseñar cuidadosamente sus biógrafos.

Y ahí sigue. Viajando dos o tres veces al año al continente americano, predicando mañana y tarde en diferentes iglesias de distintos países, escribiendo al menos tres artículos semanales, haciendo reseñas de libros…

 

Cuando se instaló en Madrid, Monroy no era un desconocido en el mundo protestante. Le precedía su trayectoria como fundador y editor de varias revistas y periódicos desde Marruecos. No todas las opiniones de los líderes evangélicos de la época le eran favorables, pero Monroy pronto se abrió un espacio propio, convirtiéndose en uno de los referentes del protestantismo español. Su obra cumbre fue la fundación y dirección de la revista RESTAURACIÓN, que editó durante dos décadas. Después de ESPAÑA EVANGELICA que dejó de editarse en la guerra incivil, Restauración se convirtió en la revista protestante de mayor prestigio y difusión, un medio de comunicación moderno superando los márgenes estrechos de los órganos denominacionales. Le siguieron PRIMERA LUZ, para niños y, más tarde, ALTERNATIVA, trabajo que simultaneó con sus viajes, la fundación de iglesias, sus escritos y su compromiso en la defensa de la libertad religiosa, formando parte de la Comisión de Defensa Evangélica.

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Dos referentes. Monroy junto a Juan Blake, quien hace unos días ha partido a la presencia del Señor / Foto: MGala

Y ahí sigue. Viajando dos o tres veces al año al continente americano, predicando mañana y tarde en diferentes iglesias de distintos países, escribiendo al menos tres artículos semanales, haciendo reseñas de libros… En definitiva, como siempre, haciendo lo que quiere, cuando quiere y donde quiere. Un baluarte del protestantismo español, mitad francés y mitad español, vinculado sensorialmente a la América hispana, construyendo puentes de comunicación con lo mejor que siempre ha tenido: la pluma y la palabra. Un personaje irrepetible de quien, como ocurre con otros personajes señeros del protestantismo español, las nuevas generaciones tienen escasas referencias. La mísera condición humana ha hecho que el protestantismo español no haya sido pródigo en reconocer la dimensión y servicios prestados por este personaje referente del siglo XX. Personalmente me honro con haber promovido en mi etapa de dirigente del Consejo Evangélico de Madrid, la entrega de la primera Medalla del Consejo a este ínclito predicador, conferenciante, escritor, periodista, locutor y dirigente evangélico, además de distinguido amigo.


Autor: Máximo García Ruiz*, Abril 2018.

 

© 2018 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

 

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Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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