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OPINIÓN / CARLOS MARTÍ ROY

AÑO NUEVO, ¿VIDA NUEVA?

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(CARLOS MARTÍ ROY*, 02/01/2018) |  Estamos en las puertas de un nuevo año, pensar en esto me ha llevado a reflexionar sobre el cuestionamiento existente en nuestra sociedad respecto a nuestra propia historia e identidad.

Existe un permanente cuestionamiento de lo sucedido en el pasado, demasiada ansía por romper con lo anterior, propio de una sociedad líquida donde todo cambia con mucha facilidad y sin rumbo cierto.

Se asocia el pasado a una mente conservadora y lo nuevo al progreso, pero lo nuevo no es siempre lo mejor. Las sociedades han experimentado a lo largo de su historia cambios, pero no todos fueron buenos.

Se celebra y abraza lo nuevo sin preguntarnos, sin ningún sentido crítico, lo nuevo es lo relevante, capta nuestro interés fácilmente, nos seduce y despierta en nosotros un influjo que nos hace perder la capacidad de discernir, nos arrastra a un mundo de emociones y sentimientos que nos borran la memoria y nos conduce a no sabemos muy bien dónde.

Me recuerda a los atenienses del siglo I, a los que Pablo dirigió su discurso en el areópago, (Hechos 17:21): “Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo”.

Subrayo el único interés de decir u oír algo nuevo, el culto a lo nuevo, asociando lo nuevo a lo distintivo. Eso es el gurú de esta nueva sociedad e iglesia, un líder que nos guía a una sociedad en constante cambio pero sin rumbo cierto; una sociedad despojada de sus raíces identitarias y de su propia historia como elemento distintivo; una sociedad líquida, donde como dice el Catedrático emérito de sociología de la Universidad de Varsovia, Zygmunt Bauman,  en su libro “Vida Líquida”, “la vida liquida, como la sociedad moderna líquida, no pueden mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”; en resumen, “la vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante.” Las personas que fabrica este modelo de sociedad, tal y como las describe Jacques Attali “viven en una sociedad de valores volátiles, despreocupadas ante el futuro, egoístas y hedonistas. Para ellas, la novedad es una buena noticia, la precariedad es un valor, la inestabilidad es un imperativo, la hibridez es riqueza. En diverso grado todas ellas practican y dominan el arte de la vida líquida; la aceptación de la desorientación, la inmunidad al vértigo, la adaptación al mareo y la tolerancia a la ausencia de itinerario y dirección.”.

Nos encontramos en los inicios de un nuevo año, acabamos de terminar el 2017, un año de conmemoración de nuestra identidad y raíces protestantes, una mirada al pasado crítica pero ilusionante respecto a lo que supuso. Con más o menos entusiasmo, rigor y acierto, hemos mirado a aquellos que nos precedieron, algunos juzgándoles desde el sillón de nuestras modernas casas, sin tomar en consideración el contexto histórico que el que se desarrollaron las reformas protestantes, de las que me siento heredero y beneficiario. Esta mirada a nuestro pasado ha sido lo mejor que me ha acontecido en este año. La comunidad en la que sirvo y con la que convivo me ha permitido disfrutar de una mirada detenida a nuestras raíces. Hemos leído, aprendido, escuchado y compartido en grupo las reformas protestantes.

Mi conclusión, es que hoy me siento protestante; quiero ser protestante, y ¿sabes por qué?  porque LA SOLA ESCRITURA me otorga un marco de autoridad y seguridad del que disfruto de un Dios que quiso hablarme de sí mismo, de lo que ha hecho en la naturaleza, en la historia de la humanidad, en Cristo y me he enamorado de Él leyendo su diario, he descubierto que la Biblia no trata de mí, sino de Él.

LA SOLA GRACIA, ha dotado a mi propia existencia de propósito y significado, amar y ser amado es la mejor experiencia a la que se te puede invitar.

LA SOLA FE, un precioso don de Dios que da sentido a todo lo que soy y hago, y en ese mismo orden.

SOLO CRISTO, es maravilloso disfrutar del Dios humanado, hecho un igual a mí, que vivió la vida que nunca yo hubiera soñado vivir en lo moral y respecto a la justicia de Dios; que no recibió el pago de su vida, sino del fracaso de la mía, que me reconcilia consigo mismo y con el resto de la humanidad; que su justicia despierta mi hambre y sed, mi deseo de admirarle, seguirle y compartirle. Jesús, un verdadero puente a Dios y al otro.

SOLO A DIOS LA GLORIA, me libra de lo peor de mí, del egoísmo que compite con el semejante, que se compara constantemente para aliviar su complejo y frustración, que lo juzga y critica todo, que menosprecia al diferente, que me libra de la amenaza de intolerancia y justicia propia que me lleva a juzgar o menospreciar a mis hermanos, el SOLO A DIOS LA GLORIA, nos asemeja al otro, iguala, hermana y nos libera. ¡Gracias Dios!

Este Dios que se reveló desde el principio de los tiempos, que nos ha hablado de muchas maneras distintas y muchas veces, y que de manera especial se ha dirigido a nosotros en persona por medio de JESÚS, rescata lo mejor del pasado, lo pone en valor y hace que mi esperanza no dependa de lo que me depare este nuevo año, sino de lo que JESÚS hizo ya hace poco más de dos mil años. ¿Quién dijo que lo nuevo necesariamente tenía que se lo mejor?

carlos marti

Carlos Martí, pastor evangélico

Apocalipsis 21:5 dice: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí yo hago nuevas todas las cosas…”. Aunque parezca lo mismo, no lo es. Decir que Él hace todas las cosas que ya son nuevas, no es lo mismo que decir que Dios hace cosas nuevas, improvisando permanentemente en lo creado y en la historia de la humanidad. Hacer nuevas todas las cosas, es precisamente lo que hizo en nuestras vidas; hacer algo nuevo, ofrecernos una nueva experiencia humana a la luz de su Palabra y al amparo de la cruz de Cristo. Es posible que para algunos esto no sea correcto, porque nos muestra a un dios muy poco original y muy previsible, pues eso mismo es que me fascina de Dios, que quiere restaurar todas las cosas en Cristo y esto lo hace tan predecible como accesible a todos por igual. El anuncio de los profetas del Antiguo Testamento, de las cosas nuevas que Dios iba a hacer, se cumplieron en Cristo y eso si era nuevo para las generaciones del Antiguo Testamento, Dios plantando su tienda entre nosotros (Juan 1:14), dando satisfacción en su vida a su propia justicia para morir por los injustos, el bueno por los malos, para hacernos justos delante de Dios, y ya no por las obras de la ley, sino por Gracia por medio de la fe para que nos gloriemos en Él.

¿No te parece esto una gran novedad que solo puede ofrecer el Dios y Padre de Jesús de Nazaret? ¿Quién dijo que lo nuevo necesariamente tenía que ser lo mejor?

 

Autor: Carlos Martí Roy, Enero 2018. El autor es pastor evangélico de la Iglesia Comunidad Cristiana El Camino, de Alcalá de Henares (Madrid).


© 2018- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

La Reforma protestante y la creación de los estados modernos  europeos, 1

Humanismo y Renacimiento

Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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